Madre querida: Ud. cree que se va a encontrar con una historia interesante. No quiero que se engañe. La historia que Ud. va a leer no es la historia de mi vida, sino la vida íntima de una pobre alma que, sin mérito alguno de parte de ella, Jesucristo la quiso especialmente y la colmó de beneficios y de gracias.
La historia de mi alma se resume en dos palabras: «Sufrir y amar». Aquí tiene mi vida entera desde que me di cuenta de todo, es decir, a los seis años o antes. Yo sufría, pero el buen Jesús me enseñó a sufrir en silencio y desahogar en El mi pobre corazoncito. Usted comprende, Madre que el camino que me mostró Jesús desde pequeña, fue el que recorrió y el que amo; y como El me quería, buscó para alimentar mi pobre alma el sufrimiento.
Mi vida se divide en dos periodos: más o menos desde la edad de la razón hasta mi Primera Comunión. Jesús me colmó de favores tanto en el primer período como en el segundo: desde mi primera comunión hasta ahora. O más bien ser hasta la entrada de mi alma en el puerto del Carmelo.