51. A Elena Salas González

51. A Elena Salas González

Mi querida Elena: 

Enero, 1919 

Cuántas cosas tengo que contarte respecto de mi viaje. Pero por mucho que te lo pinte de encantador, sólo será un ligero bosquejo de cómo lo fue en realidad. 

¡Qué impresión me produjo cuando vi mi conventito! Tiene un aspecto muy pobre. No parece convento sino una casa antigua, pero su pobreza habla muy bien a su favor. Apenas lo vi me encantó y me sedujo. 

Llegué allá como a la una de la tarde. Nos fuimos a almorzar rápidamente y estuvimos en el convento cuando faltaba un cuarto para las dos. La Madre Angélica ya nos esperaba. Cuando entré al locutorio, no sabía lo que me pasaba: sentía una gran felicidad que aumentó cuando hablé con ella. Era tanta mi felicidad al ver esas rejas, que las besaba y hubiera llorado; tanta era la alegría que me inundaba. Mi mamá me dejó sola con la M. Angélica y se fue a conversar con la Teresita Montes L. Estuve allí hasta las dos y media, hora en que la Madre fue a rezar Vísperas, a las que yo asistí. Me figuraba oír el canto de los ángeles en el cielo y tuve el gusto de rezar por vez primera con mis Hermanitas las letanías de la Virgen. Me parecía que N. Señor estaba contento. Vera su rostro lleno de alegría por las alabanzas de sus esposas; y siempre en las iglesias me parece verlo muy triste. 

Después de Vísperas fui de nuevo al locutorio y he estado allí desde las tres hasta las cinco y media. Le dije todas mis dudas a la Madre, y me dijo que de todas podría dudar menos de mí; porque yo había nacido carmelita. Me habló del Oficio Divino que lo rezan varias horas al día. El alma ahí hace el oficio de ángel cantando las alabanzas del Señor. ¿No es ese el fin para que nos creó Dios? Este oficio contiene todos los salmos. Es precioso e inflama el alma en el divino amor. 

La carmelita tiene su celda aparte. Allí es donde penetra como a un templo a sacrificarse. En ella hay una cruz sin Cristo. Es ésa la cruz donde ella debe morir; en ese templo sólo penetra ella. Está reservado sólo para Dios y el alma. Allí vive en un completo aislamiento de las criaturas y ocupada sólo del Señor. Todo en el Carmen es silencio, salvo en las horas de recreo, en que muchas veces la M. Angélica tiene que tocarles la campanilla para que no griten tanto. 

Me habló de la humildad. Me dijo que cuando me humillaran, fuera la primera en humillarme más, diciéndome: todo es poco en comparación de lo que merezco. Mucho más debía ser, pues soy tan 

miserable. Que reconociera mi nada ante Dios- que considerara su grandeza y en seguida mi impotencia. ¿Qué puedo yo sin Dios? El, a cada instante me sostiene para que viva. Si hago una cosa buena es porque Dios me da su fuerza para hacerla. Si correspondo a su gracia, es porque El me hace la gracia mayor para que le corresponda. Todos estos argumentos son muy útiles para ver nuestra nada. 

Me habló del amor de Dios, pero de una manera sublime cuánto nos ama Dios y nosotras le pagamos tan mal. Ofensas e ingratitudes es nuestra moneda corriente, y sin embargo, Dios nos da la vida, comodidades, educación cristiana en fin, nos da todo hasta darse El mismo en la Eucaristía Y allí vive solo sin que nadie piense en el gran amor que nos demuestra a cada hora ese Dios Todopoderoso que es adorado y admirado en éxtasis por los ángeles. 

Ahora dime, ¿qué ha visto en nosotras, en nuestras almas para que así nos ame hasta querer que seamos amigas, esposas dé su divino Corazón? Nada, miseria, ingratitud. Si correspondemos y hacemos algo bueno es porque El nos da su gracia. 

¡Ay, qué gran misterio es este de predestinación! ¿Cómo me eligió a mí, siendo que otra hubiera podido corresponderle, amarle y glorificarle mil veces más que yo? ¿Cómo no morimos de amor por Dios que nos ama, siendo El todo poder, y nosotras todo miseria? Y los hombres no se preocupan de El. Por eso la carmelita ora por los pecadores; se inmola a cada instante por la humanidad pecadora, y todo lo hace en silencio. Ella ama a Dios y piensa en Dios por los que no le aman. Ella sufre tanto en su corazón, en su espíritu como en su cuerpo por los que se entregan a los placeres; y esto sólo Dios lo ve. Las criaturas no lo saben. Dicen que son inútiles. Sin embargo, ¡cuántos rayos de la justicia Divina no desvían ellas del mundo y los reciben ellas mismas! 

El sacrificio de la carmelita no es conocido. Por eso tiene mayor mérito. El alma sufre muchas veces viéndose separada de Dios. En la oración no encuentra sino sequedad. ¡Cuántas veces no deseará huir de ella, encontrar algo que pueda preocuparla! Pero en el Carmen no hay estudio, no hay niñas, no hay ninguna criatura que pueda distraerla de su pena. Sufre a solas, sin comunicarse muchas veces con nadie. Sufre el corazón. Ella no cambia el convento; pero ¿cuántas veces lo desearía cuando no congenia con sus hermanas, con su Priora? Siempre encerrada allí, sin esperanza de salir jamás, viendo siempre lo mismo. ¿Crees tú que esto no cansa? El silencio es molesto, sobre todo cuando se sufre. Sufre en el cuerpo con las penitencias, los ayunos, las vigilias. Lucha con el amor a las comodidades. La carmelita es lo más pobre: aún le falta a veces lo necesario. ¿No crees, pues, Elena, que esta vida encierra la mayor perfección? Me han asegurado algunos Padres que es dificilísimo vivir enteramente unida a Dios cuando se está en continuo roce con el mundo. Claro que hay almas que Dios les da gracias extraordinarias, pero no es ésta la regla general. 

Ahora te seguiré contando lo que pasó. A mi mamá la llamaron a tomar onces. Yo no tenía ganas y la M. Angélica me dejó Entonces llegó la Teresita Montes y le dijo si no sería la hora para la visita de vistas. La Madre contestó que bueno, y la Teresita se lanzó por el convento para llamar a todas, y cuando estuvieron todas, corrieron el velo de la reja y pude verlas cara a cara. ¿Para qué expresarte mi emoción? Me hinqué, pues me consideraba indigna de estar de pie delante de tantas santitas. Ellas se echaron el velo para atrás y me fueron a saludar a la orilla de la reja. Cada una me decía su 

palabra de cariño. 

Eran 16 -18 con dos hermanas conversas- y embromamos como si siempre nos hubiéramos conocido. Es una sencillez, una confianza e intimidad… Entre ellas se embromaban, se reían. Y esto desde la postulante hasta la M. Angélica. Me cantó una bien desentonada por reírse y todas las embromaban. Después me hicieron pararme. Me encontraron muy alta. Sólo dos había de mi porte. Estuvimos media hora conversando, y después cada una se retiró y se fueron a despedir. Son encantadoras: tan alegres, tan sin etiqueta. Yo al principio estaba con una emoción intensa y un poco avergonzada, pero después nada; era una cotorra, 

Fíjate que me dijeron las novicias que todos los días rezaban una Salve a la Virgen para que fuera. Y Dios las oyó. Nada de etiquetas con M. Angélica. La abrazaban y le hacían cariños lo mismo que niños. ¿No es ideal esto? 

A las 5 y media me mandó la Madre a tomar onces y fui. A las 6 volví. Mi mamá conversó con ella sola y luego nos despedimos con una pena más grande que el mundo. Pero yo salía del lado de esos ángeles completamente cambiad. Por fin conocía con certeza la voluntad de Dios, y la paz más celestial inundaba mi alma. ¡Qué bueno es Dios! No hay nada como abandonarse a 

El. ¿No es cierto? 

Mi nombre será Teresa de Jesús. Yo soy indigna de él. 

Ama a mi Jesús. Sé su amiga. Consuélalo. No le niegues nada. Dale todo lo que puedas. Imítalo en todo. Sobre todo, vive con El en lo íntimo de tu alma. Adóralo y ámalo allí. Haz tu oración todos los días y lo mismo tu examen. Reza por mi para que cumpla la voluntad de Dios. Adiós, en su Divino Corazón te doy cita. Amémonos los tres. 

Teresa de Jesús Carmelita

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