En estas vacaciones fue cuando le escribí a Ud., Madre, dándole a entender mi vocación que Ud. adivinó.
Nos vinimos en marzo y yo entré al colegio; pero Ud., Madre mía, ya estaba enferma. ¡Qué pena tuve y cuánto recé por su mejoría! Pero el Señor no quiso mejorarla y le hizo apurar el cáliz de amargura que hace tomar a los que El quiere. Se la llevaron a la Maestranza. ¡Qué dolor me causó esta separación! Pero se la ofrecí junto con Ud. a Nuestro Señor y, al verla tan valerosa, tan heroica, me llenaba de valor y me preguntaba: ¿Acaso no es Jesús su apoyo y no es El el que está para socorrerla?.
Le escribí una carta en que mostraba mi corazón, y a los pocos días la fui a ver, sin figurarme que muy pronto yo estaría allá también.
En el semestre, mi mamá nos comunicó que entraríamos internas. Y a pesar de mi pena, no pude menos de agradecérselo a Nuestro Señor, que me preparaba el camino para estar más apartada de las cosas del mundo y me llamaba a vivir junto a El para que estuviera más acostumbrada a vivir separada de mi familia antes de entrar en el Carmelo. Lo que sufrí se puede ver por las líneas que escribía todos los días al acostarme, que son una especie de diario.
Jueves, 2 de septiembre 1915. Hoy hace un mes dos días que nos dijeron que entraríamos de internas.
Yo creo que jamás me acostumbraré a vivir lejos de mi familia: mi padre, mi madre, esos seres que quiero tanto. ¡Ah, si supieran cómo sufro, se compadecerían! Sin embargo, me debo consolar. ¿Acaso viviré toda la vida sin separarme de ellos? Así lo quisiera yo: pagarles con mis cuidados lo que ellos han hecho por mí. Pero la voz de Dios manda más y yo debo seguir a Jesús al fin del mundo, si El lo quiere. En El encuentro todo. El solo ocupa mi pensamiento Y todo lo demás, fuera de El, es sombra, aflicción, y vanidad Por El lo dejaré todo para irme a ocultar tras las rejas del Carmen, si es Su Voluntad, y vivir sólo para El. ¡Qué dicha, qué placer! Es el Cielo en la tierra.
Pero entre tanto, qué siglos son los años que se esperan para darle el dulcísimo nombre de Esposo. Qué tristes los días de destierro. Pero El está junto a mí y me dice muy seguido: «Amiga muy querida». Esto me infunde ánimo y sigo esforzándome para hacerme un poco menos indigna del título que llevaré. ¡Ah!, ¿dónde será el lugar donde celebraremos nuestros desposorios y el lugar donde viviremos unidos? Me ha dicho el Carmen. Pero cada vez que quiero mirarlo más de cerca, parece que El lo cubre con un velo para que nada vea, y sin esperanza me retiro triste y desolada. Veo que mi cuerpo no resistirá, y todos los que están al cabo me repiten: «Es muy austera esa Orden y tú eres muy delicada». Pero Tú, Jesús, eres mi Amigo y como tal me proporcionas consuelo. Cuando salí a la casa por el día, me encontré [con] que la Madre Superiora del Carmen, sin conocerme, me había enviado un retrato de Teresita del Niño Jesús, con mi mamá; lo que me ha proporcionado mucho gusto. Me encomendaré a Teresita para que me sane y pueda ser Carmelita. Pero no quiero sino que se cumpla la voluntad de Dios. El sabe mejor lo que me conviene. ¡Oh Jesús, te amo; te adoro con toda mi alma!