Domingo 12 [9.1915]. Tengo mucho que contar, y sobre todo darle muchas gracias a Jesús porque me concedió ver a la M. Ríos y decirle casi todo. Hablamos mucho. Le dije que no me acostumbraba nada y me encontró razón por la edad en que había entrado. Pasamos rápidamente sobre esto, pues ella quería saber lo que yo le había dejado entrever en mi carta.
Primero me principió a hablar sobre la operación. Me hizo ver el fin grande a que me destinaba Dios al devolverme la vida y los numerosos favores que me había dispensado. Le conté mi resolución y me dijo que ya la había adivinado, porque algo Dios se proponía al darme dos veces la vida.
Le hablé de mi pololeo, y me dijo que cómo podía haber pololeado después de tantos llamados de Dios. Que, aunque no era pecado, que me fijara que quien me elegía era el Rey de cielos y tierra. Que quién era yo para que así jugara. ¿No era acaso una vil y miserable criatura? Que por qué entregaba mi amor a un hombre, cuando Dios lo solicitaba. Que si un hombre me amara y yo le hiciera caso, no me atrevería a divertirme y que por qué lo hacía con Dios; que era una cosa muy grave, que era más que un matrimonio. Que me fijara que no era por un día ni por toda la vida, sino por una eternidad. Que el amor humano se extingue, pero el divino abraza todo. Que me acordara que eran muchas las llamadas y pocas las escogidas. Que cada vez que comulgara debía hablar con Jesusito sobre esto y procurar serle cada día más bonita, teniendo más virtudes. Que debiera hacer mi oración con el rostro en el suelo, pues era con el Todopoderoso con quien hablaba, Aquel que se había bajado a mí para elegirme como esposa.
También le dije que yo deseaba entrar al Carmelo. Y ella me preguntó: ¿Y la salud? ¿Podrá resistir? ¡Ay; no me acuerdo de este cuerpo miserable! Quisiera volar y él no puede. ¡Cuánto te aborrezco, vaso de corrupción que te opones a los deseos de mi alma! Eres delicado. Te hacen mal las austeridades, y necesitas que te regaloneen. Pero mi Jesús hará lo que quiera. Cúmplase en todo su santa voluntad. Esta cruel incertidumbre es una especie de agonía para mi alma. Mejor. Porque así puedo unirme mejor a mi Jesús en el Huerto y consolarlo un poco. Es el cáliz que me acerca a los labios, pero que creo no me lo hará apurar.
La Madre Ríos me dijo que rezaría mucho por mí y mi salud y que sólo pensara en que iba a ser esposa de Jesús.
Me recomendó para leer la vida de Santa Teresa y de Teresita del Niño Jesús. Yo le dije que la había leído varias veces y saco tanto provecho; pues su alma tiene algunos puntos parecidos a la mía. Y también porque yo como ella, he recibido muchos beneficios de Nuestro Señor, qué la hicieron que llegara muy luego a la perfección; mientras que yo le pago tan mal a Jesús. Esto me enternece y le prometo ser mejor.
La Rebeca llegó y tuve que retirarme con gran pena.