Ascensión del Señor al cielo de mi alma. Haré todas mis cosas en unión con El, por El y para El. Lo consolaré. Quiero ser crucificada. Y El me dejó sus clavos.
Cuanto más nos unimos al Creador, más nos aislamos de las criaturas. Jesús mío, Esposo de mi alma, te amo. Soy toda tuya. Sé Tú todo mío.
Mañana es el día de la Trinidad [1917]. ¿Encontrará el Padre la figura de Cristo en mí? ¡Oh, cuánto me falta para parecerme a El! No tengo todavía bastante virtud. Me abato muy luego. Sin embargo, soy más humilde o me humillo más y tengo más fe. Sin embargo, el otro día se portaron mal las chiquillas en la mesa y yo me impacienté; y después me dijeron que no era firme, pues las dejaba conversar. Yo dije que no hacían caso. Tuve harta rabia, y al ver a las chiquillas les dije: «¡Antipáticas!» ¿Habría obrado así Jesús? Claro que no. Las habría reprendido y no se habría disculpado ni habría insultado como yo lo hice. Es cierto que me vencí mucho; pero después conté mi rabia y al otro día les pedí perdón a las chiquillas, para humillarme. Estas caídas me sirven para reconocer que soy muy imperfecta todavía.
15 de junio 1917. No sólo soy Esposa de Jesús, sino que hoy me he unido más a El. Soy [su] hermana. Soy hija de María. Desde hoy como las princesas que las llevan al palacio del prometido para ser formadas como él, ahora también voy a entrar a mi alma, la casa de Dios. Allí me espera mi Madre y mi Jesús. ¡Oh, cuánto lo amo!
Me fui a confesar ayer [14.6.1917]. Me dijo el Padre tres cosas necesarias para no impacientarme:
1° No manifestar la rabia exteriormente;
2° Ser amable con la persona que me la proporciona;
3° Acallar, abatir la cólera en mi corazón.
Tres partes esenciales de la meditación: reflexión, coloquio, súplica.