Santiago, 18 de junio de 1918
Reverendo Padre:
Aunque eran grandes los deseos que tenía de escribirle, me había sido imposible hacerlo por falta de tiempo. Ahora que salí por el matrimonio de la Lucía, aprovecho para hacerlo, pues es mucha la necesidad que tengo de sus consejos.
Parece que N. Señor ha querido probarme durante el transcurso de este año, pues he sufrido bastante, sin tener a quién recurrir. He tenido muchas dudas respecto a mi vocación de carmelita. Dudas también respecto a la fe; de tal manera, Rdo. Padre, que a veces me preguntaba si existía Dios, pues me sentía completamente abandonada de El. Miraba mi crucifijo y todo me parecía una quimera. Lloraba e imploraba auxilio de la Virgen, y Ella tampoco me socorría. Hasta que N. Señor se compadeció y dejó oír su voz interiormente, e inmediatamente cesó todo y quedé inundada de paz.
Mi estado habitual es de una sequedad espantosa. Muchas veces en la comunión paso distraída. No siento el menor fervor sensible. Sin embargo, aunque no siento ese atractivo, no he dejado de comulgar. El año pasado me porté perfectamente en el colegio. Mas este año me ha sido imposible, aunque todos los días hago resoluciones de portarme bien. Además, vivía en la presencia de Dios. Es cierto que invoco a N Señor antes de algunos ejercicios; pero vivo tan poco recogida dentro de mi alma que, en la noche, me pregunto dónde ha estado mi espiritu todo el día, y no sé contestarme.
Respecto a las mortificaciones, siempre sigo sus consejos y he tomado la resolución de negarme en todo. En cuanto al cilicio, todavía no lo tengo en mi poder, porque resulta que la niña que me lo va a dar, no la he podido ver.
De salud, gracias a Dios, estoy mejor, porque el doctor conoció lo que tenía y me recetó remedios que me han hecho mucho bien. Eso sí, necesito tanto abrigo, que me da no sé qué abrigarme tanto, pero lo hago, pues lo necesito.
Oración como hacía el año pasado no he hecho, porque me aconsejaron que hiciera sólo los diez minutos que hacen las monjas. Pero hoy mi mamá me ha dicho que haga la meditación en la Misa, pero no sé en qué libro la haré. Por favor, Rvdo. Padre, hábleme sobre esto.
Las dudas que tengo respecto a las carmelitas es por mi poca salud y, además, porque estoy segura que mi papá se opondrá a ello. Cuando dudo, N. Señor me habla que esa es mi verdadera vocación. Entonces me someto a su voluntad.
Me falta un mes para salirme del colegio. Quiero ahora prepararme para resistir a los halagos del
mundo. Le aseguro, Rdo. Padre, que tiemblo, pues me siento tan débil de carácter. En fin, me pongo en los brazos de la Sma. Virgen y le pido todos los días que, si he de ser infiel a N. Señor, me lleve antes de salir del colegio.
Ya me voy a ir al colegio. Así es que concluyo pidiéndole, Rdo. Padre, se acuerde de esta pobre alma en sus oraciones, para que, despegada de todo afecto terreno, viva unida a Jesús, encontrando en El la dicha única y verdadera.
Déme permiso para renovar el voto que concluyó el día del Sdo. Corazón; pero lo renové hasta mi salida del colegio, pues no pude escribirle para solicitar su permiso, que creo no me lo negará.
Todas las semanas, Rvdo. Padre, ofrezco la misa y comunión por su santificación, para agradecerle cuanto le debo. Acuérdese de esta futura carmelita en el sacrificio de la misa y ofrézcala a N. Señor como víctima de amor y expiación.
Su a. S.S. en Jesús
Juana, H. de M.
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