30. Ud. no ha cometido ningún pecado mortal. Quiero servir a los demás, ser santa

30. Ud. no ha cometido ningún pecado mortal. Quiero servir a los demás, ser santa

Me confesé de los pecados de toda mi vida. Qué confusión de verme tan pecadora. Casi creí que iba a morirme de dolor. Cuando me preparé no sabía lo que me pasaba: veía en mi pobre alma pecados mortales tan grandes que me horrorizaba. Sin embargo, yo todos los días de mi vida rezaba a mi Madre tres Ave Marías para que me librara de tal desgracia; que prefería morir antes.
Sin embargo, ofrecí el sacrificio de no preguntarle al padre si había cometido pecados mortales y cuál no sería mi alegría al oír que el padre me decía:
“Usted por la gracia de Dios no ha tenido la desgracia de cometer ningún pecado mortal. Usted se ha expuesto y Dios, con amor, la preservó. Dele gracias de corazón. Y cuando no se ha perdido la inocencia bautismal, el voto de consagrarse a Dios no es ya de castidad, sino de virginidad. Ofrézcale, pues, su virginidad”.
Yo me quedé muda. ¿Cómo expresar lo que pasó por mi alma? En aquel instante sentía amor, y ese amor era puro, virginal. ¡Oh, qué grande es la misericordia de mi Jesús para esta su miserable esposa! ¡Cuántas gracias a mi Madre!

Agosto 14 [1917]. Siento tristeza, abatimiento. Trato de reprimirla. Estoy contenta por otra parte, pues me dieron para cuidar un curso de recreo: el de las más pequeñas. Estoy feliz, pues es una prueba de confianza de parte de la R. Madre. Sentí un poco de vanidad, pero la rechacé y se lo dije a Jesús, preguntándole qué debía hacer para no sentirla. Entonces me dijo que Él me daba su gracia para que fuera buena, y no apareciera mala como lo soy en realidad. He tenido hoy fervor y sobre todo mucho amor. Cuando me acerqué a comulgar, llegué a llorar. ¡Oh, qué bueno es mi Jesús! Le amo.
Siento tan difíciles de cumplir mis propósitos, pero Jesús me ha animado poniéndome ante mi vista su rostro despreciado, humillado. Le pido que me dé fuerzas.

Quiero desde hoy ser siempre la última en todo, ocupar el último puesto, servir a los demás, sacrificarme siempre y en todo para unirme más a Aquél que se hizo siervo siendo Dios, porque nos amaba. No me disculparé jamás, aunque sea injusto. Haré todas las cosas lo mejor que pueda por agradar no a las criaturas sino a Dios. Amaré las criaturas por Dios, en Dios y para Dios. Viviré constantemente en ese espíritu de fe. No despreciaré ninguna ocasión para humillarme y para mortificarme.
Cumpliré a cada instante la voluntad de Dios. Creo que en el amor está la santidad. Quiero ser santa. Luego me entregaré al amor, ya que éste purifica, sirve para expiar. El que ama no tiene otra voluntad sino la del amado; luego yo quiero hacer la voluntad de Jesús. El que ama se sacrifica. Yo quiero sacrificarme en todo. No me quiero dar ningún gusto. Quiero inmolarme constantemente para parecerme a Aquél que sufre por mí y me ama. El amor obedece sin réplica. El amor es fiel. El amor no vacila. El amor es lazo de unión de dos almas. Por el amor me fundiré en Jesús.
Nada he escrito sobre mis relaciones con el Carmen. La Chela Montes fue a Los Andes y mostró sus libretas donde yo le había escrito. Entonces le preguntaron mucho por mí. Y la Teresita, hermana de ella, le dijo que me había tenido en sus brazos cuando guagua. La M. Angélica me mandó un detente y me mandó decir que les escribiera. Así es que le voy a escribir.
Agosto 15 [1917]. Hoy, día de la Asunción, le he pedido a mi Madre me dé su corazón. Con ese tesoro lo tendré todo, puesto que en él está Jesús y todas las virtudes. He inventado otra manera de mortificarme antes de dormirme: poniendo los pies de punta, apoyando los dos sobre los dedos, me duele bastante; y no dejando escapar ningún actito por Jesús.