En 1907, murió mi abuelito como un santo. Me acuerdo perfectamente cuando nos fuimos al fundo – a Chacabuco – que estaba tan bien. Mi tía Teresa con los dos niños se fue con él y con nosotros, de quien no se separaba.
Todas las tardes nos hacía subir a caballo, sacando al cara o sello quién sería la primera. Siempre salía la Rebeca. Estaba bien, cuando una noche le vino el ataque de parálisis. Inmediatamente se lo trajo mi tía por tierra a Santiago, donde luego le dijeron que estaba sin remedio. Lo hacían sufrir con los remedios más terribles. Al fin mi pobre viejito no sabía cómo estaba. El 13 de mayo, día de su muerte, recibió los Sacramentos. Llamó a sus hijos. Los aconsejó. Al lado de su pieza estaba el oratorio. Principió a decirse la misa cuando lo vieron que tenía una cara de espanto y decía quítenlo y se cubría la cara con las manos. Eran las terribles tentaciones del demonio. Mi mamá le echó agua bendita y se fue el diablo. Después, lo tentó otra vez, y se fue para que su muerte fuera como su vida: en paz. Al levantar en la Consagración la Santa Hostia su alma se voló al cielo sin haberlo notado nadie. Parecía dormido. Su muerte fue la de un santo. Como lo fue su vida.
Inmediatamente se nos avisó a Chacabuco. Me acuerdo que estaba en cama durmiendo y nos fueron a avisar. Nosotras, chicas, no nos dimos mucha cuenta; pero no lloramos porque a Lucho, mi hermano sumamente enfermizo que hacía poco se había escapado de la muerte, no le querían decir. Así es que nosotras, sin hacer mucho esfuerzo, nos quedamos bien calladas. Cuando hacía rato nos estaban vistiendo, Lucho principia a gritar y a llorar amargamente. Fueron a verlo y decía: «¿Por qué‚ me han engañado? ¿Por qué‚ no me han avisado? Mi tata ha muerto». Y lloraba a mares. No se supo cómo lo había sabido, pues nadie se lo había dicho. Mi tata se lo avisó mientras dormía.
A los pocos días llegó mi tío Francisco llorando y diciendo las cosas más tristes, con lo que yo me puse a llorar, pero a mares, no pudiéndome consolar. Nos trajeron a Santiago y al encontrar la pieza vacía, me hizo una impresión tan grande que me parecía que todo se había acabado. Y andaba tan triste como no es posible imaginarse.
Al poco tiempo remataron la casa y el fundo, que lo dividieron en tres hijuelas. Con la hijuela del medio se quedó don Salvador Huidobro; con la de la cuesta, mi tío Francisco, y [con] la de los Baños, mi mamá . Con la casa de Santiago se quedó mi tío Eugenio.
Nosotros nos cambiamos a la Calle Santo Domingo casa como la otra, llena para mí de recuerdos muy gratos. Me pasó aquí una cosa digna de contarse. En la noche cuando se nos apagaba la luz del cuarto pero todavía quedaba la luz del cuarto de mi mamita, yo veía aparecer a mi tatacito a los pies de la cama de la Rebeca; pero lo veía nada más que la mitad del cuerpo. Se me apareció ocho días seguidos. Yo me moría de susto y me pasaba a la cama de la Rebeca. Desde allí no lo veía.