Agosto 7 [1918]. Entro al retiro: «Hablad, Señor, que vuestra sierva escucha». Quiero decir con la Sma. Virgen: «Fiat mihi secundum Verbum tuum». Mi casita estará cerrada para todo lo del mundo y abierta sólo para el cielo. Como Magdalena, me pongo a oír de N. Señor «la única cosa necesaria». Quiero guardar el silencio y mortificar la vista.
FIN DEL HOMBRE.- Amar y servir a Dios, y así, alcanzar el Cielo. Qué fin más grande: conocer a Dios, ese Dios infinito en perfecciones, ese Dios eterno, inmutable, todopoderoso, misericordioso y bueno. Ese Dios es mi fin. ¡Quién eres Tú, Dios mío y quién soy yo? Yo criatura formada por tus manos, criatura sacada de la nada, formada de barro, pero con un alma a semejanza de Dios, inteligente y libre, destinada a darte la gloria del mundo visible. Dios mío, somos tan miserables que nos rebelamos contra Ti, Nuestro Creador. ¡Perdón! y en vez de amarte, te ofendemos. Un solo mandamiento nos habéis impuesto y ese no lo cumplimos. ¿De qué te sirve ganar el mundo entero, si pierdes el alma? ¿Qué importan las riquezas, los honores, las glorias, los cariños humanos, que pasan y concluyen, en comparación de mi alma, que es inmortal y que vale la sangre de Jesucristo, de mi Dios? Cuánto valdrá que el demonio la acecha para perderla. Ahora o salvo mi alma, o la condeno para siempre. De aquí que quiera salvarla.
PROPÓSITOS.- Mi fin es amar y servir a Dios. Luego, si amo a Dios, cumplo su divina voluntad. ¿Cuál es su voluntad? Que le siga y que sea perfecta. ¿Cómo alcanzaré más fácilmente la perfección? Por medio de los consejos evangélicos: obediencia, castidad, pobreza. Debo seguir a Jesucristo donde me llame, pues en ello va mi salvación.
EL PECADO.- Sólo su nombre me estremece. Es rebelión contra ese Dios tan santo. Un pecado bastó para que los ángeles cayeran en un momento al infierno. El pecado original fue el que trajo la muerte al mundo y por fin, el que crucificó a N. Señor en el Calvario. ¡Oh, qué horror, Dios mío! Mil veces morir [antes] que ofenderte ni aún levemente, pues eres mi Padre, mi Amigo mi Esposo adorado. Has castigado tantas veces un pecado venial a Sara, a Moisés, David, etc., y no me castigas a mí que te he ofendido miles de veces. ¡Perdón!
LA MUERTE.- Todos tenemos que morir. Todo pasa y nosotros también. Cada día nos acercamos a esa eternidad. ¿Para qué apegarnos a la cosas que mueren? Los honores no son nunca semejantes a la virtud y son criaturas miserables las que los tributan. Las riquezas se pierden en sí. No valen nada y no dan la dicha.
Los aplausos, el cariño se apagan y se extinguen a cualquier desengaño. Sólo Dios nos puede llenar. El es la verdad y el bien inmutable. El es el amor eterno. ¡Oh, Jesús mío y Madre mía, que pertenezca a El para siempre! Que nada me llame la atención en la tierra, si no es el Sagrario. Consérvame pura para Ti. Que cuando muera pueda decir: qué felicidad que al fin me perderé en el Océano infinito del Corazón de Jesús, mi Esposo adorado.
EL JUICIO.- De tres cosas daremos cuenta: de los beneficios, y de nuestros pecados y de nuestras obras, según sea la intención.
¡Oh Dios mío, no soy una santa a pesar de llenarme de beneficios! Perdóname, que lo seré de ahora en adelante. ¡Madre mía, haced que sea santa!
Me fui a confesar. Estoy muy consolada. Le dije todo al Padre. Me satisfizo por completo. Quiere que duerma siete horas. Me dio permiso para ponerme cilicios tres veces a la semana, una hora. Me dijo que hiciera tres cuartos [de hora] de oración por la mañana y un cuarto por la tarde. Que renovara el voto hasta el ocho de septiembre.
EL INFIERNO.- No me conmueve tanto. El pensamiento de Santa Teresa, sí: «Los condenados no podrán amar a Dios».
EL HIJO PRODIGO.- Jesús mío, he aquí lo que más me ha conmovido: tu amor, Jesús, para con una criatura tan ingrata. Yo me postro a tus pies y allá, confundida, te pido perdón. Sí, Jesús mío. Desde ahora quiero vivir siempre a tu lado. ¡Oh amor, consume a esta criatura miserable!
¡LA CENA.- Me pasa que cuando hablan de la Eucaristía siento algo tan extraño en mí, que no puedo pensar ni hacer nada. Como que me paralizo y creo que, si en ese instante me vinieran ímpetus de amor, no los podría resistir. ¡Jesús mío, me anonado ante tu amor! ¡Tú, Dios del cielo, de la tierra, de los mares, de los montes, del firmamento tachonado de estrellas; Tú, Señor, que eres adorado por los ángeles en éxtasis de amor; Tú, Jesús-Hombre; Tú, Pan! ¡Ah, anonadarse, todo es poco! Si nos hubieras dejado una reliquia tuya, sería una muestra de amor digna de nuestra veneración; pero quedarte Tú mismo sabiendo que serías objeto de profanaciones, sacrilegios, ingratitudes, abandonos, ¿Estás loco, Señor, de amor? No en un punto de la tierra sino en todos los Tabernáculos de la tierra. ¡Oh Señor, qué bueno eres, qué amor tan grande que llegas hasta parecer nada! Más aún, Tú desapareces para dejar ver una criatura, una nada criminal.
LA PASION.- Padece desde que nace, porque El ve lo que va a sufrir. Ansía padecer y aparta a San Pedro escandalizado, cuando éste le dice que no muera. Padece porque quiere y es un Dios infinito que padece por los pecados de una criatura suya vil y miserable. Padece injurias, padece en el espíritu, padece en el cuerpo.
LA OBEDIENCIA.- 1°, obedecer con espíritu de fe, viendo en los superiores a Dios; 2º, obedecer como obedecía Nuestro Señor en Nazaret.
EL CIELO.- Poseer a Dios, verle cara a cara, amarle por una eternidad. Comprender todos los misterios, conocerle a El. ¡Qué felicidad!