Gloria a solo Dios.
¡Qué impresión tan diversas he sentido! De pesar, por dejar mi querido colegio, mis Madres y compañeras, a quienes estoy tan reconocida. ¡Qué buenas son para mí, qué cariño me demuestran siendo yo tan indigna de ello! Cumplí mi sacrificio sin llorar. Verdaderamente sentía en mí una fuerza superior a las mías: era Jesús quien me hacía tener valor en ese instante. Sentía que mi corazón se hacía trizas al decir el adiós a mi vida de colegiala, y, sin embargo, no lloré pues así lo había prometido a N. Señor para prepararme al gran sacrificio que debo realizar dentro de meses.
Por otro lado, sentía el atractivo del hogar, de la vida de familia que abandoné cuando era tan niña; de volver al seno de los míos para hacer el bien, para sacrificarme por cada uno de ellos a cada Instante. Mas también dejaba a la Rebeca. Era la primera vez que nos íbamos a separar. Era el preludio de nuestra separación aquí en la tierra; mas en ello veo la mano cariñosa de mi buen Jesús, que así prepara nuestros corazones para hacer el sacrificio.
Mi corazón estaba también preso del temor. Se abría ante mis ojos una senda desconocida, y siempre lo desconocido produce desconfianza. Además, iba a entrar al mundo; ese mundo tan perverso. Me iba a sumergir en la atmósfera fría, glacial de la indiferencia social. ¿Sucumbiría en ella? ¡Oh, sólo Dios sabe lo que sufrí!
Añádase a esto que las Madres creían que yo me salía porque quería. Cuán distante estaba yo de hacer mi voluntad. Eran las circunstancias las que me obligaban a dejar mi querido colegito, asilo de paz, de inocencia y alegría. Era, ante todo, la voluntad de Dios que me llamaba con premura. Hoy que ya me encuentro en el mundo y veo cuál es mi vida, encuentro que la vida en Dios puede continuarse más aún que en el colegio. ¡Cuántos sacrificios que son desconocidos para todos! Además mi vida es de más oración. Paso muchas veces sola en mi pieza con sólo Dios. El estudio me ocupaba más el pensamiento. Ahora sólo debo pensar en El.