Agosto 25 [1918]. Me salí del colegio hace ya catorce días y la vida que en el colegio me parecía un misterio, se desliza, gracias a Dios, tranquilamente. Todos los días voy a comulgar y hago mi oración de tres cuartos de hora. Trato de vivir continuamente en la prsencia de Dios.
¡Qué bueno es N. Señor! ¿Cómo no amarlo? El mismo día que salí al mundo me dio una amiga que es un ángel. Pensamos en todo igual y tenemos nuestras almas tan parecidas, aunque ella es una santita y yo una miserable. Pasamos por las mismas circunstancias y tenemos que disimularlas muy bien. Tanto que aparentamos que no somos amigas, pero salimos juntas y entonces aprovechamos para conversar.
Hoy, N. Señor, en la meditación, me hizo ver su gran amor: cómo se humilló y rebajó hasta parecer loco, pecador, blasfemo, impuro, ladrón. Me dijo que, para llegar a unirme a El enteramente, era preciso morir a mí misma, amarlo a El más que a mí misma. Me enseñó cómo debía morir: 1° Buscando las humillaciones y no buscando los honores, las honras, etc.; 2° Cuando me vengan pensamientos de orgullo, humillarme delante de N. Señor, comparando su inteligencia infinita con la mía pequeñísima, y decir disparates para ser humillada como Cristo que pasó por un loco; 3° Mortificar la voluntad, no dándome gusto en nada y amando las humillaciones, 4º Viviendo unida a El en mi alma y allá amarle. ¡Oh, le amo! ¡Nadie es como El! Es eterno y las criaturas mueren. Es inmutable y las criaturas cambian. Es todopoderoso y las criaturas, impotentes. Es sabio. Conoce el pasado, el presente, y el porvenir, y las criaturas apenas saben ciertas ciencias.
N. Señor me libra de todos los paseos; el único a que he asistido ha sido al teatro. Qué impresión me produjo la primera vez. ¡Qué indecencia tan grande! Qué pena sentía al ver que esas mujeres son tan sin pudor. Cómo se ofende a Dios allí. Mi alma permaneció unida a El. La Virgen me protegió extraordinariamente. No me acordé de llevar un rosarito para rezarlo y lamentaba esto; cuando salgo a pasearme en el fóyer, Lucho me dice que se ha encontrado un rosarito. Me lo muestra y yo, desentendidamente, me quedé con él y después lo pude rezar. ¡Cuántas gracias elevó mi alma hacia esa Madre celosa de la pureza que le he encomendado. Las otras veces me tocaron piezas buenas. No sabía cómo darle gracias a mi Jesús.
Cuántas tentaciones he tenido que vencer para no pololear. No puedo negarlo. Me encanta pololear por diversión. Sin embargo, veo que no lo puedo hacer, pues sería una ingratitud para con mi Jesús.