15 de enero 1919. Estoy en el campo. Qué pena tengo, pues no puedo ni hacer oración, pues ni aun puedo estar sola. Mas estaré unida a mi Jesús. Todo se lo ofrezco a El, pues es ésta su voluntad
Oración que [he] tenido. En las noches he tenido mucho fervor y N. Señor me dio a entender su grandeza y al propio tiempo mi nada. Desde entonces siento ganas de morir, de ser reducida a la nada para no ofender a N. Señor, para no seguir siéndole infiel. A veces deseo sufrir las penas del infierno con tal de amarlo y pagarle sus gracias en alguna manera.
27 de enero [1919]. Leí en la mañana la «Suma Espiritual» de San Juan de la Cruz y tengo tanto amor, que Dios no se aparta de mi pensamiento y es tal la intensidad de amor que experimento, que me siento sin fuerzas, desfallecida y algo como si estuviera en otra parte, no en mí misma.
Sentí un gran impulso por ir a la oración. Principié por mi comunión espiritual, pero al dar la acción de gracias, mi alma estaba dominada por el amor. Las perfecciones de Dios se me presentaron una a una: la Bondad, la Sabiduría, la Inmensidad, la Misericordia, la Santidad, la Justicia. Hubo un instante que no supe nada. Me sentía en Dios. Cuando contemplé la justicia de Dios, me estremecí. Hubiera querido huir o entregarme a su justicia. Vi el infierno, cuyo fuego lo enciende la cólera de Dios, y anonadándome pedí misericordia y me sentí llena de ella. Vi lo horrible que es el pecado. Quiero morir antes que cometerlo. Le prometí ver a Dios en sus criaturas y vivir muy recogida. Me dijo tratara de ser muy perfecta y cada perfección suya me la explicó prácticamente. Que todas mis acciones las hiciera con perfección para que entre El y yo hubiera unidad, pues no sabía si yo hacía algo imperfecto. Después, quedé que no sabía cómo tenía la cabeza, y temía presentarme ante los demás, porque creía tener algo todavía que se me notara. Creo haber pasado más de una hora. En la tarde no tuve mucho fervor, pero sí he pasado recogida.
28 de enero [1919]. Hice mi oración. Sentía amor y unión con Dios. Sin embargo, tuve muy poco recogimiento. Me mantenía a ratos sin pensar en nada. Me quedé recibiendo pasivamente los rayos del Sol divino. N. Señor me pidió obedeciera por fe. Me dijo que quería de mí la pureza más grande. Que viviera sin preocuparme de las cosas del cuerpo tal como si éste no existiera. Que no me diera ninguna comodidad. Que viviera sólo viendo a Dios y a mi alma en todo. No tocara, si no era por necesidad, ni a mi propia madre. Después sentí el dolor de la separación y también miedo de la vida tan austera que llevaré. Pero luego me tranquilicé poniendo en Dios mi confianza.