51. En comunión perpetua con Jesús

51. En comunión perpetua con Jesús

21 de febrero [1919]. Por fin me puse al corriente en mi diario.

Vengo saliendo de mi meditación. Leí primero en el libro que dio el Padre las excelencias de la vocación. Antes, comulgué espiritualmente y N. Señor me dijo quería que viviera con El en una comunión perpetua, porque me amaba mucho. Yo le dije que si El quería, lo podría pues era todopoderoso.

Después me dijo que la Sma. Trinidad estaba en mi alma; que la adorara. Inmediatamente quedé muy recogida, la contemplaba y me parecía estaba llena de luz. Mi alma estaba anonadada. Veía su Grandeza infinita y cómo bajaba para unirse a mí, nada miserable, El, la Inmensidad, con la pequeñez; la Sabiduría, con la ignorancia; el Eterno, con la criatura limitada; pero, sobre todo, la Belleza, con la fealdad; la Santidad, con el pecado. Entonces, en lo íntimo de mi alma, de una manera rápida, me hizo comprender el amor que lo hacía salir de Sí mismo para buscarme; pero, esto fue sin palabras y me encendió en el amor de Dios.

Después medité cómo Dios me llamó prefiriéndome a tantos seres que nunca le habrían ofendido y habrían correspondido a su amor siendo santos, mientras yo no correspondo a sus favores. Entonces le pregunté que por qué me llamaba. Entonces me dijo que El había hecho mi alma y todo lo que ella debía hacer y cómo lo debía hacer; que vio cómo lo correspondería ingratamente y, a pesar de esto, El me amó y se quiere unir a mí. Vi que ni aún con los ángeles se une y sin embargo, con una criatura tan miserable se quiere unir; quiere identificarla con su propio ser, sacándola de sus miserias para divinizarla, de tal manera que llegue a poseer sus perfecciones infinitas.

Todo esto me hace como salir de mí y cuando abro los ojos me parece que vuelvo de otra parte. Le pregunté qué quería de mí; cómo le correspondería a su amor. Me dijo que evitando todo pecado y obedeciendo a sus inspiraciones. Me ofrecí para consolarlo. Me dije ¿de qué consuelo puedo servir a Dios yo que soy nada? Pero El me dijo que El me amaba; que se preocupaba de mí, que ese deseo le agradaba. Entonces uní mis deseos de reparación a los deseos de N. Señor, a los de la Virgen y a los ángeles y santos.

En la tarde. Medité en la Oración del Huerto. N. Señor me acercó a El. Vi su rostro moribundo. Lo sentí helado. El rogó por mí a su Padre para que al menos yo no le abandonara y le fuera fiel. Sentí fervor y dolor de ofenderlo.

22 de febrero [1919]. Estoy en la meditación. N. Señor me dijo meditara sobre la pureza de la Virgen. Ella, sin decirme nada, me principió a hablar. Yo desconocí su voz y pregunté si era Jesús. Ella me contestó que estaba dentro de mi alma N. Señor; pero que Ella me hablaba. Me dijo apuntara lo que me decía acerca de la pureza.

1º Ser pura en el pensamiento: es decir, que rechazara todo pensamiento que no fuera de Dios para que así viviera constantemente en su presencia. Para esto debía procurar no tener afecto a ninguna criatura.

2º Ser pura en mis deseos, de tal modo que sólo deseara ser cada día más de Dios; deseara su gloria, ser santa y obrar en mis obras con perfección. Para esto, no desear ni honra ni alabanzas, sino desprecio, humillación, pues así agradaba a Dios. No desear ni comodidades ni ninguna cosa que halague mis sentidos. No desear ni comer ni dormir sino para servir mejor a Dios.

3° Ser pura en mis obras.

– Abstenerme de todo aquello que pueda mancharme, de aquello que no sea admitido por el Dios que quiere mi santificación; hacerlas por Dios lo mejor que pueda, no porque me vean las criaturas.

– Evitar toda palabra que no sea dicha por Dios, por su gloria. Que en mis conversaciones siempre metiera a Dios.

– Que no mirara nada sin necesidad, sino para contemplar a Dios en sus obras. Que me figurara que Dios me miraba siempre.

– Que en el gusto me abstuviera de aquello que me agradaba. Si tenía que comerlo, no me complaciera en él, y se lo ofreciera a Dios, porque me era necesario para servirle mejor.

– Que el tacto lo mortificara no tocándome sin necesidad yo misma, ni a ninguna persona.

+ En una palabra, que todo mi espíritu estuviera sumergido en Dios de tal manera que me olvidara enteramente de mi cuerpo. Ella había vivido así desde que nació; pero le había sido más fácil, pues siempre estuvo llena de gracia.

Que hiciera todo lo que fuera de mi parte para imitarla; pues así Dios se uniría íntimamente a mi.

Que rezara para conseguirlo. Así reflejaría a Dios en mi alma.

Noche del mismo día. He pensado continuamente en Dios ¡Gracias a Dios!