24 [2.1919]. No podía recogerme, pero N. Señor, desde lo íntimo, me dijo que lo adorara y me quedé muy recogida. En la tarde salgo a consagrar las casas al Sdo. Corazón. Con qué amor y gusto lo hago. Pero qué pena me da que mi Jesús no pueda alojarse en todas.
25 [2.1919]. Estaba haciendo mi oración y me la interrumpieron. Pero N. Señor permitió que quedara muy unida a El.
26 de febrero [1919]. Hice mi oración. No tuve ni recogimiento, es decir, interno, ni fervor. Tampoco sentía amor, ni oí la voz de N. Señor. Sin embargo, sentía consuelo de estar con Dios. Al fin de la oración, deseé morir para no seguir ofendiendo a Dios y sentía muchas ganas de derramar mi sangre al ver la ingratitud de mi parte y la bondad y misericordia de Dios. Al fin, Dios me dio a entender su amor infinito.
En la tarde estaba muy recogida, adorándolo con mucho amor y sentía no poder estar en el Carmen para vivir siempre adorándole. Mi meditación fue -porque N. Señor me lo dijo- sobre las Tres Divinas Personas: cómo el Padre, conociéndose, engendra al Verbo y, amándose, al Espiritu Santo, y las operaciones que ejerce en las almas cada Persona. Pero no estuve todo el tiempo en esta oración pues después medité en las palabras del Señor: «Velad y orad para que no caigáis en tentaciones», etc. Tomé el propósito de ser muy recogida.
27 de febrero [1919]. No tuve fervor en la oración. Gran sequedad; pero Dios se me manifestó, sin hablarme. muy interiormente. Medité sobre el voto de pobreza, que consiste en no poseer nada, ni aun nuestra voluntad ni juicio. En no desear nada. Ninguna comodidad. Rechazar todo pensamiento de ambición. Desear ser tratada como pobre esclava. Ser pobre de manera que aparezcamos así ante todos. No quejarnos nada. Dar gracias a Dios cuando nos falta algo. Dios me dio a entender que yo estaba apegada a los consuelos y gustos sensibles de la unión divina. Sufro al ver que N. Señor, para atraerme, me da consuelo. ¡Cuán miserable me ha de encontrar! Y sufro también de ver que no hago nada por Dios. Quisiera martirizar mi carne para demostrar mi amor a Dios. También me dio a entender que no en ese recogimiento sensible estaba la unión divina, sino en la perfección de mi alma; en imitarlo y en sufrir con El. No en las locuciones, pues de éstas no debía hacer caso, sino en ser verdaderamente santa, teniendo sus perfecciones.
He vivido recogida. Mi resolución fue renunciar a toda comodidad, a mis gustos y a mi propia voluntad, teniendo en cuenta que soy una pobre esclava que nada posee, sino que Dios me lo da todo. Lo cumplí.
3 de abril [1919]. Hace tiempo que no escribía mi diario, cuyas hojas muy pronto voy a entregar al fuego. Es preciso que, cuando me encierre en el Carmelo, mueran todos estos recuerdos del destie-rro, para no vivir sino la vida escondida en Cristo. Mi mamá y la Rebeca me lo han pedido, pero son cosas tan íntimas del alma que a nadie, a ninguna criatura, le es permitido penetrar. Sólo Jesús lo puede leer. Su mano divina tiene la delicadeza suficiente para tocarme y no herirme. Además, encierran estas páginas tantas miserias, tantas infidelidades y todo el amor de ese divino Corazón para con esta alma tan infiel, que sólo por ese motivo me gustaría lo leyesen. Mas, hay favores que Dios hace a las almas escogidas que no se deben saber y que sólo el alma debe recordar.
Hoy ha nacido una sobrina. La he esperado con una angustia y un temor indescriptibles. ¡Qué grande es el poder que manifiesta Dios en la obra de la generación humana! ¡Qué sabiduría que pasma al corazón y al entendimiento que lo contempla!