[Abril 3.1919]. Le escribí a mi papá solicitando su permiso y no he obtenido respuesta alguna. Mi alma sufre lo indecible. Va a llegar y tendré que salirlo a recibir, sin saber qué acogida me dispensa-rá. Tendré que sostener esa mirada que me dirigirá llena de tristeza y amarga reconvención. O quizás tomará una actitud indiferente. ¡Oh, Jesús mío, qué cruel martirio! Mas todo es por tu amor. Si por Ti no fuera, jamás habría tenido el suficiente valor para darle esta pena. Mas siendo Tú, todo desaparece.
Mis hermanos están preocupados porque no me gusta salir y quieren que salga, y me reconvienen por no hacerlo. El mismo día que mandé la carta todos se fueron contra mí; mas, aunque esto sufra y mucho más, ¿se puede comparar con el gran bien que disfrutaré? Jesús, estoy feliz porque sufro. Deseo sufrir más: pero no te pido otra cosa sino que se cumpla en mi tu divina voluntad.
Hoy me sentía aniquilada; pero estreché mi crucifijo y le dije tan solo: «Te amo». Esto basta para reanimarme.
N. Señor es demasiado bueno. Mi papá, en la tarde, escribió a mi mamá y está lleno de ternura para mí y dice que cree está obligado a darme su consentimiento; pero que lo pensará. ¿Podré tener palabras para mi Jesús? No. El lee lo que mi alma experimenta ante las finezas de su amor. Me pongo indiferente a su divina voluntad. Para mí es lo mismo me dé el permiso para irme en mayo o que no lo consienta; lo mismo que me deje ser carmelita como no serlo. Es verdad, sufriré. Pero como sólo busco a El, teniéndolo contento, ¿qué me puede importar lo demás? Si El lo permite, yo me someto a su querer, ya que he hecho lo que El me ha ordenado.
4 de abril [1919]. Mi papá aún no llega. Hoy llega en la noche. Creo que la Sma. Virgen querrá ser la portadora de la voluntad de Dios mañana sábado. Noto que mi alma está como adormecida. A veces siento fervor en la oración, otras veces no; y, sin embargo, tengo ansias de tener oración; pues todos estos días no he tenido; mas cuando quiero meditar no puedo discurrir. Parece que una nube espesa me oculta al Amado de mi corazón y mi alma quisiera sumirse en la contemplación de las perfecciones de ese adorable Ser y no puede. Sufro mucho. Lo amo. Siento ese amor, pero no encuentro consuelo alguno. Parece que mi alma anhela suspenderse sobre lo de la tierra, y como que se siente atraída por Dios, y no puede elevarse; no puede contemplarlo.
Asistí a la Hora santa. Habló el P. Falgueras de los medios para unirse con Dios. Conformar el pensamiento humano con el divino, Apreciar lo que Dios aprecia. Despreciar lo que Cristo despreció. Los sufrimientos, humillaciones, desearlos. En cambio, los honores, riquezas y vanidades, despreciarlas. ¿Las desprecio yo como es debido? No. Me gusta más ser alabada que despreciada. Y tampoco me gusta aparecer pobre. Sin embargo, le pido no se preocupe mi mamá de arreglarme, y así El me ha oído, porque no me han comprado vestidos, pues no vale la pena, si me voy. También le pido humillaciones: todas las que quiera enviarme su divina voluntad.
Habló también cómo era necesario unir nuestra voluntad a la de Dios, siendo fiel a sus inspiraciones, no negándole nada. Es cierto que a veces no respondo a su llamado; pero casi siempre sí. Le pedí perdón por mis pecados. Me sentí tan pecadora que me eché a sus pies y le pedí curara mis llagas.
También habló cuán necesario era vivir constantemente contemplando a Dios, sobre todo a Jesucristo, pues la Humanidad es la puerta que hay que franquear para entrar en la Divinidad. Que en la oración penetraríamos en los sentimientos y afectos de ese Corazón divino para imitarlo y compenetrarnos de ellos. Le prometí vivir sólo para El, no dejar mi oración sin un gran motivo o impedimiento, y vivir según el reglamento, pues encuentro que pierdo el tiempo.