14 de mayo de 1919. Hace ocho días que estoy en el Carmelo. Ocho días de cielo. Siento de tal manera el amor divino, que hay momentos creo no voy a resistir. Quiero ser hostia pura, sacrificarme en todo continuamente por los sacerdotes y pecadores. Hice mi sacrificio sin lágrimas. Qué fortaleza me dio Dios en esos momentos. Cómo sentía despedazarse mi corazón al sentir los sollozos de mi madre y hermanos. Pero tenía a Dios y El sólo me bastaba.
N. Señor me reprocha las menores imperfecciones y me pide los sacrificios más pequeños; pero me cuestan tanto que es inconcebible. Me pidió que viviera en un recogimiento continuo. Que no mirara a nadie. Que todo lo hiciera por amor. Que obedeciera a la menor indicación. Que tuviera mucho espíritu de fe.
17 de Mayo 1919. He sentido mucho amor divino. En la oración sentí que el Sdo. Corazón se unía a mi. Y su amor era tanto que sentía todo mi cuerpo abrasado en ese amor y estaba sin sentir mi cuerpo. Me tocaron para que me sentara, y me produjo una sensación tan desagradable que me puse a tiritar. El amor de Dios se me manifestó de tal manera que no sabía lo que me pasaba. Pasé así cerca de una hora tres cuartos. N. Señor me dijo me abandonara a El totalmente y que atrajera muchas almas al abandono total de sí mismas. Me ofrecí como víctima para que manifestara a las almas su infinito amor. Me dijo que todo lo hiciera uniéndome a El.
20 de mayo [1919]. Me confesé con el Padre Avertano. He dado gracias a Dios por haberme dado un director tan docto y santo. Me dijo que en las hablas que sintiera interiormente tuviera prudencia. Que nunca le preguntara nada a N. Señor, ni tampoco le pidiera cruz, porque tendría sufrimientos que se igualarían a las penas de un condenado. Me siento feliz de poder sufrir algo por Dios. Que no hiciera caso a la voz que sintiera interiormente, si me mandaba algo extraordinario, hasta la cuarta vez y, entonces, consultarlo.
Que cuando sintiera turbación o que me mandara algo fuera de lo concerniente a mi estado, no hiciera caso. Que sólo en aquello que N. Señor me enseñara a practicar virtudes o corregir defectos, sólo en eso lo escuchara y atendiera. Que mi intención fuera sólo agradar a Dios. Que sobre este punto hiciera mi examen particular. [Que] de tal manera obrara independiente de las criaturas, que me creyera sola en el convento. Que no quisiera atraerme las simpatías y el cariño de las criaturas; antes al contrario, no buscara sino el desprecio, pero que no me singularizara en nada exteriormente. Cuando rectificara mi intención corriera la cuenta de la conciencia y, cuando buscara agradar a las criaturas, corriera la cuenta de los defectos.
Que con todas mis hermanas fuera igualmente amable. Y no ser más atenta con aquella que me mire más [o] me dirija más la palabra. No buscar ser despreciada, sino siempre mantenerme indiferente. Lo mismo respecto a la cruz. En cuanto a la obediencia, no me obliga en aquello que perjudique mi salud. Respecto a las mortificaciones, no tratar de matar el cuerpo, sino incomodarlo. Que en la oración no buscara la imagen, sino el concepto puro de Dios; porque si lo imaginaba, lo empequeñecería.