Jesús y Maria 29 de enero 1919
Reverendo Padre:
Antes de pronunciarme decididamente por la vocación que debo seguir, he querido tomar el consejo suyo; pues Ud. me ha conocido desde chica.
En mi carta anterior, le expuse a Ud., Rdo. Padre, las dudas que tenía, entre el Sagrado Corazón y las carmelitas. Mi mamá tuvo la gran bondad de llevarme a Los Andes, con quien tenía relaciones por carta desde hacia más de un año. La vista del convento que es muy pobre, me atrajo favorablemente. Pero más aún supe apreciar la felicidad de ser carmelita cuando hablé con la Madre Priora. Ella me expuso con sencillez la vida de la carmelita y sentí en el fondo de mi corazón que Dios me quería allí. Hacía varios días estaba en una inquietud muy grande que trataba de reprimir pero todo era inútil; y cuando llegué al convento, mi corazón rebosaba de felicidad y gozaba de una paz inalterable.
Le diré ahora las razones que tengo para querer ser carmelita. La es por la vida de oración que allí se vive, vida de íntima unión con Dios. Nada de trato con el mundo ni de criaturas. La carmelita vive en Dios, por Dios y para Dios. Creo que la oración no me cansará -así lo espero-, pues mi alma siente cada día más la necesidad más apremiante de orar, de unirse a Dios, de tal manera, Rdo. Padre, que ahora paso constantemente en oración. Lo adoro allí en el fondo de mi alma a mi Jesús, y todo lo que hago lo hago con El y por su amor. Todos los días tengo una hora de oración por la mañana, y media hora en la tarde. Esas horas son para mi un ratito de cielo, a pesar que a veces no puedo recogerme.
2a La soledad. Muchas veces siento verdaderas ansias de estar sola. El trato con las criaturas me hastía. Me siento feliz cuando estoy sola, porque estoy con Dios.
3a La pobreza del Carmen me encanta; pues no teniendo nada el corazón permanece puro, sólo para Dios. Además, siendo pobre me pareceré más a Aquel que no encontró donde reclinar la cabeza.
4a La penitencia me atrae: castigar el cuerpo que tantas veces es causa de pecados, hacerlo padecer a ejemplo de Cristo. Además, teniendo el cuerpo sufriendo hace que se le someta al alma.
5a El sacrificio de esta vida tiene atractivos especiales para mi; y mas aún cuanto que todo lo que sufre en su espíritu y en su corazón permanece en el silencio, sin que ninguna criatura lo comprenda. Sólo lo sabe Dios.
6a El fin de la carmelita -que es rezar por los sacerdotes para que se santifiquen, y por los pecadores para que se conviertan- no puede ser mejor. La carmelita se santifica a sí misma para santificar a todos los miembros de la Iglesia. ¿Qué fin más noble puede proponerse?
Yo sé que encontraré muchas dificultades por parte de los míos para irme, pues siendo una Orden
cuyos fines se desconocen y no se comprenden, es calificada por el mundo por inútil. Mas por todo quiero pasar con tal de cumplir la voluntad de Dios. El será mi apoyo y fortaleza.
He preferido Los Andes por ser más apartado de las grandes ciudades -lo que hace más dificultosa la ida a ésa- manteniéndose completamente separado del mundo. También porque creo son muy austeras y muy observantes de su Regla y tienen muy arraigado el espíritu de Santa Teresa. Yo fui también a hablar con la Priora -del Carmen Alto creo es- en la Alameda; pero me causó una impresión completamente desfavorable. Ignoro por qué fue. Quizás seria, como ella no me conocía no se manifestó tal cual era. También me manifestó la vida de la carmelita. Sin embargo, no sentí ningún atractivo por el convento. Además noté que la monja del torno preguntaba por todas las cosas del mundo, lo que me desagradó. En cambio, en Los Andes sólo hablamos de Dios; sólo nombramos a ciertas personas para encomendarlas a las oraciones.
Las conocí a todas las monjas, porque corrieron el velo del locutorio. Me encantó la sencillez, la alegría y familiaridad que reinaban entre ellas. Creo han de ser muy santas, pues yo saqué mucho provecho de la visita. He quedado en mucha paz y recogimiento. También sus oraciones casi siempre N. Señor las escucha, pues ya varias cosas se me han cumplido de las que les he recomendado.
En cuanto a la salud, gracias a Dios, estoy muy bien, y creo ese clima no me sentará mal, pues es el mismo de Chacabuco, al que estoy acostumbrada. Además, si Dios me ha proporcionado los medios para ir, arreglando todas las circunstancias para el viaje, y que encontrara yo esa paz y felicidad que tanto tiempo no tenía, ni aún en el Carmen de Santiago, todo esto -Ud., Rdo. Padre lo verá- creo es una manifestación de la voluntad de Dios.
También deseo exponerle los temores que me vienen por creer que el alma que se entrega a la oración ha de sufrir muchos engaños; y a veces llego a creer que todo es ilusión, con lo que sufro muchísimo. Pero me parece que son tentaciones del demonio, pues si una alma espera y cree en Dios, no es confundida.
Le expondré con toda sinceridad acerca de mi oración, pues me figuro ando engañada; así le ruego me diga qué camino debo seguir. Mi oración consiste casi siempre en una íntima conversación con Nuestro Señor. Me figuro que estoy como Magdalena a sus pies escuchándole. El me dice qué debo hacer para serle más agradable. A veces me ha dicho cosas que yo no sé. Otras veces me dice cosas que no han pasado y que después suceden, pero esto es en raros casos. Me ha dicho que seré carmelita y que en mayo de 1919 me iré. Esto me lo dijo de este modo: le pregunté que de qué edad me iría. Entonces me dijo que de 18 años y que me faltaban 5 meses y sería en mayo. Todo esto me lo dio a entender rápidamente, sin que yo tuviera tiempo para sacar la cuenta de que el quinto mes era mayo. Después la saqué y vi que, efectivamente, para mayo faltaban cinco meses; por esto vi que no era yo la que me hablaba. Otras veces me dice cosas que yo no recuerdo y que, aunque quiero, no puedo hacerlo. Pero me ha pasado creo dos veces que, preguntándole yo una cosa, El me la ha dicho y después no ha sucedido; por lo que yo temo ser engañada.
Otra vez estaba delante del Santísimo en oración con mucho fervor y humildad; entonces me dijo que quería que tuviera una vida más íntima con El; que tendría mucho que sufrir y otras cosas que no
recuerdo. Desde entonces quedé más recogida, y veía con mucha claridad a N. Señor en una actitud de orar, como yo lo había visto en una imagen. Pero no lo veía con los ojos del cuerpo, sino como que me lo representaba, pero era de una manera muy viva, que aunque a veces yo antes lo había que-rido representar, no había podido. Lo vi de esta manera como ocho días o creo más y después ya no. Y ahora tampoco lo puedo hacer.
He tenido a veces en la oración mucho recogimiento, y he estado completamente absorta contemplando las perfecciones infinitas de Dios; sobre todo aquellas que se manifiestan en el misterio de la Encarnación. El otro día me pasó algo que nunca había experimentado. N. Señor me dio a entender una noche su grandeza y al propio tiempo mi nada. Desde entonces siento ganas de morir ser reducida a la nada, para no ofenderlo y no serle infiel. A veces deseo sufrir las penas del infierno con tal que, sufriendo esas penas, le pagara sus gracias de algún modo y le demostrara mi amor, pues encuentro que no lo amo. En esto consiste mi mayor tormento. Esto pensé en la noche antes de dormirme, y en la mañana amanecí con mucho amor. Recé mis oraciones y leí la Suma Espiritual de San Juan de la Cruz, en que expone los grados del amor de Dios, y habla de oración y contemplación. Con esto sentí que el amor crecía en mi de tal manera que no pensaba sino en Dios, aunque hiciera otras cosas, y me sentía sin fuerzas, como desfallecida, y como si no estuviera en mi misma. Sentí un gran impulso por ir a la oración e hice mi comunión espiritual pero al dar la acción de gracias me dominaba el amor enteramente. Principié a ver las infinitas perfecciones de Dios, una a una, y hubo un momento que no supe nada: estaba como en Dios. Cuando contemplé la justicia de Dios hubiera querido huir o entregarme a su justicia. Contemplé el infierno, cuyo fuego enciende la cólera de Dios, y me estremecí (lo que nunca, pues no sé por qué jamás me ha inspirado ese terror). Hubiera querido anonadarme pues veía a Dios irritado. Entonces haciendo un gran esfuerzo, le pedí desde el fondo de mi alma misericordia.
Vi lo horrible que es el pecado, y quiero morir antes que cometerlo. Me dijo tratara de ser perfecta; Y cada perfección suya me la explicó prácticamente: que obrara con perfección, pues así habría unión entre El y yo, pues El obraba siempre con perfección. Estuve más de una hora sin saberlo; pero no todo el tiempo en gran recogimiento. Después quedé que no sabia como tenía la cabeza. Estaba como en otra parte, y temía que me vieran y notaran algo en mi especial. Por lo que rogué a N. Señor me volviera enteramente.
En la oración de la tarde estuve menos recogida, pero sentía amor, aunque no tanto. Todo ese día estuve muy recogida y me pidió Dios no mirara fijamente a nadie y, si de vez en cuando tenía que mirar, lo viera siempre a El en sus criaturas, porque para llegar a unirse a El necesitaba mucha pureza. Ni aún quiere toque a nadie sin necesidad. Después de ese día he quedado en grandes sequedades.
Todo esto que le digo, se lo digo con toda verdad. Aunque me parece que todo es engaño, y me cuesta mucho decírselo por lo mismo; pues me parece que son exageraciones mías. Ud., Rdo. Padre, por favor, me dirá qué debo hacer. No sé cómo agradecerle a N. Señor tantos favores, pues veo cuán indigna y miserable soy. Dígame cómo debo hacer mi oración y en qué debo meditar.
Le expongo todo para que Ud. juzgue, Rdo. Padre, y espero que N. Señor lo iluminará respecto a mi
pobre alma. Rece por mi. Sobre todo, Rdo. Padre, acuérdese siquiera una vez de ofrecerme con el Cordero inmaculado en la santa Misa, dispuesta para ser sacrificada por amor a Dios y a las almas.
Juana, H. de M.
Se me había olvidado contarle que, si soy carmelita, me llamaré Teresa de Jesús, nombre que encuentro demasiado grande para mí. Rece para que imite a esta gran santa. Perdone mis expresiones tan confusas y sin concierto, pero estoy apurada.
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