56. Retiro del Espíritu Santo

56. Retiro del Espíritu Santo

Entré ayer a retiro. N, Señor me dijo que fuera por El a su Padre. Que lo único que quería en este retiro era que me escondiera y sumergiera en la Divinidad para conocer más a Dios y amarlo, y conocerme más a mí y aborrecerme. Que quería que me dejase guíar por el Espiritu Santo enteramente. Que mi vida debe ser una alabanza continua de amor. Perderme en Dios. Contemplarle siempre sin perderle de vista jamás. Para esto, vivir en un silencio y olvido de todo lo creado, pues Dios, por su naturaleza, siempre vive solo. Todo es silencio, armonía, unidad en El. Y para vivir en El, es necesario simplificarse, no tener sino un solo pensamiento y actividad: alabar.

Dios se comunica a mi alma de una manera inefable en estos días que estoy en el Cenáculo. Ya no es sensible el amor que siento es mucho más interior. En la oración me sucede como nunca me había pasado: me quedo completamente penetrada de Dios. No puedo reflexionar sino como que me duermo en Dios. Así siento su grandeza y es tal el gozo que siento en el alma, como que es de Dios. Me parece que me encuentro penetrada toda de la divinidad.

Hace tres o cuatro días que, estando en oración, he sentido como que Dios bajaba a mí, pero con un ímpetu de amor tan grande, que creo que poco más no podría resistir, pues en ese instante mi alma tiende a salir del cuerpo. Mi corazón late con tanta violencia que es horrible y siento que todo mi ser está como suspendido y que está unido a Dios. Una vez tocaron la hora y no la sentía. Vi que mis hermanitas novicias salían e intenté seguirlas; pero no me pude mover. Estaba como clavada en el suelo. Hasta que casi llorando le pedí a N. Señor pudiera salirme, pues todas lo iban a notar. Entonces pude; pero mi alma estaba como en otra parte.

Pero no todo ha sido goce. La cruz ha sido bien pesada.

Pri mero tuve que acompañar a N. Señor en la agonías.

Después me vi nieron unas dudas tan horribles contra la fe que tuve la tentación de no comulgar y después, cuando tenía en mi lengua la Sagrada Forma, la quería arrojar, porque creía no estaba ni existía allí N. Señor. Ya no sabía lo que me pasaba y le conté a nuestra Madre, quien me aseguró no había consentido. Con lo que quedé más tranquila y me dijo que despreciara el pensamiento y así desapareció la tentación. Pero N. Madre me dijo que no me abatiera tanto; que fuera más mujer. Y N. Señor me reprochó que descargara mi cruz sobre nuestra Madre, y me pidió sufriera sin decir nada.

La tercera prueba fue la más horrible. Sentí todo el peso de mis pecados y los numerosos favores y el amor de Dios. Ya no sabía lo que me pasaba de ver que no correspondía a N. Señor. Mi pena aumentó más en el refectorio al escuchar lo que hacían las monjas primitivas. Me vine a llorar a mi celda, postrada, con la cabeza en el suelo. En esto estaba, cuando llega N. Madre a buscarme para ir al huerto y me tuvo todo el recreo conversando. Y yo ya no podía más; pero no le dije, ni se lo di a entender. Todo lo contrario. En la noche me preguntó si estaba tranquila y le dije que sí; pues lo estaba con la voluntad de Dios, y que estaba agobiada con las gracias de Dios. Me mandó acostarme, lo que fue para peor, pues vi que N. Señor no quería que ni aun lo alabara.

Después me quedé con tanta pena que fue horrible. Al día siguiente, se me presentó N. Señor no ya en agonía, sino con el rostro muy triste. Le pregunté qué tenía, pero no me contestó, dándome a entender que estaba enojado conmigo. Pero después, como yo insistiera en preguntarle, me dijo que no quería hablar conmigo, y que era una pecadora, y me dijo en un momento to dos los pecados de mi vida y siguió muy triste. Quedé con una pena negra y confusa con mis pecados. Pero no podía creer que estuviera tan enojado, pues El me ha dicho que me ha perdona do. Y además, El es todo Bondad y Misericordia.

La cuarta prueba fue espantosa y tuvo lugar después de la oración, en que me vi inflamada y transportada en Dios sin poderme mover. Se me vino el pensamiento que todo esto eran engaños del demonio y la prueba estaba en que no había obedecido a la campana. Fueron las tinieblas más horribles, pues me creí desamparada de Dios. Además, sentía la pena más grande al ver que todas iban a notar algo extraño en mí. Esto me llenaba de amargura, pues quiero pasar desapercibida.

Hoy, víspera de Pentecostés [1919], he sentido ese arrebato de todo mi ser en Dios, con mucha violencia, sin poderlo disimular. Y tres veces he vuelto y después he sido de nuevo transportada. Sufro mucho, pues no sé si son ilusiones, y no tengo con quien consultarlo. En fin, me abandono a la voluntad de Dios. El es mi Padre, mi Esposo, mi Santificador. El me ama y quiere mi bien.

Para llegar a vivir en Dios, con Dios y para Dios que es el ideal de una carmelita y de una Teresa de Jesús y de una hostia entiendo son necesarias cuatro cosas:

  1ª Silencio, tanto interior; como exterior. Silencio en todo mi ser. Evitar toda palabra inútil.

  2ª No hablar de mí misma. Y, si es necesario hacerlo para divertir a las demás, ponerlo en tercera persona. Jamás hablar de la familia.

  3ª Negación absoluta de la carne. No buscar para nada el gusto e inclinación, para tener más fácil trato con Dios.

  4ª Ver en todas las criaturas a Dios, ya que todo se encuentra en su inmensidad. Leeré todos los días y me examinaré en estos puntos.