Soy de Dios ya que El me creó. Debo vivir sólo para Dios y en Dios. Al traerme Dios al claustro me atrajo a esta vida en El, ya que el claustro es antesala del cielo, y en éste sólo Dios existe para el alma. Un alma que no vive en Dios en el claustro lo profana. El claustro está todo penetrado de Dios. Es la morada de El. Las almas religiosas son los ángeles que constantemente lo adoran.
Una religiosa debe observar sus votos, puesto que en ellos está su santidad. El voto de obediencia encierra los otros dos y es el que constituye a la religiosa. Es la ofrenda más grande que se puede hacer a Dios, pues por él renunciamos a nuestro querer, y para cumplirlo con perfección tenemos que atender a los más mínimos detalles de las constituciones y ceremonial. Al obedecer debemos sólo ver la autoridad de Dios y prescindir de la criatura. Aunque esta se deje dominar por la pasión y ordene cosas al parecer injustas, debemos obedecer, no viendo en ello sino la voluntad de Dios que quiere perfeccionarnos y acercarnos más a El.
Una carmelita debe vivir siempre en Dios por la fe, esperanza y caridad. La vida de fe no consiste sino en apreciar y juzgar de las cosas y criaturas según el juicio que de ellas tiene Dios. V. gr.,una humillación con espíritu de fe es recibida con alegría, pues por ella se asemeja el alma más a Jesús humillado.
La esperanza consiste en una plena desconfianza de nosotros mismos, confiando en la gracia de Jesús. Olvidar nuestros pecados cuando el enemigo se sirve de ellos para hacernos desconfiar de la misericordia de Dios-Amor.
La caridad consiste en apreciar a Dios y preferirlo a todas las cosas y criaturas.
Del espíritu de fe y caridad se desprende el espiritu de sacrificio que consiste en el continuo renunciamiento de las criaturas, de las cosas y de nuestra propia concupiscencia. Un alma que es sacrificada desde la mañana a la noche, se vencerá y luchará contra sus pasiones.
La unión con Dios o la santidad está en vivir en espiritu de fe y de caridad. La fe debe ser mi guía para ir a Dios. Debo desasirme de todos los consuelos y gozos que encuentro en la oración. Debo tratar de olvidar los favores que Dios me hace, fijando mi atención en el amor que me demuestra en [la] Cruz y en el Sagrario.
[Oración]. Tú que me creaste, sálvame. Ya que indigna soy de pronunciar tu dulcísimo nombre, pues ello me serviría de consuelo, me atrevo, anonadada, a implorar tu infinita misericordia. Sí, soy ingrata. Lo reconozco. Soy polvo sublevado. Soy nada criminal. Pero, ¿acaso no eres Tú el Buen Pastor? ¿No eres Tú el que saliste en busca de la samaritana para darle la vida eterna? ¿No eres Tú el que defendiste a la mujer adúltera y el que enjugaste las lágrimas de María la pecadora? Es verdad que ellas supieron corresponder a tus miradas de ternura. Ellas recogieron tus palabras de vida. Y yo ¡cuántas veces no he sido traspasada por tu amor, cuántas veces no he sentido palpitar tu Corazón dentro del mío, escuchando tu melodioso acento!, y sin embargo, aún no te amo. Pero perdóname. Acuérdate que soy nada criminal; que sólo puedo obrar el pecado. Oh mi adorado Jesús, por tu Corazón divino, olvida mis ingratitudes y tómame por entero. Aislame de todo lo que pase en torno mío. Que viva yo contemplándote siempre. Que viva sumergida en tu amor, para que él consuma mi miserable ser y me convierta en Ti.