
San Pablo, 3 de febrero de 1919
Reverendo Padre:
Quiero escribirle ésta con toda calma pues la otra anterior fue muy a la ligera, y además creía que iba a venir. Pero Dios no lo quiso, y le ofrezco este sacrificio para que N. Señor sea su guía y luz en el nuevo puesto que va a desempeñar.
Le dije que había ido a Los Andes, visita que fue dispuesta por Dios admirablemente. Hacia mucho tiempo lo deseaba ardientemente y le pedía a N. Señor que dispusiera las circunstancias a favor, pues veía que todo era inútil. Tres días antes de venirnos, por una casualidad, mi papá y hermanos se vinieron al fundo, quedando mi mamá, la Rebeca, Ignacito y yo. De repente se me vino la idea del viaje. Fui a las siete de la tarde a consultarlo con el Padre Falgueras, y todo quedó resuelto para el día siguiente.
Todo nos favoreció, pues hicimos el viaje por el día sin novedad y sin que nadie lo supiera. Más aún, estuve mayor tiempo del que debía estar pues hubo un atraso de trenes a la ida, lo que hizo que no alcanzáramos a venirnos a las dos y media, sino a las siete y media.
Le ruego, Rdo. Padre, me haga el favor de juzgar si tengo verdadera vocación para carmelita, por las razones que tengo para creer que es ello la voluntad de Dios. Creo que N. Señor lo iluminará.
Yo recuerdo que, desde chica, yo decía que si era monja, lo sería, pero de un convento muy austero, en que hicieran mucha penitencia, y donde no se tratara con el mundo. Después cuando estuve enferma de apendicitis, N. Señor me manifestó que quería fuese monja y me dijo que fuera carmelita, a quienes yo conocía solamente por la vida de Teresita del Niño Jesús. Desde entonces no dudé fuera esa mi vocación.
Ahora le diré por qué creo sea la voluntad de Dios sea carmelita y no del Sdo. Corazón:
1- Porque la vida de oración y de unión con Dios es lo que amo más por encontrarla la más perfecta; ya que es una vida de cielo en cierto modo, pues la carmelita no se preocupa sino de unirse con Dios,
de contemplarle siempre y de cantar sus alabanzas. Esa sed de oración crece en mí por momentos y mi recogimiento ahora es casi continuo; pues todo lo que hago, lo hago con mi Jesús y se lo ofrezco a El por amor. Cuando no puedo tener mi oración por cualquier motivo, sufro por no poder estar con mi Dios.
2- La soledad del Carmen ayuda al recogimiento. Ese aislamiento de las criaturas hace que se trate sólo con Dios y se adquiera, por lo tanto, mayor unión con El, en lo que consiste la perfección. La soledad creo no me cansará, pues siempre la busco, y se me hace enojoso muchas veces el trato con las criaturas; pues estando sola, estoy con Dios.
3- La pobreza de la carmelita es muy grande. No puede poseer nada, lo que hace que toda la capacidad de poseer sea llenada por Dios sólo. Siendo pobre se asemeja más aún a su Esposo Divino, quien no tuvo dónde reclinar su cabeza. La carmelita sólo debe poseer a Dios.
4- La penitencia a que se somete y la austeridad de su vida es un medio más para tener el cuerpo sometido al alma, para asemejarse más al Divino Crucificado, que fue una victima por nuestros pecados. Ella hace penitencia por sus pecados y por los del mundo, y así demuestra su amor a Dios que de tantos favores la colmó.
5- Su sacrificio es perpetuo, sin mitigación, desde que nace a la vida religiosa hasta que muere como víctima, a ejemplo de Jesucristo. Y todo en el silencio, sin que nadie lo sepa. Cuántos hay que tachan su vida de inútil. Sin embargo, ella es como el Cordero de Dios. Ella lleva los pecados del mundo. Se sacrifica para volver al redil las ovejas extraviadas. Pero así como a Cristo no lo conoció el mundo, a ella tampoco la conoce. Esta abnegación completa me encanta. No hay cabida al amor propio. No ve ni siquiera el fruto de su oración. Sólo en el cielo lo sabrá.
6.- El fin que se propone es muy grande: rogar y santificarse por los pecadores y sacerdotes. Santificarse a sí misma para que la savia divina se comunique, por la unión que existe entre los fieles, a todos los miembros de la Iglesia. Ella se inmola sobre la cruz, y su sangre cae sobre los pecadores, pidiendo misericordia y arrepentimiento. Cae sobre los sacerdotes santificándolos, ya que en la cruz está con Jesucristo íntimamente unida. Su sangre está, pues, mezclada con la divina.
Todas estas consideraciones que le hago, Rdo. Padre, son las que me inducen a preferir el Carmen, pues creo que en esta vida he de alcanzar la santidad. La he escogido porque veo que, escogiéndola, he de encontrar la cruz; y andaría -creo- todo el mundo con la gracia de Dios para buscarla y poseerla, pues en ella está Jesucristo.
Ahora le diré por qué quiero irme a Los Andes:
1º Porque está compuesto de monjas muy observantes de su Regla. Tienen el espíritu de Santa Teresa muy marcado.
2º He visto que Dios les concede todo cuanto le piden (casi todo) pues todo lo que les he encomendado a sus oraciones N. Señor les ha escuchado. Mi ida a ésa se la debo a las oraciones de
las novicias que todos los días rezaban, para que fuera, una Salve a la Virgen. Deben ser muy santas para que Dios las oiga así. Además me encantó su sencillez y alegría, al mismo tiempo que [la] familiaridad que reinaba entre ellas. Su presencia y conversación ha aumentado mi recogimiento y me ha traído una gran paz.
3º Además, como está muy retirado de las grandes ciudades, es mucho menos visitado y tiene, por consiguiente, menor trato con el mundo.
4º El modo cómo me preparó el viaje a ese convento; pues fue una serie de circunstancias que los que supieron no pudieron menos de admirarse. El sentirme tan feliz, con tanta paz, la que tanto tiempo no tenía, pues cada día crecían más mis dudas. Todo esto me da a entender que N. Señor me quiere allí. Hay que observar que fui al Carmen de Santiago en la Alameda para que, hablando con una carmelita, me diera a entender mejor su vida. Hablé con la M. Priora y, a pesar de ser la primera vez que entraba al Carmen, no me produjo ninguna impresión’ antes al contrario, me produjo un efecto desfavorable que no puedo explicar. Yo no sé si sería porque la M. Tornera principió a preguntar por cosas de afuera -por algunas personas-, pero yo no sé lo que me pasó. En cambio, en Los Andes, es verdad que hablaron de algunas personas que conocían, pero fue de paso y su conversación fue toda en Dios y en darme a conocer la vida que llevaban.
5º Al clima de Los Andes estoy acostumbrada, pues es casi el mismo de Chacabuco. Gracias a Dios, estoy muy bien de salud. De todos modos, yo le dije a la Madre que era débil, pero ella me dijo que no me inquietara, pues muchas que eran muy débiles podían soportarlo todo.
No sé si le conté que me llamaré Teresa de Jesús, si soy de allá. Pues yo le conté a Madre Angélica cómo se me había ocurrido ser de allá cuando Ud. contó la muerte de las carmelitas en Los Andes, y lo muy austeras que eran, y cómo yo había dicho que las iría a reemplazar. Entonces ella me contó cómo habían muerto víctimas de la caridad y que no duda ella que se habían ofrecido como víctimas por unas necesidades muy grandes que les habían encomendado a sus oraciones. Y me dijo que me llamaría como una de ellas. Más obligada quedo con el nombre de tan gran santa para serlo yo también con la gracia de Dios.
También he considerado cómo la Sma. Virgen fue una perfecta carmelita. Su vida fue contemplar, sufrir y amar. Y todo esto en el silencio, en la soledad. Esta vida fue recomendada por N. Señor a Magdalena diciéndole que había escogido la mejor parte, aunque Marta lo servía con amor. N. Señor vivió 30 años en esta vida de recogimiento y sólo 3 evangelizando
Rdo. Padre, le ruego haga la caridad de decirme qué piensa Ud. acerca de mi vocación: si la tengo -sí o no- para carmelita. Que no me quiero decidir bien hasta que crean verdaderamente que soy para carmelita.
Ahora le voy a exponer con toda sinceridad la oración que he tenido y tengo, pues siento temores si ando errada. Ud. Rdo. Padre, lo verá y me dirá lo que tengo que hacer. Como Ud ya lo sabe, mi oración consiste en una conversación sencilla con N. Señor. Lo considero dentro de mi alma y yo me pongo a sus pies escuchándolo. El me dice lo que debo hacer y evitar. Y me explica otras veces
algún paso de su vida. Otras veces me ha dicho cosas que yo no sabía o que no recuerdo. Otras, cosas que no han sucedido y que yo le preguntaba y El me las decía y sucedían. Pero yo a veces temo no sea N. Señor, pues una o dos veces no sucedió lo que El me había dicho.
Una vez que estuve delante del Santísimo N. Señor me habló y me dijo que desde ese momento estaría mucho más unida a El. Y que El, como me amaba, quería que estuviera a su lado. Pero también que sufriría mucho en mi vida. Desde entonces principié a estar mucho más unida a El. Vera -pero no con los ojos del cuerpo- a mi lado a N. Señor en actitud de orar a su Eterno Padre, como yo lo había visto hacía mucho tiempo representado en una imagen. Lo estuve viendo así como ocho días y después, aunque lo quise representar, no pude, pues antes era de una manera vivísima.
Otra vez le pregunté si sería carmelita, y me dijo que sí, a los 18 años. Y que me faltaban 5 meses y que era en mayo. Y no había yo sacado la cuenta que faltaban cinco meses para mayo. La saqué, y así era.
También otras veces -como le dije en una de mis cartas- pienso en las perfecciones de Dios y me quedo en un recogimiento profundo, como si estuviera abismada en Dios. Aquí me ocurrió el otro día una cosa parecida, pero con más intensidad. En las noches, como a veces no hacía oración en el día por estar ocupada, me recogía y estaba en oración como un cuarto de hora. Una noche N. Señor me dio a entender su grandeza y al propio tiempo mi nada. Desde entonces principié a sentir ansias de morir, ser reducida a la nada para no ofender a Dios y no seguir siéndole infiel. A veces deseo sufrir las penas del infierno con tal que así mostrara mi amor y correspondiera en algún modo a sus favores. Esto lo siento cuando tengo fervor, y sufro con esto.
Al otro día de esto por la mañana, leí la Suma Espiritual de San Juan de la Cruz que trataba de la oración y contemplación y del amor de Dios. Principié a sentir tanto amor de Dios que El, aunque hiciera otras cosas, me tenía abstraído el pensamiento. Y era tanta la fuerza del amor, que me sentía como desfallecida, sin fuerzas. Algo como si no estuviera en mí.
Sentí un gran impulso por ir a la oración. Principié por hacer mi comunión espiritual y, al dar gracias, se me vinieron a la mente las perfecciones de Dios una a una. Hubo un instante que no supe nada. Me sentía en Dios… Cuando contemplé la justicia, hubiera querido huir, o entregarme a su justicia e ir al infierno, y anonadándome, le pedí misericordia y me sentí llena de ella. Vi lo horrible que es el pecado. Quise morir antes que cometerlo. Le prometí tener siempre presente a Dios en sus criaturas y otras cosas. Después quedé que no sabía cómo estaba. Creo que estuve como hora y media, pero no todo el tiempo abstraída. Todo ese día sentí mucho fervor. Sentí menos amor y no tuve recogimiento en 12 oración como en la mañana.
Dios quiere de mí la pureza más grande. No quiere fije la mirada en nadie, ni toque sin necesidad a nadie.
Dígame, por favor, Rdo. Padre, qué debo hacer, pues ahora estoy en sequedades muy grandes.
Rece por mí mucho. Me están apurando, por eso no sigo.
Juana
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