Convento del Espíritu Santo, 17 de agosto
Mi Gordita tan querida: Que el Espíritu Santo sea en tu alma.
No había tenido tiempo de contestarte tu carta, que junto con todo lo que tuviste la caridad de enviarnos, te la agradecí muchísimo; lo mismo N. Madrecita y hermanitas, que ruegan a N. Señor pague a nuestro nombre tu caridad. ¡Cuánto gocé con tu cartita! En ella vi la confianza y fidelidad que guardas a tu pobre amiga, que sabe corresponder con sus oraciones a tu cariño.
Me gusta mucho que no pierdas tu tiempo en las frivolidades en que vive la gente mundana; y más me gusta que principies tu día por oír la S. Misa. Pero no me dices nada de tu comunión. ¿Qué significa ese silencio acerca de un acto tan grande con el cual me darías tanto gusto? Gordita, te conozco demasiado y sé tu intención al escribirme de ese modo ambiguo. ¿Por qué no te acercas a comulgar diariamente? Tú misma has visto que cuando comulgas eres mejor. Si no sientes fervor, cada comunión te lo irá aumentando. Pídeselo a N. Señor, que no te lo negará.
¡Cómo me apena pensar que hay tan pocas almas que saben apreciar lo que es comulgar, y más aún lo siento por mi Gordita, a quien tanto quiero! Créeme que, cuando comulgo, me siento tan feliz que me parece no estoy en la tierra sino en el cielo. Nos amamos con Jesús. El, infinitamente; yo, con todas las fuerzas de mi alma. Y no le puedo decir más, sino que lo amo, estrechando su Corazón de Dios contra el mío miserable. Después de alimentarse con esa carne divina, ¿qué desfallecimiento puede sentir nuestra alma en el camino del deber?
¡Ay, Gordita! Acércate a tu Dios Prisionero y dale en tu alma un asilo que lo guarde de sus enemigos. ¿Qué más quieres pueda hacer El por ti? Para todas las personas que te quieren tienes reservado tu cariño, y para Jesús ¿no tendrás sino ingratitud? En este instante en que me encuentro sola con El, lo miro y, al ver su mirada tan triste y tan llena de inefable amor, lloro porque en el mundo hay muy pocas almas que lo quieren. Y Jesús ama tanto y no sabe más que hacer el bien. Todo lo que poseemos El nos lo ha dado: el aire, alimentos, etc., la vida, hasta darse El, siendo Dios como alimento de esas criaturas que sólo saben ofenderlo. Mi Herminita querida, en estas líneas traspaso a tu alma algo muy precioso de la mía: el amor a Jesús. El es mi Esposo y tú mi amiga, mi hermanita querida. ¿No lo amas? Mucho me gustaría hicieras antes de principiar a estudiar, a pasear, a leer, a coser, etc., un acto de amor a Jesús, diciéndole que lo vas a hacer por su amor. ¿Quieres?
Para otra vez te mandaré decir lo que puedes hacer para nuestra capilla. Se lo preguntaré a N. Madrecita. Adiós, mi pichita regalona. Perdóname mis sermones; pero yo sé que, a pesar de todo, te gustan, ¿no? Saluda a tu papá, mamá y hermanos. Por cada uno rezo. ¿Qué es de Jaime? A la Eli no le quiero decir nada. Estoy furia, pues ni recados me manda. Adiós. Seamos siempre amigas para ser buenas. Que Dios te pague tu caridad para con tus carmelitas, quienes ruegan mucho por ti, a excepción de tu indigna
Teresa de Jesús, Carmelita
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