3. ¡Alas!

Caía la tarde, ocultábase el sol tras las montañas despidiendo sus postreros rayos. Todo era silencio y paz.

Un joven trovador se encaminaba al vecino castillo, para alegrar allí la velada recitando al son de su laúd los antiguos romances, que, por relatar las hazañas de los paladines de su raza, eran siempre gratos a todo caballero, o improvisando canciones hermosísimas al fuego de los amores que inflamaban su corazón. Bajo su tosco traje, ocultaba en efecto un alma noble aquel noble bardo. Mientras entonaba sus coplas en la señorial morada, pude apreciar sus elevados sentimientos; pero sobre todo me lo reveló con luz intensísima su lema: ¡Alas! Sí, me dije: remontándose, completa la belleza; subiendo, entrevé su ideal; cerniéndose en el espacio inmenso, vislumbra lo infinito, y por eso las notas de sus cantos expresan lo bello, lo grande, lo elevado.

Mil consideraciones acudieron entonces a mi mente; mil imágenes se agolparon en mi fantasía. Vi el águila remontarse altiva desde la honda quebrada, tendiendo sus negras alas por el etéreo espacio. Vila subir hasta perderse de vista entre las nubes rojizas del horizonte, y contemplé largo rato el rumbo que siguiera en las alturas, envidiando su poderoso vuelo… ¿Por qué, me preguntaba, por qué no posee el hombre este don? ¿Por qué se arrastra por la baja tierra, mientras el ave sube tan cerca del cielo, hasta contemplar como el águila en su foco mismo los luminosos rayos del sol?

Pero reflexionando más seriamente me dije, ¿no es verdad que el hombre posee alas mil veces más potentes?

¡Oh, sí! Decidme, ¿qué experimenta el hombre ante la inmensidad del mar, que para sus ondas parece no encontrar límites en la tierra? Ante ese sublime espectáculo, ¿no extiende el alma las alas de la inteligencia y emprende su vuelo hacia lo infinito, hasta perderse en el abismo insondable de la grandeza de Dios?

¿No se remonta hasta la Belleza suma con la vista de la hermosura de esta tierra? ¿No sube aún más cuando allá, en el templo del Señor, orando de hinojos, comunícase en coloquios misteriosos con el Altísimo? ¿No asciende entonces el alma hasta el mismo cielo? ¡Oh, sí! Creado el hombre a imagen divina, dotado de una inteligencia que encuentra su objeto propio en lo inmaterial, lo universal, lo suprasensible, y de una voluntad, que en sus aspiraciones infinitas sólo descansa en Dios mismo; elevado además por la gracia al orden sobrenatural, posee el hombre alas incomparablemente más poderosas que el águila caudal, soberana del espacio. ¡Feliz él, si sabe desplegarlas y vivir siempre arriba en su atmósfera propia! ¡Feliz el alma, si desde allí, libre cual la reina de las aves, mira las pequeñeces de la vida, pues las verá despojadas de los aparentes halagos que fascinan a los que las contemplan desde su mismo nivel!

¡Alas! ¡Oh lema hermoso y profundo, informad nuestra vida; sed nuestra divisa, como fuisteis en los tiempos medievales la de aquel noble bardo, cuya alma, alimentándose continuamente en las alturas de belleza e ideal, hallaba para sus cantos hermosura indecible!