Santiago, 25 de junio 1918
Rda. Madre Sor Angélica del Smo. S.
Reverenda Madre:
Cuánto le agradecí su cariñosa carta, lo mismo que la estampa que me envió en ella. No se extrañe, Rda. Madre, si no escribo seguido, pues, como estoy en el colegio, me es imposible hacerlo; y en las salidas, no siempre me encuentro a solas para poderlo hacer. A pesar de esto, créame que vivo muy unida a ese Carmen tan querido. Además, con N. Señor hablamos mucho de todas las Madres y le pido las santifique cada vez más. Ese día de la toma de hábito, ofrecí la Misa y comunión por Sor Isabel de la Trinidad, y lo mismo los días anteriores. ¡Cuánto la envidiaba!
Me falta un mes para salirme del colegio; pues, como se casó mi hermana mayor, me van a sacar. Yo, por un lado, tengo ganas, pues así me podré ir más pronto a ese conventito para ser toda de El. ¿Cuándo, Rda. Madre, llegará ese día venturoso en que ya nada me separará de El? Por otro, lado tengo pena de salirme, pues quiero a las Madres y me encanta el estudio; y también que saliéndome del colegio, me sacarán a sociedad. ¡Ay!, Rda. Madre, rece mucho para que no tenga que salir a baile ni a ninguna fiesta mundana. Por este año no saldré a baile, pero creo que para el otro sí. Yo voy a hacer cuanto de mi parte esté por ser carmelita sin haber conocido esas fiestas. Mientras tanto, me preparo para la lucha que tendré que sostener. Le aseguro que, a veces, tiemblo -mire que soy cobarde-, pero después digo a Jesús y a mi Madre que confío en Ellos; pues si me han librado de tantos peligros hasta ahora, ¿me abandonarán en el momento más terrible? No; me han amado y me han protegido como [a] niña mimada toda mi vida.
Lo que trato por ahora es de adquirir ese espíritu de recogimiento que me haga vivir con Jesús abstraída de cuanto pasa a mi alrededor. Mi alma ha de ser una fortaleza. En ella he de encontrar a mi Divino Huésped, y allí estaré con El sola… porque allí nadie podrá habitar.
Pienso hacer un reglamento mientras viva en el mundo: me levantaré temprano para tener una hora de oración. Madre, esa hora para mí es a veces un cielo; pero otras veces hay tantas tinieblas en mi alma que no descubro en ella a mi Jesús. Todo este año, con excepción de algunos días, mi oración y comunión han sido así; tanto que, a veces, no quería ir a comulgar, porque me decía: ¿qué le va a gustar a Jesús estar en un corazón tan insensible como una piedra? Sin embargo, el amor no sensible -aquel que reside en lo más íntimo del alma- me hacía levantarme para recibir a mi Jesús. Sí, Rda. Madre, este año ha sido un año de prueba; pero yo quiero sufrir esas sequedades para que otras almas sientan el atractivo por la comunión y la oración. En esos momentos de dudas y de tinieblas me preguntaba: ¿qué harás cuando seas carmelita, la cual no tiene otra ocupación que la oración? Pero entonces Dios será mi fortaleza y lo mismo que me ayuda a sufrir ahora, me ayudará después. ¿No es verdad Rda. Madre? Además todo lo merezco, pues soy tan ingrata para con N. Señor; y las almas ¿no valen mucho más? ¿Qué es esto en comparación de lo que sufrió Cristo por ellas?
Como Ud. ve, Rda. Madre, sé que al Carmen no voy a ser regalada por N. Señor, sino que voy a sufrir por El. No crea tampoco que he sido muy fiel en estos momentos de pruebas. No me podía portar perfectamente en el colegio. Todos los días tomaba resoluciones que no cumplía y, a fuerza de rogar el auxilio divino, ahora me porto mejor. Rece para que este último mes de colegiala sea una santa, para dejar un buen recuerdo, tanto a las Madres como a las niñas.
Le contaré un gran secreto. Le aseguro, Rda. Madre, que siento una confianza tan grande para con Ud. y es porque encuentro en su corazón de madre esa ternura de N. Señor para con mi pobre alma. Basta de preámbulos. El secreto es que hace ya tres años hice voto de virginidad, pero es por varios meses; pues no me dejan hacerlo por toda mi vida; pero lo renuevo todas las veces que concluye el plazo. ¿Qué le parece? ¡Qué bueno es N. Señor de amar así a una pobre pecadora! Rda. Madre, soy muy mala. No sé cómo ese Jesús se fijó en mí y yo, a pesar de eso, no le amo como le debía amar.
El otro día, viendo el Santísimo manifiesto, me preguntaba por qué no nos volvemos locas de amor por El. ¡Ay, Madre, deseo tanto ser toda de El, entregarme enteramente! ¿Cuándo seré carmelita para [no] vivir sino en El, y por El y para El? Ruegue por mí, le suplico. Yo me acuerdo siempre de Ud., Rda. Madre, y de todas mis Hermanitas. Las quiero tanto… Y aunque poco valen mis oraciones, pido a N. Señor las haga unas santas.
No se puede quejar [de] que su hijita no le habla de corazón a corazón; y aunque no le escribo seguido, siempre vivo muy unida a ese Carmen querido. Rece para que me una más a N. Señor, pues así viviré más cerca aún de Uds.
Reciba, Rda. Madre, mis más respetuosos saludos, lo mismo de mi mamá, que le pide no la olvide en sus oraciones; y yo le pido le diga a N. Señor me inflame en su Divino Amor
Juana en Jesús Crucificado, H. de M.
P.D.–La Graciela y la Clara siempre la recuerdan.