40. A Elena Salas González

40. A Elena Salas González

Querida Elena: 

¿Qué te parecen mis proyectos? ¿No encuentras que son demasiado ideales para mí que soy tan miserable? Cuando pienso en las grandezas que se encierran en la vocación me confundo y no sé cómo agradecerle a N. Señor el haberse fijado en una criatura tan ruin. 

Dime, ¿hay algo más grande sobre la tierra que el Dios eterno, inmutable, el todopoderoso, busque en la tierra un alma para hacerla su esposa; busque un corazón humano para unirlo a su Corazón Divino y hacer en el amor la fusión más completa? Más aún, ¿que Dios baje a la tierra y viva allí en la Eucaristía muriendo de amor por un alma? Imagínate el amor más grande de la tierra, ¿qué es en comparación del de un Dios Infinito? 

El amor humano generalmente tiene principio a los 7 años. Desde esta edad se puede concebir en el corazón del hombre la pasión del amor. Pero en Dios ese amor es infinito. El es eterno, y su amor eterno es. El amor humano estriba en la hermosura del cuerpo y en la bondad del corazón. Pues 

siendo el hombre un compuesto de alma y de cuerpo debe tener su objeto proporcionado. Debe, pues, la mujer reunir la hermosura del cuerpo, para que el marido se complazca en mirarla y también debe tener la belleza moral, pues la hermosura del rostro, sin la última, no vale nada. Mas es tan difícil reunir ambas, que estoy convencida que la pasión que un día llenaba su corazón, después se convierte en cariño y por último en indiferencia. 

¿Cómo se puede querer por un instante, cuando se sabe que ese amor un día no será correspondido? Ahora bien, ¿cómo puede enamorarse uno de un ser imperfecto, de un ser que a cada instante se le noten deficiencias de carácter y cualidades y multitud de defectos? ¿Cómo se puede querer a un hombre, cuando Dios nos pone un limite en este amor? Antes que a todos los seres debemos querer y servir al Creador; ya entonces el hombre es segundo término. No, no puedo comprender ese amor; no comprendo cómo pueden enamorarse así. 

El amor es la fusión de dos almas en una para perfeccionarse mutuamente. ¿Cómo se podrá unir un alma a otra más perfectamente que lo que Dios se une con la nuestra? El alma unida a Dios se diviniza de tal manera que llega a desear y obrar conforme a Jesucristo. ¿Hay algo más grande en el mundo que Dios? ¿Hay algo más grande que un alma divinizada? ¿No es esta la mayor grandeza a que puede aspirar el hombre? Es verdad que no lo vemos con nuestros ojos del cuerpo. Mas Dios se nos hace visible por la fe. No lo palpamos con nuestras manos, mas lo palpamos en cada de sus obras. 

Créeme. Sinceramente te lo digo: yo antes creía imposible poder llegar a enamorarse de un Dios a quien no veía; a quien no podía acariciar. Mas hoy día afirmo con el corazón en la mano que Dios resarce enteramente ese sacrificio. De tal manera siente uno ese amor, esas caricias de N. Señor, que le parece tenerlo a su lado. Tan íntimamente lo siento unido a mí, que no puedo desear más, salvo la visión beatífica en el cielo. Me siento llena de El y en este instante lo estrecho contra mi corazón pidiéndole que te dé a conocer las finezas de su amor. No hay separación entre nosotros. Donde yo vaya, El está conmigo dentro de mi pobre corazón. Es su casita donde yo habito; es mi cielo aquí en la tierra. Vivo con El y, a pesar de estar en los paseos, ambos conversamos sin que nadie nos sorprenda ni pueda interrumpirnos. Si tú lo conocieras lo bastante, lo amarías. Si estuvieras con El una hora en oración, podrías saber lo que es cielo en la tierra. 

Ahora te diré por qué he preferido el Carmen a todos los demás conventos de vida activa. 

1) Porque allí se vive siempre retirada del mundo y sólo tratando con Dios. Y como el ideal es llegar a la unión con Dios -ya que en esto consiste el cielo: en poseer a Dios-, luego aquello que aquí en la tierra nos lleva más rápidamente a esa posesión, eso será lo más perfecto. Además, siendo yo muy apegada a las criaturas, en cualquier otro convento me apegaría a ellas. Y como esto impide lo otro, luego el Carmen me conviene más. 

2) Porque es el convento más austero, en el que se guarda la regla con mucha perfección. Es el más pobre y el más penitente. Y encuentro que, si se es monja, no se debe ser a medias. 

3) Porque allí se vive en una oración continua, es decir, en un trato con Dios permanente. Y eso es lo 

que más me encanta. Si tú supieras por un instante qué es oración, me comprenderías. Créeme que por una hora de oración no sé qué daría. Por otra parte, el fin de la carmelita me entusiasma: rogar por los pecadores, pasar la vida entera sacrificándose, sin ver jamás los frutos de la oración y el sacrificio. Unirse a Dios para que así circule en ella la sangre redentora, y comunicarla a la Iglesia, a sus miembros, para que así se santifiquen. Además, su lema me entusiasma: «sufrir y amar». ¿No fue esto lo que hizo constantemente la Sma. Virgen, el modelo más perfecto de nuestro sexo? ¿No vivió Ella siempre en una continua oración, en el silencio, en el olvido de lo de la tierra? ¿Cómo salva las almas? Por medio de la súplica, de la oración, del sacrificio. Además Jesucristo dio a entender a Magdalena que la vida contemplativa es la mejor parte que pudiera haber escogido. Sí; en el Carmen se principia lo que haremos por una eternidad: amar y cantar las alabanzas del Señor. Y si esta es la ocupación que tendremos en el cielo, ¿no será acaso la más perfecta? 

Muchas otras razones te daría, pero esto va muy largo. No creas que quiero convencerte que seas ni carmelita ni monja. Lo único que deseo para ti es que cumplas la voluntad de Dios. Abandónate a ella con sencillez filial y repite siempre esta máxima de santa Teresa, aun en las circunstancias más difíciles: «Dios lo sabe y El me ama». 

Pídele a la Sma. Virgen que sea tu guía; que sea la estrella, el faro que luzca en medio de las tinieblas de tu vida. Que te muestre el puerto donde has de desembarcar para llegar a la celestial Jerusalén. La voluntad de Dios es que seamos virtuosas. Tengamos el suficiente carácter para ser verdaderas Hijas de María, tanto en el colegio como en la casa. Lo demostraremos si somos obedien-tes. Obedecer, tal como obedecía N. Señor Jesucristo en Nazaret, aún a sus inferiores, porque era la voluntad de su Padre. Obedecer sin replicar y sin indagar si tienen razón o no en mandarnos, sometiendo así nuestro juicio al del superior o inferior. Siendo puras como los ángeles. Jamás detenernos en un pensamiento impuro, ni fijar nuestra vista en algo menos decente. Tener mucha modestia en el vestirnos, pensando cómo lo haría la Sma. Virgen. Debemos tratar de ser caritativas. No hablar jamás mal del prójimo. Defenderlo en cuanto podamos, o desviar la conversación a otro asunto sin que lo noten, si no podemos defenderlo. 

Manifestarnos siempre cual somos, es decir, sin andar disimulando lo que pensamos (sólo que la prudencia lo estime necesario). Y nuestro pensamiento ha de ser el que corresponde a una Hija de María. Jamás dejarnos vencer por el respeto humano, y recurrir a la Sma. Virgen, si nos vemos vencidos por él. Ser humildes. Tratemos primero de no hablar de nosotras mismas para nada, ni en pro ni en contra, como de una persona que ni siquiera se habla de ella porque se desprecia. 

Después, tratar de obedecer aún a los inferiores considerando que todos tienen derecho a mandarnos, porque somos muy miserables. Cuando se nos reprenda, no disculparnos en nada y decir que en adelante trataremos de corregirnos. Lo que ante todo procuraremos es vivir en esa oración continua en que la Virgen vivía. Si Dios a cada instante se nos da con amor infinito, ¿no nos corresponde a nosotros, criaturas miserables, darnos a El con todo nuestro ser, de modo que todas nuestras obras vayan dirigidas a El con toda la intensidad de amor de que somos capaces? Ofrecernos a El con amor para cumplir su adorable voluntad, he ahí el plan de santidad que concibo. Dios es amor, ¿qué busca en las almas sino amor? Antes de cada acción debemos darle una mirada. El está en nuestra alma, ¿con quién podemos estar más unidas? Allí ofrezcámosle hacer aquella acción, no por los pecadores, 

ni con ningún interés, sino porque le amamos. ¡Cuánto lo agradece El que es la misma bondad! Si nosotras agradecemos el cariño humano, ¿qué será aquél Corazón lleno de ternuras que dijo que quería sólo un poco de amor? 

¡Oh, démonos a El! ¿Qué son cincuenta años y aún cien de vida, comparados con la eternidad? Sacrificio aquí en el destierro 

gloria sin fin en la patria. Y ¿qué es el sacrificio, qué es la cruz sino cielo cuando en ella está Jesucristo? Dale tu voluntad de tal manera que ya no puedas decir «quiero esto», sino lo que El quiera. 

Adiós. Seamos amigos los tres. En su Corazón nos unimos. En Dios no hay separación. Cuando reces, tenme presente; que yo lo haré por ti. Vivamos en la cruz. La cruz es la abnegación de nuestra voluntad. En la cruz está el cielo, porque allí está Jesús. 

Tu hermana que no merece ser nombrada 

Hija de Maria