Cunaco. 20 de noviembre de 1918
Señorita Rebeca Fernández
Mi querida Negrita:
Muy poco te duró el entusiasmo por escribirme, pues hace más de una semana que no sé qué es de tu vida. Pero, en fin, te perdono y por esta vez te doy el ejemplo de escribirte primero, considerando que en el colegio hay muy pocos estudios, sobre todo a fines de año.
No te figuras lo que te recuerdo y los muchos deseos que tengo de estar con mi querida hermanita. Creo que me iré el sábado, si Dios no dispone otra cosa. Te aseguro que he pasado regiamente y me quedaría todo el mes, si pudiera tener a todos los míos aquí.
Estoy muy yankee. Con la Herminita salimos a hacer largas excursiones de a pie las dos solas. A veces llegamos embarradas
hasta los tobillos, pues nos lanzamos por cualquiera parte. Nada nos detiene. Vencemos todos los obstáculos; en una palabra, somos muy varoniles. El otro día gocé a caballo. Galopamos con la Gordita desde las dos de la tarde hasta las cuatro y media. Como llovía salimos ambas con grandes mantas, con las que nos veíamos en unas fachas cómicas. ¡Qué reírnos más! Y pensaba entretanto en ti, mi pichita querida, que estarías estudiando o cosiendo apuradísima. Estoy eximia para manejar. El otro día hicimos un paseo al fundo vecino. Salimos como a las 9 y volvimos a las 12. No te imaginas lo que embromo a la Herminia. Pasamos con ataques de risa perennemente.
Ayer pasé un susto colosal. Salimos a andar por los potreros y nuestro punto preferido es un cerro rodeado de mucha vegetación. Después de pasar una gran acequia haciendo puentes de piedras (las cuales hundía la Gordita), llegamos a la orilla donde descansamos un rato. Nos inspiramos con la belleza de la naturaleza, y enseguida nos volvimos. De repente siento un ruido entre el pasto. Miro y veo que he pisado una culebra que estaba con sus culebritas. Grito igual al mío no creo haya salido de la boca de ningún mortal. Yo corría desesperada gritando, hasta que me encontré con don Pepe, que se había asustado muchísimo con los gritos de nosotras, y nos hizo pasar al camino. Me acordé de ti, que seguramente habrías tomado la culebra para enrollártela en el brazo. Puede ser que te lleve, cuando me vaya, lagartijas, pues aquí las pisamos a cada instante. ¿No te gustaría?
Gracias a Dios, hemos tenido constantemente Misa y hemos tenido al Santísimo, y como nosotras con la Eli y Gorda somos las sacristanas, hemos pasado ratitos de cielo al lado de N. Señor. Entonces, siempre te tenía muy cerquita y le pedía muchas cosas buenas para ti. Ahora, desgraciadamente se fueron los Padres; así es que mañana -21- no podremos comulgar, lo que siento
en el alma; pero te ruego lo hagas tú por mí todos estos días.
Dile a la Madre Izquierdo lo mucho que la recuerdo; lo mismo a la Madre Du Bose, M. Ríos, M. Alayza y M. Serrano. En una palabra, desde la Reverenda Madre, las recuerdo una por una y les conservo la misma gratitud y cariño, rezando todos los días por sus intenciones.
Cuéntale a la M. Alayza que no se me ha olvidado el latín. Los Padres me embromaban muchísimo con mi latín. Y varias veces me tocó ayudar a dar la comunión teniendo que contestar en latín. Por supuesto que creía poseer por completo la lengua latina y [ser] capaz de traducir no sólo los libros de la clase, sino también todos los textos… ¡Euge, euge!
Todos los días rezamos el Mes de María y cantamos con la Eli. Y el otro día se nos ocurrió inventar un Ave María. Estamos muy ufanas con nuestra improvisación. Cuando dábamos la nota más alta, a la Herminia se le ocurrió taparse los oídos, pues con nuestros vozarrones creyó que se le destapaba el tímpano. Al ver las gesticulaciones de la Gordita, nos principiamos a reír. En vez de notas, nos salían carcajadas, y yo no daba con ninguna nota en el harmonium. ¡Qué apuro más grande para que no nos viera la gente! Por suerte, nosotras nos ponemos en el oratorio, mientras que los inquilinos están debajo de un galpón.
En este corto período de tiempo he conocido nueve Padres. Así es que tú comprenderás lo muy santas que estamos con la Herminia, la cual dice que misiá Juanita ganó a mi mamá, pero muy lejos.
He adquirido fama con mis tentaciones de risa. (Se la gané a la Chopi Salas). No hacemos otra cosa que embromar. Apróntate. En la mesa, nosotras estamos las últimas con Pepe. Era tanto lo que disparateábamos y nos reíamos, que a veces no podía comer. Y lo más trágico era que el Padre que rezaba después de la comida, en la mitad del rezo no podía continuarlo por la risa, pues los contagiá-bamos.
La Herminia viene a despertarme por la mañana con agua y sillas, mantas y todo lo que encuentra a su paso, y me lo echa todo encima de la cama. Así es que me desquito en el día, y en la noche no la dejo quedarse dormida. Y hay que advertir que le baja el sueño muy temprano.
No tengo más que contarte, excepto un paseo en carretón que hicimos el otro día, el cual lo tomé por asalto para pasar el río.
¿Qué es de la Elena Salas, mellizas, Marta, Goya y Graciela Silva? (De la larguin clienta no me acuerdo). Dales muchos cariños. Las recuerdo muy a menudo y pienso que mientras gozo, ellas, las pobres, estudian; pero de todas maneras las envidio de corazón, pues yo también recuerdo los días felices que pasé en mi colegio.
No te puedes quejar, querida hermanita, de esta tan larga y latosa carta, pero ella te expresará las ansias de conversar contigo y la mucha falta que me haces. Acabo de recibir una carta de Lucho que voy a contestar. Mi mamá me escribió ayer. Me da noticias de todos.
Adiós. Reza por mí. Saluda respetuosamente a todas las Madres, cariños a mis amigas y tú recibe un
beso y abrazo tiernísimo de tu hermana
Juana, H. de M.
Saluda a la H. Lecaros.