45. Al P. José Blanch, C.M.F. 13 de diciembre de 1918

45. Al P. José Blanch, C.M.F. 13 de diciembre de 1918

Santiago. 13 de diciembre de 1918 

Reverendo Padre: 

Muchos días estaba por escribirle, pero me había sido imposible por falta de tiempo. Estuve casi un mes en el fundo de la Elisita Valdés, pues dieron misiones. Así tuve la dicha de trabajar un poco por N. Señor y de estar muy cerca del tabernáculo. Además, con Elisita nos ayudábamos para estar recogidas y para hacer nuestros ejercicios de piedad. Pocos días después de regresar a ésta, caí enferma con gripe, cuyo contagio me lo pegaron aquí en casa, pues todos estuvieron enfermos. El doctor creyó que lo mío fuese membrana; pero, gracias a Dios, con remedios enérgicos me mejoré. 

Cada día que pasa, Rdo. Padre, quiero más a N Señor y me uno más a El. Todo lo que hago se lo ofrezco por amor, pues éste es la fuerza que ayuda a obrar aún aquellas cosas por las cuales se siente más repugnancia. 

En la oración tengo más fervor, de modo que a veces paso veinte minutos completamente abstraída en El, contemplando sus infinitas perfecciones, y dándole gracias por su infinita misericordia con una miserable criatura como yo. A veces me figuro estar sumergida en El, como en un inmenso abismo, en el cual me pierdo, y otras, como atraída por su inmensidad. Entonces, siento grandes deseos de unirme a El. ¡Oh, que bueno es N. Señor!. A cada instante me parece que lo palpo y lo estrecho contra mi corazón. Tan cerca lo siento, que a veces, estando con los ojos cerrados, se me figura que abriéndolos lo veré. 

Sin embargo, no crea, Rdo. Padre, que todo es gozo. Estoy en un período de dudas tan atroz, que no sé decidirme si ser carmelita o ser del Sdo.Corazón. Por eso vengo en busca de luz. Ud., Rdo. Padre que me conoce bien -pues le he dejado leer todo en mi alma- me podrá aconsejar. Sólo deseo hacer la voluntad de Dios. Por una parte me siento atraída al Carmen por vivir completamente una vida de oración y de unión con Dios, separada por completo del mundo. También me atrae por su austeridad y por su fin, que es rogar por los pecadores y sacerdotes. Lo que me encanta es que la Carmelita se 

sacrifica en el silencio, sin que vea los frutos de su oración y sacrificio. Además la vida de familia y la sencillez en sus costumbres y la alegría que debe reinar siempre en su corazón, me gustan mucho y se avienen a mi carácter. 

Por otra parte, me gustaría ser del Sdo. Corazón, porque es una vida de perpetuo sacrificio. Es también vida de oración, ya que se dedican a ella, cantando el Oficio, y los exámenes, cinco horas. Además, cuando en la educación de las niñas encuentran dificultades, ¿a quién recurren sino a Dios, para que les allane el camino para llevar a esas almas a Dios? Si tienen que tratar con personas del mundo deben esforzarse para tener el verdadero espiritu religioso; y para esto se necesita de oración, de unión con Dios. Viven viendo constantemente en las niñas el espíritu del mundo -ese amor a la comodidad- y, sin embargo, ellas deben sacrificarse constantemente viviendo en la mayor pobreza: todo el día y muchas veces la noche consagradas a las almas, sin tener ni aún una pobre celda, pues duermen cuatro en cada dormitorio, aunque estos son siempre grandes y ventilados. No tienen un convento para vivir siempre allí. A cualquiera parte del mundo las pueden enviar, encontrándose más solas que una carmelita, en un país extranjero, sin ver ni una cara conocida, y muchas veces sin saber la lengua que se habla. 

La carmelita renunció una vez a las comodidades de la vida y a todo lo del mundo; vive en su convento sin salir ya más de él. Pero la religiosa del Sdo. Corazón hace el sacrificio a cada instante de todo lo de la tierra. ¿No encuentra que tiene que tener más desprendido el corazón de todo afecto terreno? Y cuanto más despegado esté, tanto el Señor se unirá a él. 

La carmelita necesita unirse a Dios y llenarse de El por completo, pero lo guarda; mientras que la del Sdo. Corazón debe llenarse de Dios y darlo a las almas. Luego necesita mucha unión, pues si no, se quedará ella sin Dios y entonces no podrá dar nadá a las almas. 

Pero lo que me atemoriza, Rdo. Padre, es que no me mantenga unida a Dios, tratando mucho con las criaturas. Pues lo he experimentado: que tratando un poco más con ellas, yo me enfrío más en el amor de Dios. También pienso que N. Señor me ha manifestado muy claramente que sea carmelita sin conocer yo a las carmelitas; pero creo que había leído ya la Vida de Sor Teresa del Niño Jesús. Lo que sé perfectamente es que siempre desde muy chica, he deseado ser de una comunidad muy austera, sin trato con el mundo. 

Además, N. Señor me ha probado repetidas veces que es El el que me habla en lo íntimo de mi corazón. Y siempre me ha dicho que sea carmelita. Más aún: ahora le pregunto y me dice que El me ha manifestado su voluntad. Otra vez que tuve estas dudas, escribí unos papelitos con varios nombres de conventos y los puse a los pies de la Sma. Virgen, y tres veces saqué el papel que contenía el nombre del Carmen. 

Lo que yo deseo saber, Rdo. Padre, es dónde Ud. cree me santificaré más pronto; pues, como le he manifestado varias veces, N. Señor me ha dado a entender que viviría muy poco. Lo esencial ha de ser la unión con Dios. ¿Dónde llegaré más pronto a unirme con Dios? Rezo mucho para que N. Señor me dé a conocer su divina voluntad, pues es lo único que busco. También veo que tengo inclinación a enseñar y me encantan los niños. Esto puede ser que Dios quiere que me dedique a 

educar. Me han dicho que de cien religiosas del Sdo. Corazón, habrá dos que no hayan tenido vocación para carmelita. 

Sin embargo, siento en mi corazón atractivo para el Carmen. Siento amor a la soledad, al silencio, al aislamiento de todo lo del mundo y, sobre todo, a la oración. Dígame, le suplico, que haré. Ud., Rdo. Padre, que conoce más que nadie mi pobre alma, déme luz y encomiéndeme en la santa Misa. Ofrézcame, junto con esa hostia inmaculada, a Dios para que El disponga de esta sierva suya como le plazca. Pídale mucho a la Sma. Virgen. Ella, que es mi Madre, no me abandonará porque siempre me ha protegido. 

Este tiempo de Adviento lo tengo dedicado a la oración. Trato de tener una hora de meditación por la mañana, en la que medito el gran misterio de la Encarnación, por el cual siento notable devoción. Y en la tarde, media hora, en la que considero la Pasión que leo en el Evangelio de San Juan. No todos los días lo puedo hacer, pues a veces los quehaceres no me dejan tiempo. No creía que la vida del hogar fuera una vida de sacrificio. Créame, Rdo. Padre, que me ha servido de preparación para mi vida religiosa. Mi mamá me manda constantemente y me reprende cuando no hago las cosas bien. Y muchas veces sin motivo. No tengo cómo agradecérselo a N. Señor, pues así se lo inspira a mi mamá para que viva siempre en la cruz que es prenda de su amor. ¡Cuánto me cuesta a veces callarme. Y cuando contesto, me he propuesto besar el suelo para humillarme y pedirle perdón a mi mamá. También me esfuerzo en obedecer aún a mis inferiores, como obedecía N. Señor en Nazaret. Quiero asimismo que nadie sospeche que ciertas cosas a veces me son ocasión de sacrificio, mostrando mi buena voluntad para todo. Y como yo no lo manifiesto, todos creen tener derecho para exigir de mí lo que les agrada. A veces siento sublevarse todo mi ser dentro de mí misma, pero pienso que es el único medio de ser santa, y que por el amor a N. Señor se puede, y soporto todo. De esta manera me abandono a la voluntad de Dios, pues, como El me ama, elige para mí lo que me conviene. Creo estar un poco más humilde, aunque no del todo, pues no sólo me reconozco una nada criminal delante de Dios, sino que también, cuando me siento humillada, pienso mucho que más merecía, siendo tan miserable como soy. 

N. Señor me libra de los paseos milagrosamente, lo que le agradezco mucho. Cuando se me presenta alguno, no le pido no ir como tampoco ir, sino que me abandono a El. Si quiere que vaya, voy gustosa. Si no, me quedo feliz. 

Mi genio trato de vencerlo, aunque a veces no lo consigo. Sin embargo creo estar un poco menos rabiosa. En este tiempo de Adviento hago más mortificaciones. Llevo cilicios todos los días dos horas. No pruebo ningún dulce, sólo que llame mucho la atención. Y me mortifico en otras cosas que no me agradan. 

Tengo reglamento, que trato de seguir lo más que puedo. Puse a las cinco la levantada; pero casi nunca puedo levantarme a esa hora porque me han ordenado que duerma siete horas, y tengo a veces que acostarme cerca de las doce, porque me ocupan hasta esa hora. Pero en fin, es la voluntad de Dios ésa, y no me importa. 

Muy luego nos iremos al campo, y lo único que me da pena es que no podré comulgar. Y soy muy 

mala sin comunión. Pero haré comunión espiritual. Además la voluntad de Dios es un alimento espiritual que fortifica al alma que se entrega a El gustosa. 

La Madre Superiora del Carmen de Los Andes me escribió contestándome que tenía «hueco» y me mandó decir la dote y lo que necesito. Y el Padre Falgueras me dice que quizás el clima de Los Andes no me convendrá, y que mejor sería Viña o Valparaíso. Aconséjeme qué debo hacer. Lo único que N. Señor me pide es que solicite el permiso de mi papá en las vacaciones, y que entre en mayo. Y todavía no sé a dónde. Le aseguro que me confundo, pues no sé lo que Dios quiere de mí. 

Perdóneme, Rdo. Padre, que abuse de su paciencia con esta larguísima y confusa carta; pero le manifiesto mi alma entera. Tenga caridad y sáqueme de las tinieblas en que me hallo, que N. Señor le pagará lo que haga por esta pobre miserable. Y si valen algo mis oraciones, cuente con ellas toda mi vida, pues todos los días lo tengo presente en la comunión, y todas las semanas ofrezco una comunión para que N. Señor lo llene de su amor y de celo por las almas. 

Le pido de nuevo: no se olvide de mí en el santo Sacrificio. Ofrézcame con el Cordero sin mancilla como víctima de amor y expiación por manos de la Sma. Virgen, para que Ella me purifique y me haga más agradable a los ojos de Dios. Rece por toda mi familia para que sea muy cristiana 

Su afma. S.S. en Jesucristo, 

Juana, H. de M.