Rdo. Padre Julián Cea
Muy Rdo. Padre:
Estoy sufriendo una verdadera agonía, pues hoy escribiré la carta a mi papá para solicitar el permiso para ser carmelita, para que la reciba el sábado, día de la Sma. Virgen.
Apenas llegué a ésta se ha renovado en mi el inmenso dolor que experimento al pensar que los voy a dejar. Fue una lucha que sostuve contra mi propia naturaleza cuando escribía carta. Y todo el entusiasmo sensible que sentía hacia el Carmelo ha desaparecido. Me parece de repente que es una locura lo que voy a hacer; que son ilusiones, etc. Pero está ya muy pensado y mi voluntad lo desea como un bien verdadero. Doy gracias a Dios de esta repugnancia natural que experimento, pues así la cruz que abrazaré será más pesada y podré manifestar al buen Jesús más amor, ya que iré en busca de El sin consuelo alguno.
En mi oración no encuentro gusto alguno, ni aún en la comunión. A veces pienso que sería mejor no comulgar para no hacerlo tan mal; pero no puedo. No está en mi dejar de hacerlo, pues N. Señor, a pesar de que ve mi corazón de piedra, me comunica fuerzas, luz, en una palabra, vida.
Todo el tiempo he notado que estoy menos mortificada y recogida. Pero ya le he prometido a N. Señor volver con todo ahínco a negarme en todo y a vivir sólo para El. Me tengo que preparar para el favor tan grande que El me va a dispensar. Y sin embargo, cada día me encuentro más miserable. Rece por mí que tanto lo necesito. Si N. Señor no me encuentra preparada, no moverá el corazón de mi papá a darme el consentimiento, y entonces no podría ya este año ser carmelita. No le pido a Dios nada, mas que se cumpla en mi su divina voluntad. A ella me abandono y digo con mi Madre Santa
Teresa: «El todo lo sabe y El me ama». No me preocupo de nada, pues sé que mi Jesús arreglará todo por su pequeña esposa…
Le ruego, Rdo. Padre, rece mucho por un hermano extraviado del buen camino, que se aparta cada vez más de él. No se imagina lo que sufro al pensar que hay en mi hogar un alma que no ama a Dios y que le ofende tanto. He ofrecido mi vida por él, pero el Señor no la ha aceptado. Cuando sea carmelita me inmolaré toda la vida por este hermano que tanto quiero.
Todos los días rezo por Ud., Rdo. Padre, conforme se lo prometí. En la Misa y Comunión nunca olvido de pedir que Dios lo haga un religioso según su corazón, que viva en el cielo, olvidado de todas las pequeñeces de este mundo miserable y que salve muchas almas. Mis oraciones, como Ud. bien lo sabe, son bien pobres pero se las doy a mi Sma. Madre. Ella las presenta a N
Señor, y El no niega nada a su Madre.
Rece por todos los míos y por esta pobre alma que Dios permitió conociera. No se olvide de encomendarla al Señor, especialmente el sábado para que se cumpla en ella la voluntad santa de Dios.
Juana
P.D. No sé si le dije que mi nombre será Teresa de Jesús. Más me tengo que esforzar para ser santa.
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