J.M.J.T. 13 de junio de 1919
Mi Isabelita querida: Que el Espiritu Santo haya descendido al cielo de tu alma, llenándola de sus celestiales dones.
Ayer recibí tu cartita y, como te tenía que contestar la anterior y darte un millón de «Dios te lo pague» por el regalito que nos mandaste que vino a las mil maravillas…
¿Qué me cuentas de ese cielito interior? ¿Por qué te encuentras tan mala? Tu carmelita te va a consolar con un parrafito que [he] leído y que me consuela muchísimo, pues lo dijo el Sdo. Corazón a una alma escogida: «¿Sabes cuáles son las almas que gozan más de mi Bondad?, le dijo N.S. Son las que confían más en Mí. Las almas confiadas arrebatan mis gracias. Yo soy todo Amor y la mayor pena que pueden dar a mi Corazón es dudar de mi Bondad. Mi Corazón no sólo se conduele, sino que se regocija mientras hay más que reparar, con tal que no haya malicia. Si supieras el trabajo que yo haría en un alma que estuviera llena de miserias con tal que me dejara obrar… El Amor no necesita de nada. Sólo quiere que no haya resistencia; y ordinariamente, lo que pido a una alma para hacerla santa es que me deje obrar. Las imperfecciones del alma, cuando no se complace en ellas, no me desagradan, sino que atraen mi compasión. Amo tanto a las almas… Las imperfecciones le deben servir como escalones para subir hasta Mí por medio de la humildad, de la confianza y del amor. Yo me inclino al alma que se humilla y me llego hasta su nada para unirla a Mí».
Todo esto son palabras del S.C. Así pues, Isabelita, contempla tu miseria, tus flaquezas e infidelidades. En una palabra, desconfía de ti misma, pero no te quedes en tu nada; sube hasta el Corazón Divino, arrójate en El y su amor misericordioso te fortalecerá. Cuando caigas, dile sencillamente al Corazón de Jesús: «Señor, ¿no te [has] acordado que yo nada puedo por mí misma? Y no me has sostenido. Tú, Señor, tienes la culpa [de] que yo sea miserable, porque no me das tu socorro». Así se le fuerza y a El le encanta este trato de confianza y desconfianza. Acuérdate, hermanita, que el Corazón de Jesús fue tu cuna espiritual. Allí está tu nido, allí te arrulló Jesús con cánticos de paz y amor. ¿Recuerdas? Es preciso, Isabel querida, que seamos apóstoles de la misericordia de ese Corazón. Es preciso derretir la muralla de frialdad en que lo tienen aislado. Es preciso acariciarlo, confortarlo en su agonía mística del altar. Allí, anonadado, vive por las criaturas. Sólo la lamparita lo descubre. ¡Qué Amor, mi Isabel querida! Es incomprensible. Me pregunto muchas veces cómo no nos volvemos locos de amor por nuestro Dios. Se señalan en los siglos una que otra alma con la locura de amor: Nuestra Santa Madre Teresa, Magdalena de Pazzis, la Beata Margarita María y otras pocas. En millones de millones de hombres, sólo éstos han tenido corazón grande y generoso ¡Qué vergüenza! Qué miserables somos: incapaces de amar el único objeto verdadero y bueno. Pidámosle al divino Corazón en su día esta locura, para vivir junto a El cantando sus misericordias, llorando su soledad. Al menos nosotras que le conocemos y que con su Palabra divina, con su hermosura arrebatadora, con su bondad infinita nos ha atraído a amarle, al menos nosotras no le seamos ingratas. Seámosle esposas fieles y constantes. Subamos con El [al] Calvario. Quitémosle la cruz, la corona, la hiel y vinagre, y traspasemos nuestros corazones con la lanza de Longino. Isabel, seamos crucificadas; seamos hostias por el amor. Principiemos las dos, desde el día del Sdo. Corazón, a negarnos en todo y por todo. Yo lo debía haber principiado desde que entré a esta santa mansión; pero soy tan miserable… Sin embargo, me consuelo que así N. Señor me quiere y ayuda más. El ve que yo deseo amarlo pero todavía no tengo en mi alma bastante capacidad para poseer ese amor fuerte como la muerte. Nuestro Jesús es todo Corazón. En este instante estoy presa por El. Me tiene encarcelada en el horno del amor. Vivo en El, mi Hna. querida. ¡Qué paz, qué dulzura, qué silencio, qué mar de bellezas encierra ese divino Corazón! Qué de ternuras me colma, a pesar de serle tan infiel. ¿Cuándo será el día dichoso en que la muerte, rompiendo las cadenas del pecado en el que nuestra alma vive, podamos decirle a nuestro Dios: «Ya no te ofenderemos más, y nadie ni nada nos podrá separar de Ti»?
Eli, a veces siento el peso de esta vida miserable. Quisiera verme libre de las miserias de la carne; pero después miro el tabernáculo y, al ver que Jesús vive y vivirá allí hasta el fin de los siglos en continua agonía y abandono, me dan deseos de constituirme en su compañera del destierro a que por nuestro amor se ha sometido. Entonces le digo con S. María Magdalena de Pazzis: »Padecer y no morir». Eli, la carmelita es hostia, como te he dicho. Jesús es Hostia en el Altar. Se oculta. Aparentemente no ve, no oye, no habla, no se queja la hostia. ¿No es así? Del mismo modo, si queremos ser hostias, debemos ocultarnos de las miradas de las criaturas, ocultarnos en Dios, es decir, obrar siempre no por buscar el agrado y acarrearnos las simpatías y el cariño de las criaturas; siempre tener a Dios por testigo y objeto de nuestros actos. La hostia, Eli, no tiene voluntad. Obedecer sin replicar; obedecer aún en aquello que nos parece contrario a nuestro juicio, acallándolo por Dios. Obedecer a El. Obedecer sin demostrar que nos cuesta, ni que nos desagrada lo que se nos ordena.
La Santa Hostia está en un estrecho copón. Nosotros, hostias, debemos buscar la pobreza, eligiendo todo lo peor para nosotras sin que los otros se den cuenta. Buscar lo que nos incomoda en todo y por todo.
La Santa Hostia es pura. Nosotras debemos huir del afecto de toda criatura. Eli, nuestro corazón sólo para El. Huir del apego a las vanidades, ser mortificadas. Cuando el cuerpo busque lo que le acomode o regale, darle lo contrario.
La Santa Hostia se da a los cristianos. Nosotros debemos darnos por entero, o mejor, prestarnos -pues no conviene darse- a cuantos nos rodean. Esto nos hará ser caritativas, pero siempre mirar en el prójimo a Jesús. Propongámonos esto, mi Isabel querida, mi hermana carmelita; hagamos un desafío para ver quién lo consigue primero.
Otro punto [en] que creo que me tienes muy aventajada es no hablar de sí misma, pues así se niega completamente la personalidad. No sabes cuánto me hace falta este punto de negación, porque, como tú me conoces, estoy tan llena de orgullo. Y lo peor es que no sé de qué tengo orgullo, porque nada tengo y nada valgo; de eso estás convencida ya, ¿no es cierto, mi pichita? Aconséjame, que necesito de tus consejos más que tú de los míos. No creas que, porque estoy en el Carmen, me he despojado de mis miserias; antes al contrario, cada momento, al compararme con mis santas hermanitas, me encuentro más imperfecta. Como aquí todo es pureza, santidad, atmósfera de luz, se ve una bien negrita. Soy una cholita, un carbón en medio de brillantes.
Reza y aconséjame; no sabes el bien que me haces. Y sé sencilla, pues, si tus consejos hacen bien a mi alma, es N.S. quien te los inspira.
En cuanto a lo que me dices de tu oración, ¿se lo has dicho al Padre Falgueras? Yo creo que tu alma, como la mía, no son para la meditación. Creo te convendrá otro modo de oración. ¿Has leído tú la Subida al Monte Carmelo de Nuestro Padre S. Juan de la Cruz? Léelo. Te aprovechará mucho. Si no lo tienes, cómpralo; pues es un tesoro. Créeme que a mí, en varias circunstancias, me ha servido de mucho consuelo. No te desconsueles con no poder discurrir ni saberle decir nada a N. señor. El sabe mejor lo miserables que somos. ¿Quién sabrá decirle algo al Verbo, a la Palabra eterna, a la Sabiduría divina e increada? A mí me pasa muchas veces lo mismo, y no por eso creo que mi oración es mala; pues el fin de la oración es inflamarnos en el amor de nuestro Dios. Si el estar sólo en su presencia, si el mirarle sólo nos basta para amarle, y estamos tan prendadas de su Hermosura que no podemos decirle otra cosa [sino] que le amamos, ¿por qué, hermanita, inquietarnos? N. Santa Madre recomienda esta mirada amorosa al Esposo de nuestra alma. Míralo sin cansarte, Isabelita, dentro de tu cielito; y pídele, cuando le mires, te dé las virtudes que te hagan hermosa a sus divinos ojos. Consuélalo con tus lágrimas y acarícialo, que esto a El le encanta. Pídele por la Iglesia, por los sacerdotes y por las almas pecadoras.
Eli, sé carmelita cuando estés con Jesús. Y si a veces tienes tu corazón insensible que no sientes amor para Jesús, no dejes la oración, no pierdas esos momentos de cielo en que está tu alma sola con El. ¿Qué importa que no le hables? Estás enferma y El es tu Esposo, se compadece y te acompaña.
Otro libro que te recomiendo es «La Hermosura divina» por Nieremberg. Y nuestra Madrecita te manda decir que leas los «Soliloquios de San Agustín». Son preciosos.
El día del Sdo. Corazón renovaremos las dos el voto de castidad, yo lo voy a hacer a las 3 P.M.; pero como nuestro reloj anda según la hora antigua, tú lo puedes hacer a las 4.1/4. A esa hora en que Longino atravesó el costado de Jesús, nos introduciremos ambas en esa herida salvadora. Ofrezcámonos como apóstoles de la misericordia del divino Corazón, ¿no? Y morir a las 3 para siempre en el Corazón de Jesús, ¿no, Isabel?
A Dios. Tomo resolución de dejarte, pero no puedo escribirte corto. Por eso corto hasta las páginas, pero como N.S. me inspira más, te sigo escribiendo.
La Lucha L. me escribió una cartita encantadora que me hizo mucho bien; y está feliz porque tú y yo somos trinitarias. Cada día reverencio y admiro y amo más a la S. Trinidad. He encontrado por fin, el centro, el lugar de mi descanso y recogimiento, y quiero que tú, equito de mi alma, lo encuentres ahí mismo. Vivamos dentro del Corazón de Jesús contemplando el gran misterio de la S. Trinidad, de modo que todas nuestras alabanzas y adoraciones salgan del Corazón de nuestro Jesús perfeccionadas, y unidas a las suyas. Así viviremos unidas a la Humanidad de N. Señor y abismadas en su Divinidad.
A Dios. No tengo más que decirte. Jesús no me dice más. ¡Cuán cerquita y unida estoy con mi Unico Jesús! Anda haciéndoles el ánimo a los tuyos para que te dejen venir a mi toma de Hábito. No te encargo saludos para los tuyos, porque ésta no deben saber que te he escrito. Rezo mucho por c/u. Pídele a la Rebeca la carta última. Le mando el horario.
Unida a Jesús te tiene en su divino Corazón tu indigna
Teresa de Jesús, Carmelita
Contéstame sobre lo que te digo: si lo haces y si te aviene este modo de recogerte.
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