114. A su hermana Rebeca 12 de julio de 1919

114. A su hermana Rebeca 12 de julio de 1919

J.M.J.T. 12 de julio de 1919 

Mi querida hermanita: Que Jesús sea el único dueño de tu corazón. 

Tu primera cartita la hubiera contestado inmediatamente. Tanto fue el gusto que me proporcionó, que no pude menos que llorar de agradecimiento para con N. Señor, que oyendo mis súplicas, se apoderó de tu corazón. Mas no me fue posible por tener poco tiempo disponible; pero creo que no te sentirás, porque sabes perfectamente que siempre te tengo junto a mí. Ahora te tenía escrita una carta, pero me salió tan borronienta que me avergoncé de mandártela. Y aunque me duele mucho volver a escribir, lo hago, pues no es posible acostumbrarme tan mal. 

¡Cómo ruego por ti, mi pichita querida, para que seas completamente de Jesús! Ahora ya no hay diferencia entre nosotras. La casita de nuestras almas no tiene más que un solo dueño, un mismo Sol que las ilumina, y este dueño es nuestro Jesús. ¡Cómo se enternece mi alma al pronunciar este nombre santo! ¡Cómo me lleno de una alegría inexplicable! Quisiera que a ti te sucediera lo mismo ¡Encierra tanto esta sola palabra: Amor Infinito de un Dios humanado, de un Dios anonadado por nosotros…! En este instante, mi alma se halla bajo el peso infinito de su amor. ¡Es tan bueno para con nosotros, criaturas tan miserables…! Estoy con El solo en mi celdita. Todo un Dios con su criatura. Estoy sumergida en El. Perdida en su inmensidad. Compenetrada por su sabiduría. Viviendo porque El es mi principio de vida, mi todo. 

Cada día que pasa, hermanita, comprendo mejor que «solo Dios basta». Esa es la máxima que tengo sobre mi cruz. Que también sea la tuya. Búscalo a El y lo encontrarás todo. Las criaturas ¿qué nos pueden dar, si no tienen más que miseria? Despréndete de ellas: Busca a Dios allí, en el fondo de tu alma y, cuando estés triste, expónselo todo y quedarás alegre; porque El te dará a conocer que, siendo Dios, sufrió más por ti que todo lo que los hombres han sufrido. Y no sólo esto, sino que ha sufrido infinitamente. 

Obra por amor a El. No busques el agrado de las criaturas. 

¡Se equivocan tanto en sus juicios…! Mientras que Dios te penetra en cada instante cual si fueras la única criatura existente. Piensa que, mientras tú duermes, mientras tú obras y vives, hay un Ser infinito que se ocupa de darte vida, de amarte con un amor eterno infinito… ¡Cómo quisiera penetrarte de estos pensamientos que hacen que todo desaparezca, para no tener nada ante sí, sino a Dios! Entonces, ¡qué paz, qué alegría experimentamos! Se comprende, pues nuestro centro es El. Entonces vivimos vida de amor, vida de cielo… 

Para esto, hermanita, hemos sido creadas: para alabar y amar a Dios. Todo lo demás, es nada, es vanidad. Si cada mañana al comulgar nos preparáramos un poco mejor, ¡cómo nos aprovecharíamos de nuestra comunión…! ¡Cómo pasaríamos el día entero en éxtasis de amor para con ese Dios inmenso, majestuoso, hecho alimento de nuestras almas! En el cielo, hermanita, los ángeles lo contemplan faz a faz, pero nosotros los hombres lo poseemos cada uno, nos identificamos con El. En esos momentos en que mi alma está unida a Dios, cesa todo para mí. Me faltan palabras, hermanita, para expresar la dicha divina que experimento. Siento al Infinito, al Eterno, al Santo todopoderoso, al sapientísimo Dios, unido con la nada pecadora. Entonces adoro y más amo. Entonces es cuando el alma se siente pura. Está en la fuente de la santidad. 

Amémosle, hermanita, porque su bondad y su misericordia son infinitas. ¡Cómo ante ese amor desaparece el nuestro miserable, que no sabemos hacer el más leve sacrificio por nuestro Dios, después que nada nos ha rehusado desde una eternidad! Aprovecha, hermanita, esos instantes para hacerte santa. Fíjate que estamos unidas enteramente a la santidad infinita. Pídesela. ¿Qué te podrá negar cuando está loco de amor por ti, ya que se ha reducido a hostia o nada para llegar hasta ti? Pídele que lo conozcas y que te conozca. Que cada vez comulgues mejor, pues en la comunión está la vida de nuestra alma. Pídele por todos, porque nada te negará; y después, en el día, estrecha a menudo contra tu corazón a ese Dios, y continúa dándole gracias y suspirando por tu próxima comunión. Es el momento de cielo en nuestro destierro. Suspiremos por El. Pídele también te enseñe a vencerte, a hacer morir el yo, para que seas muy humilde, para así demostrarle cuánto lo amas, pues El dijo que nadie amaba tanto a su amigo como aquel que da su vida por él. Démosle nuestra vida, haciendo morir al hombre viejo que es nuestra naturaleza, según San Pablo; renunciando a buscarnos a nosotras mismas, obrando, no por lo que nos gusta, sino por aquello que es la voluntad de Dios. 

Una verdadera esposa ama a su esposo y no lo contraría en nada, antes busca en todo el agradarle. Cumplamos, pues, nosotras la voluntad de Dios en todo, aunque a veces se presente de una manera mortificante; aunque a veces se presente contrariando nuestro propio parecer y juicio. Esto es amar a Dios. Esto es vivir correspondiendo a ese amor infinito, divino. Cuando tropieces con alguna dificultad en el camino del deber, piensa que Dios te mira y que ve tu repugnancia por obrar, midiendo tu amor para recompensártelo después. Piensa que Dios te está amando en ese momento infinitamente, se está ocupando de ti como si no existiera en el mundo criatura alguna; que te está sosteniendo para que vivas, ¿y podrás dejar de obrar ante la consideración de semejante bondad? 

Oh hermanita, vivamos amando el Amor. Seamos hostias de alabanza a la Stma. Trinidad. ¿Y cómo? Cumpliendo en cada instante la voluntad de Dios ¡Si supieras la felicidad que inunda mi alma en cada momento de mi vida escondida en Dio! ¡Si supieras la felicidad que inunda mi alma en cada momento de mi vida escondida en Dios! No quisiera saber ni tratar nada que no fuera El. Comprendo que aún no lo conozco y que [no] lo amo con todas las fuerzas de mi alma. ¿Qué será, pues, cuando Dios se descubre a un alma santa? ¿Cómo podrán vivir en medio de las miserias de este destierro, no pudiendo contemplarle incesantemente por tener la naturaleza necesidades apremiantes? 

Ahora contestaré a tu segunda carta, que me fue muy antipática. Yo no quiero te salgas del colegio, y no comprendo cómo lo puedes desear. Ahí vives tranquila con Jesús Sacramentado, sin peligros para tu alma pura; formándote el carácter, pues no debes hacer lo que te gusta. Además, no eres Hija de María. Estoy segura de que, si te portas perfectamente, te darán el aspirantado el día de la M. Izquierdo, y conseguirás la medalla para el 8 de diciembre. Propónselo a las monjas. No obres por impresiones. No porque se sale la Elena te quieras salir tú. Cada una tiene que valerse sola en la vida. Esta carta es también para la Elena. Dile [que] rezo mucho por ella. Que lo hice especialmente el día del Sdo. Corazón. Que a ella y a las mellizas las acompañé en su retiro, pues ese día yo también hice retiro, y todo el día las tuve conmigo y se las consagré a la Sma. Virgen. 

Dile a la Ana María que rezo mucho por ella y su intención. A la Isabel, que no la olvido. A la Luz R., que estoy feliz por la noticia que me da. Saluda a todas las Madres. Dile a la Madre Du Bose que el día de San Luis, no dejé de recordarla en mi comunión. 

Ayer recibí tu carta. Te agradezco lo que me mandas. Respecto al diario y cartas, no los leas hasta que el Padre José diga. Dile a la Elena y mellizas que los santos los puse en nuestro breviario para recordarlas en esos momentos en que hago el oficio de ángel cerca de N. Señor. 

Adiós. Dales muchos cariños a mi papacito y mamacita y hermanos. A todos los de la casa. Y tú recibe el cariño de Jesús y de su indigna 

Teresa 

Dile a mi mamacita que, si no es mucha molestia, fuera a San Bernardo a preguntar por nuestra Madre o si conoce algún doctor de los que la ven, le preguntara bien qué es lo que tiene y si no habrá esperanza de salvarla; y que después escriba para informarnos. Todas tenemos mucha pena, sobre todo nuestra Madrecita. 

A misiá Julia no puedo escribirle, pero mañana dale un abrazo a mi nombre y que le ofreceré misa y comunión por sus intenciones. A la Julia Montes dile [que] le agradecí mucho su tarjetita; que también rogaré mucho por ella mañana. 

Jesús te envía este pensamiento: «Un Sagrario tiene el silencio de una tumba, la majestad de un trono, las delicias de la vida. Y es que contiene a Jesús como víctima inmolada, como Rey del mundo, como alimento del alma». ¿Te gusta? No es mío. Los versos no los tengo. A Dios. Este santito te lo manda nuestra Madrecita. 

Dile a mi mamacita que pronto le contestaré y que rece mucho por nuestra Madre Margarita, porque está desahuciada por los doctores. Sufre mucho la pobrecita. Ojalá les diga a las monjas que recen. Va a ser una pérdida inmensa para sus hijas carmelitas. Es una verdadera madre.

One thought on “114. A su hermana Rebeca 12 de julio de 1919

Comments are closed.