36. A la Madre Angélica Teresa 7 de septiembre de 1918

36. A la Madre Angélica Teresa 7 de septiembre de 1918

J.M.J.T. Santiago, 7 de septiembre de 1918 

Rda. Madre Sor Angélica del Smo. S. 

Reverenda Madre: 

Mucho tiempo hace que estaba por escribirle; pero las muchas ocupaciones me habían impedido hacerlo; pero creo que, si me dejara llevar por mis deseos, le escribiría todos los días. 

Hace tres semanas me salí del colegio con una gran pena, pues estaba feliz en el colegio. Y aunque mi papá quería que me saliera, sin embargo, hubiera podido conseguir [quedarme], si no existieran en mí otros deseos y otros ideales. Estos son ser lo más pronto posible carmelita. Quiero pasar este medio año en el mundo y solicitar el permiso de mi papá (pues mi mamá ya me lo ha dado) en las vacaciones, para irme al principio del otro año. 

Rda. Madre, ahora a Ud. le voy a suplicar que me admita en ese palomarcito. Yo sé que soy muy indigna, mi querida Madre, de este favor tan grande; pero créame que trabajaré toda mi vida por ser una gran santa. Santa Teresa dice que no es orgullo tener grandes deseos; antes al contrario, que esto levanta el alma a cosas más elevadas. Yo sé que soy muy imperfecta; pero espero con el auxilio de N. Señor y de la Sma. Virgen llevar con honor el hábito de carmelita. Entre tanto me preparo para ello lo mejor que puedo. Así es que le pido, por favor, me diga si hay un huequito, y también que me diga cuál es la dote y las cosas que se necesitan para poder ingresar, pues quiero saber de fijo todo esto para pedir permiso. 

Rece mucho, por favor, para que podamos ir en octubre con mi mamá a Los Andes, para poder irla a ver; pues no conozco ningún Carmen, ni he visto nunca ninguna carmelita y, como Ud. comprenderá, tengo ansias verdaderas de conocer, sobre todo ese conventito al cual siempre estoy muy unida en mi corazón. 

N. Señor me está librando de salir a las fiestas. No sé cómo agradecérselo. Además, el mismo día que salí del colegio, me dio una amiga que piensa exactamente como yo y tiene las mismas aspiraciones, aunque creo que no estaremos nuestra vida juntas, pues ella pertenecerá al Carmen de Valparaíso. No me importa, pues estaremos ambas con N. Señor y, por lo tanto, siempre muy unidas. 

Tengo mi reglamento que trato de seguirlo lo mejor que puedo. Todos los días tengo tres cuartos de hora de oración tiempo el más feliz del día, pues en él estoy con El. Como lectura espiritual, me aconsejó el Padre con que me confieso leyera el «Camino de Perfección» de Santa Teresa. También tengo para leer el «Padre Nuestro» explicado por Santa Teresa. 

Me mantengo lo más posible unida con N. Señor dentro de la casita de mi alma; así es que ésa es mi celdita entre tanto. Tanto cuando voy en la calle como en el biógrafo o paseos, le digo a N. Señor: «Jesús mío, aquí quizás nadie pensará en Ti; pero aquí tienes un corazón que te pertenece enteramente. Te adoro, te amo. Haz que sea siempre tuya». De esa manera estoy recogida y ajena a lo del mundo y, con esa amiga que le decía, nos comprometemos cada vez que tenemos que salir, a rezar para permanecer unidas a N. Señor en la celda de nuestra alma. 

Nada le he hablado del retiro, que pasó para mí como un relámpago de felicidad. Lo dio un Padre Jesuita. Diciéndole con franqueza, no me gustó mucho el método que siguió. Sin embargo, ofrecí ese sacrificio a N. Señor, para sacar mayor fruto del último retiro en el colegio. Yo creo sería por el estado de mi alma, pues tenía muchas luchas interiores. Además estaba insensible. Nada me conmovía. Mas, a pesar de esto, lo hice muy recogida, guardando tanto el silencio como la vista. En esos días pude apreciar mejor la excelencia de mi vocación de carmelita, pues como era la reglamentaria, tenía que salir antes de la capilla, para ir a tocar la campana para los tiempos libres. 

Entonces me iba a una capillita de la Virgen donde estaba el Santísimo, y allí me llevaba a sus pies tan feliz, tan olvidada de todo lo del mundo, que me parecía estar ya en el Carmen. Pero, a veces, esos instantes eran turbados por las dudas, pues de repente creía que debía ser religiosa del Sdo. Corazón. Esa vida tan abnegada me atraía, pero apenas lo pensaba, cuando una inquietud y desasosiego me turbaba de tal manera que le rogaba a N. Señor me iluminara, y desde el fondo del tabernáculo me decía: «Quiero que seas carmelita». Y volvía de nuevo la paz a mi alma. Luego no puedo dudar sea ésa la voluntad de Dios. 

Hábleme, por favor, de [la] humildad, pues la necesito mucho. Porque yo, cuando pienso lo que soy delante de Dios y respecto a las demás criaturas, me considero que soy una nada criminal. Pero después, que me digan algo que me humille; inmediatamente contesto movida por el amor propio. Es verdad que, a veces, yo busco las humillaciones; pero esto me cuesta mucho y a veces no lo consigo. También le ruego me hable del sacrificio de la vida de la carmelita, porque es esto lo que más me atrae. 

Entré en una asociación que se llama «La Reparación Sacerdotal», en la que se reza por los sacerdotes que tanto necesitan. Esta es una devoción carmelitana, pues la carmelita se sacrifica por los sacerdotes; y esto fue lo que me movió a ingresar a ella. 

Salude respetuosamente a la Madre Sub-Priora y a toda la comunidad, que la quiero mucho ya en N. Señor; y dígales que recen por mí para que viva en el mundo como Isabel de la Trinidad. 

Reciba saludos de mi mamá; y Ud., Rda. Madre, reciba, junto con mis pobres oraciones, el cariño respetuoso de su hija que se encomienda a sus oraciones. 

Juana Fernández 

Mucho le agradecí lo que me mandó con la Graciela.

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