J M.J.T. Santiago, 1º de enero de 1919
Rda. Madre Sor Angélica Teresa del Smo. Sacramento
Mi Reverenda Madre:
Creo no habrá recibido mi última carta a principios de Adviento; y aunque deseé con todo mi corazón escribirle para Pascua [Navidad], los quehaceres no me lo permitieron. Sin embargo, el Niñito Jesús no habrá dejado de derramar por mí numerosas bendiciones para mí querido palomarcito, pues se lo pedí con toda mi alma en esa noche venturosa de Pascua.
A mí, como regalo de Pascua, me trajo su cruz. Es lo que El más ama; así es que no tengo cómo darle gracias. No se imagina, mi queridísima Madre, cuánto he sufrido. Lo que antes jamás habría experimentado -dudar que Dios me quería para carmelita- es lo que constituye mi sufrimiento. Toda mi vida lo he deseado, pero ahora dudo entre el Carmen y el Sgdo. Corazón. Vengo, pues, a Ud., mi querida y respetada Madre, para pedirle me aconseje. Usted me conoce bien, pues le he dejado leer mi alma. Por favor, pues, le suplico me dé a conocer la vida de la carmelita por entero, hablándome sobre todo del sacrificio y de la inmolación que encierra, pues creo que es el punto que aún no he profundizado bien.
El Sdo. Corazón me atrae porque en él se lleva una vida constante de sacrificio. A todas horas del día y aún de la noche han de inmolarse por las almas. Es cierto que es una vida mixta, pero tienen que tener mucha vida interior para que, de este modo, produzca fruto su obra; pues tienen que dar Dios a las almas y quedarse ellas con Dios; si no, no tienen nada que dar.
Todo esto me atrae. Sin embargo, el palomarcito silencioso retirado del bullicio del mundo, sin tener puertas sino para el cielo, esa vida de oración y de unión con Dios, me liga fuertemente a irme para allá. Mas, de repente, creo que debo sacrificar esos atractivos para ganar las almas. Me parece que todas estas dudas me las envía N. Señor para probarme, pues cuando estoy en oración, me da a entender que sea carmelita; mas, saliendo de ella, me principian las dudas más terribles; y mi alma, que creía haber obtenido la luz del cielo, vuelve a caer en espesas tinieblas.
Mucho le he rezado para conocer la voluntad de Dios y también he pensado mucho dónde me haré santa más luego, pues es eso lo que deseo ante todo. Ayúdeme, pues, mi buena Madre, con sus oraciones, ya que lo único que exige N. Señor de mí es que pida el permiso en las vacaciones y me vaya en mayo donde El me manifieste, y ya me voy a ir al campo y no sé nada. En fin, que Dios cumpla en mí su adorable voluntad. Me someto gustosa a estas dudas por su amor. Quizá quiere me someta con tranquilidad, pues le confieso sinceramente que me he inquietado demasiado, tal vez por conocer pronto su divina voluntad; pero ayer le prometí abandonarme enteramente sin desear nada, ni pedirle nada. Dios lo sabe todo y El me ama, repito con mi Madre Santa Teresa. ¿Qué le parece mi resolución? ¿Lo debo hacer así?
A principios de Adviento llevé una vida de oración; pero desde que salió mi hermana Rebeca del colegio, tuve que principiar a salir y a hacer visitas que interrumpieron mi vida de recogimiento. Sin embargo, donde vaya estoy con El, y me consuelo en los paseos con la idea que, donde todos lo olvidan por entregarse a los gozos mundanos, yo al menos lo adoro y lo amo, aunque mi adoración y mi amor son demasiado indignos para lo que El merece.
No se imagina cuánto amor siento al contemplar a ese Niñito Dios anonadado por nuestro amor, y al ver que en su infinito amor, no perdona ningún sufrimiento ni humillación para acercarse a nosotros y unir nuestra pobre naturaleza humana a la suya divina. Sin embargo, los hombres no piensan en ese Dios y no hacen otra cosa que pecar.
Anoche esperamos las 12 y salimos a andar y, al pasar por la Alameda, sufrí verdaderamente al ver esa multitud de gente entregada a los placeres. Sin pensar que ese año que se iba era uno menos de vida, ellos se alegraban inconscientes en medio del pecado. ¡Ay, mi queridísima Madre, cuánto se olvida y se ofende a Dios! ¡De cuánto cariño lo deberíamos rodear nosotras que lo conocemos, nosotras las elegidas de su Corazón! Ud., mi Rvda. Madre, ya se ha sacrificado por El enteramente, ya le ha dado todo, incluso Ud. misma. Pero yo hasta aquí no he sabido sino ofenderlo, resistir a sus inspiraciones y no atender a sus llamados. El me ha colmado de sus beneficios, me ha llenado de su amor, y en vez de amor, sólo le he dado indiferencia, ingratitud. Y a pesar de todo esto, quiere que viva unida a El, para reparar los pecados del mundo.
Anoche pensé que sería el último 1° del año que pasaría entre los míos. Espero para el otro ser ya toda de El. Sin embargo, a pesar de sentir la felicidad de entregarme a mi Jesús, sentía una pena inmensa y hubiera llorado de buena gana, si no me sostuviera el pensamiento que es necesario tener corazón de hombre y no de mujer, ya que al Señor le gustan los ánimos esforzados.
Mi queridísima Madre, rece mucho para que, si es la voluntad de Dios, pueda tener un motivo para llegar hasta ese palomarcito. Creo que su vista y el hablar con Ud. me servirían para convencerme que allí debo santificarme. Entre tanto, yo le ruego haga la caridad de hablarme en sus cartas de la abnegación, del sufrimiento de la carmelita, del cual tengo idea, pero no tengo el suficiente conocimiento; pues lo único que deseo es sacrificarme por El, ya que El se sacrificó toda su vida por mí.
Encomiéndeme a las oraciones de mis Hermanitas, a quienes siempre recuerdo en las mías, aunque éstas muy poco valen. Ruegue también por mi mamacita, quien le envía un saludo muy afectuoso; y Ud., mi queridísima y respetada Madre, cuente con las oraciones de esta su pobre hija. Se encomienda a las suyas.
Juana, H. de M.
Para otra vez será mas larga, pues concluyo esta carta a las 12 de la noche. El miércoles voy al campo. Mi dirección es: San Javier de Loncomilla, Casilla N° 6.
Dispense esta carta llena de incorrecciones; pero la escribo muy ligero y están los niños metiendo mucha bulla; así es que casi no sé lo que escribo. Siempre le estoy muy unida en el Corazón de Jesús y de María.
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