J.M.J.T. San Pablo, 3 de marzo de 1919
Reverendo Padre:
No sabe cuánto agradecí su carta. Y le di muchas gracias a Dios le haya hecho conocer su voluntad sobre mi.
Apenas llegue a Santiago, solicitaré el permiso de mi papá. Apenas le escriba se lo participaré a W. para que ruegue mucho a Dios me lo dé si es su divina voluntad. Esta es, ante todo, lo que pido.
Las misiones las supe aprovechar. Pasé unos días de cielo. A veces, cuando estaba una hora o más con N. Señor, me figuraba estar en el Carmen. Sólo me faltaba verme tras las rejas como prisionera. A cada momento me iba al oratorio; pues no tenía descanso mi corazón hasta que no me encontraba a sus pies. Vino un Padre que me gustó mucho. Se veía era muy santo: el P. Cea. Dios permitió que viniera, pues no sabía qué me pasaba. Estaba muy desanimada en la oración. Como tuve necesidad de consultarlo acerca de esto, me dio muy buenos consejos que trajeron la paz a mi alma. Le dije mis intenciones de ser carmelita y dio gracias a Dios por ello, pues las aprecia mucho. Me tomó mucho interés y me examinaba en todo y me encontró vocación. Me dio un cuaderno «Tratado de la Perfección Religiosa» por el Padre Nieremberg, que me ha sido de mucha utilidad. Estoy encantada con él. Me dijo el Padre Julián que le escribiera alguna vez, si tenía necesidad. Y lo hice no tanto
porque yo lo necesitara como por una persona que también deseaba escribirle y que no lo hacía si yo no escribía; y como ella lo necesitaba, lo hice. Mi mamá me ha aconsejado le preguntara a Ud. sobre si le podía seguir escribiendo. Yo veo que quizás busco la satisfacción de desahogarme; además sentía interiormente desasosiego, y en la oración muchas veces me turba el pensamiento del bien que me hizo el Padre y aún hasta en sueños lo he recordado. Yo creo que esto no está bien y N. Señor me lo reprocha en lo íntimo del alma, pues quiere que sólo en El piense. Dígame, Rdo. Padre, qué debo hacer.
También me pasa lo mismo con mis amigas. Hay muchas que me escriben y nos aconsejamos para ser buenas. Sin embargo, muchas veces, cuando estoy en la oración, me viene el pensamiento de que les debo escribir, aunque yo nunca les hablo de mí, sino de lo que creo las ha de llevar a Dios. Sin embargo, tengo una íntima -la que el P. Falgueras me aconseja sea amiga- y es Elisita Valdés. No tenemos ningún secreto y nos decimos lo bueno como lo malo y ambas nos esforzamos en ser cada día más de Dios. Sus consejos me han hecho mucho bien; mas me parece de repente que la quiero demasiado y que quizá a N. Señor no le gusta. Dígame, por favor, lo que Ud., Rdo. Padre, juzga de todo esto; pues si Ud. me dice deje todo esto a un lado para ser más de Dios, lo haré aunque me cueste. Dios me aydará.
Me dice Ud., Padre, que explique cómo es el conocimiento que Dios me infunde de sus perfecciones; pero le diré con llaneza que no lo puedo explicar, porque ese conocimiento Dios no me lo da con palabras, sino como que en lo íntimo del alma me diera luz de ellas. En un instante yo las veo muy claro, pero es de una manera rápida y muy íntima, en la parte superior de mi alma. El otro día fue sobre la esencia de Dios. Cómo Dios tiene la vida en Si mismo y no necesita de nadie: de sus operaciones, y de ese silencio infinito en que está abismado. También de la unión que existe entre las Tres Divinas Personas y de la generación. Yo no puedo explicar, Rdo. Padre, todo esto por la razón que le digo. Por lo general, de mi oración siempre saco humildad, confusión por mis pecados y deseos de ser cada día más de Dios, y mucho agradecimiento . . .
Los sábados, me dijo el Padre Julián que meditara en las virtudes de la Virgen. Y así lo hice. Y Dios N. Señor me indicó lo hiciera sobre la pureza. Sentí una voz distinta a la de N. Señor y le pregunté de quién era. Me dijo que era de la Virgen. Ella me dijo que me abría su corazón maternal para que viera en qué pureza había vivido toda su vida. Me pidió después la imitara y, ya que tenía el voto de castidad, lo renovara, pero con mayor perfección.
Me dijo fuera pura en el pensamiento, de modo que constantemente lo tuviera puesto en Dios, rechazando todos los que no fueran de El. Para esto me dijo que debía desprender enteramente mi corazón de toda criatura. Que fuera pura en mis deseos, no deseando otra cosa sino la gloria de Dios, el hacer su voluntad y el pertenecerle cada día más. Que deseara la pobreza, la humillación, el mortificar mis sentidos. Que rechazara el deseo de las comodidades. Que al dormir, lo mismo que al comer, no deseara sino servir mejor a Dios. Que en mis obras tuviera siempre por fin a Dios. Que no hiciera aquellas que me pudieran manchar y las que no eran del agrado de Dios, que quiere mi santificación. Y hacerlo todo por Dios y nada con el objeto de ser vista de las criaturas. Me dijo evitara toda palabra que no fuera dicha por la gloria de Dios. Que.siempre en mis conversaciones mezclara algo de Dios. Que no mirara a nadie sin necesidad y, cuando lo tuviera que hacer para no
llamar la atención, contemplara a Dios en sus criaturas. Que pensara que Dios siempre me miraba. Que en el gusto me abstuviera de lo que me agradaba. Si ten;a que tomarlo, no me complaciera en él, sino que se lo ofreciera y agradeciera a Dios con el fin de servirlo mejor. Que el tacto lo mortificara, no tocándome sin necesidad, ni tampoco a nadie. En una palabra, que mi espíritu estuviera sumergido en Dios de tal manera que me olvidara que mi alma informaba al cuerpo. Que a Ella le había sido esto más fácil, por cuanto había sido concebida en gracia; pero que hiciera lo que estaba de mi parte por imitarla. Que rezara para conseguirlo. Que así Dios se reflejaría en mi alma y se uniría a mí.
Todo ese día, Rdo. Padre, pasé en mucho recogimiento. Pero los días siguientes no podía recogerme. Una vez me dijo N. Señor lo adorara y me quedé inmediatamente recogida. Otras veces no siento la voz de Dios ni fervor; pero siento consuelo de estar con El, y no sé cómo, pero siempre me declara una verdad en el fondo de mi alma, que me sostiene y enfervoriza para todo el día. El otro día me manifestó en qué consiste la pobreza verdadera: en no poseer ni aún nuestra voluntad, en estar despegada de nuestra propio juicio. Me dio a entender que yo estaba apegada a los consuelos sensibles de la divina unión. Y que ésta no consistía sino en identificarse con El por la más perfecta imitación de sus perfecciones, y en unirse a El por el sufrimiento.
Dígame, Rdo. Padre, qué debo hacer con respecto a todo esto que N. Señor me indica en la oración. Me veo tan miserable y que correspondo tan mal a su amor. Esto me apena mucho: ver que siento sensiblemente mucho amor. A veces llega hasta quitarme las fuerzas y desear no hacer nada, sino tenderme en la cama. Veo que estoy llena de imperfecciones. Temo que N. Señor se canse y me abandone [y] aún que mande la muerte y me condene eternamente. Ruegue por mí que tanto lo necesito. Ud., Rdo. Padre, me conoce muy bien y ve lo miserable que soy; mas tengo deseo de ser toda de Dios.
Dígame cuáles deben ser mis disposiciones en la cuaresma. Tengo muchos deseos de mortificarme. ¿Me permite ponerme un cinturón de cordel con nudos? ¿Poner ajenjo en la comida? ¿Tabla en la cama? ¿Hacer una hora de oración en la noche? ¿Ayunar los viernes? ¿Ponerme más tiempo el cilicio?
Respecto a lo que me dice qué me causa más temor en la vida de la carmelita… El tedio que me entrará y tener que mortificarme sin sentir fervor, sino repugnancia.
A Dios. Rece por mí. Ofrézcame en la Santa Misa siquiera una vez como víctima de amor y reparación y como hostia de alabanza de la Sma. Trinidad.
Teresa de Jesús, Carmelita
Dispense todo, porque es a toda carrera. No tengo tiempo de releerlo.
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