J.M.J.T. Santiago, 25 de abril de 1919
Rdo. Padre Artemio Colom–Córdoba
Reverendo Padre:
Muchos días estaba por escribirle para darle la feliz noticia: que el 7 de mayo se abrirán para su pobre hija las puertas del Carmelo.
¡Bendito, mil veces bendito y alabado sea el nombre del Señor, que con tanta bondad favorece a su esclava y sierva! Rdo. Padre: ¡qué bueno es Dios! No me canso de repetirlo: todo lo ha arreglado El.
Pasó una semana entera sin recibir contestación de mi papá; semana para mi alma de indecible angustia, pero llena de confianza en Dios. Como nació mi sobrinita Luz, tuvo que venir a Santiago. Entonces obtuve la respuesta de un padre verdaderamente cristiano: «Si es esa la voluntad de Dios, yo no me opongo a ella, pues esa ha de hacer tu felicidad». Y después me preguntó llorando cuándo quería irme. Y como le dijese yo que en mayo, me respondió: «Hazlo como tú lo quieras». ¡Qué momentos aquellos, Rdo. Padre! ¡Qué acción de gracias brotó de mi alma en ese instante para con mi Dios y con mi papacito! Jamás tendré cómo pagarles como debo. Todo este tiempo es terrible, pues no veo sino lágrimas donde quiera que mire. Mas siento una energía y valor tan grande dentro de mi alma, como me es imposible describirle. Dios pone insensible mi corazón ante esas lágrimas cuando estoy delante de los míos. Mas, una vez sola, siento que mi alma se despedaza de dolor y la lucha más horrible se apodera de ella. ¡Qué dudas e incertidumbres, qué cobardías! En fin, las mi-serias que hay en el fondo de este pobre corazón parece que subieran en oleaje aterrador. Entonces gimo, clamo a N. Señor que acuda a socorrerme porque perezco, y El siempre me tiende su mano divina para que no sucumba.
No quiero llorar, porque encuentro que el sacrificio regado con lágrimas no es sacrificio. Es necesario que sólo Dios sepa que el cáliz que apuro es muy amargo. En fin, me parece que yo nada hago porque la gracia de Dios es inmensa. El es el que obra todo.
Rdo. Padre, qué mal aprovechada me parece mi vida hasta aquí. Sólo tengo el recuerdo de mis muchos pecados. No comprendo cómo Dios se acerca a mí, miserable pecadora; El, que es la santidad misma. ¡Qué bueno es Dios. ¡Cuánto lo debemos amar y cuán poco lo amamos, porque somos incapaces por nuestra corrompida naturaleza! Tengo ansias de ofrecerle algo Para poder corresponder a su amor infinito, aunque sea imperfectamente Pero todo queda en deseos y nada en obras. Pero El me conoce y El me ama y recibe mis deseos y me cubre con su misericordia.
Rdo Padre, qué felicidad si pudiera derramar toda mi sangre para demostrarle mi amor. Ruegue por esta pecadora. Es indigna de sus oraciones, pero hágalo por caridad, por Dios. ¡Qué misión tan extensa se me presenta! Es universal, y yo tan incapaz para llenarla. Pero El, mi Esposo adorado, está conmigo El me infundirá valor para inmolarme, para derramar místicamente toda la sangre de mi corazón cada día, pues la carmelita debe morir a cada momento por los suyos y por las almas todas. Qué pureza me exige mi vocación: siempre junto a Dios. Vivir mi vida entera en la atmósfera divina. ¡Qué recogimiento y adoración no interrumpida! ¡Qué paz, qué incendio de amor dentro del alma es-posa del Crucificado! ¡Qué pobreza y desprendimiento del espíritu y del corazón, qué obediencia y sumisión de nuestro ser! Carmelita. ¡Qué palabra tan llena de hermoso significado: víctima crucificada hostia pura, cordero que lleva los pecados del mundo. Qué incapacidad, Rdo. Padre, encuentro en mí para llenar ese molde que mi divino Esposo y mi Madre Santísima me presentan.
Creo será la última vez que le escriba desde el mundo. Deme su bendición de Padre que acarreará sobre su indigna hija las bendiciones del cielo. Gracias, Rdo. Padre, por todo el bien que me ha hecho. Que Dios y su divina Madre le paguen por mí. Jamás dejaré de rogar por Ud., Reverencia, para que sea un santo apóstol de la gloria de Dios y de las almas: para que su vida entera sea una alabanza de gloria.
Perdóneme todo Rdo. Padre. Atienda que soy miseria, nada criminal, y ruegue por los míos. Que el sacrificio les sirva para sus almas. Que nuestro buen Jesús reine en nuestro hogar. Y a Dios. Pronto viviré abscondita in Christo. En su Divino Corazón nos encontraremos y después, si por la misericordia de Dios me salvo, allá en el cielo nos encontraremos reunidos para cantar eternamente las alabanzas de Dios.
Teresa de Jesús
Su carta llegó y se la agradezco mucho.
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