90. Al P. José Blanch, C.M.F. 28 de abril de 1919

90. Al P. José Blanch, C.M.F. 28 de abril de 1919

Santiago, 28 de abril de 1919 

Jesús sea con Ud., Rdo. Padre: 

Sólo ahora he tenido tiempo para escribirle después que tengo el consentimiento de mi papá. Sólo puedo decir: ¡Bendito sea Dios! Todo ha sucedido de un modo providencial y he visto patente la voluntad de Dios; pues tal como quería ha sucedido. El 7 de marzo la Sma. Virgen y San José me abrirán las puertas de mi convento, y ese día moriré al mundo para vivir siempre escondida en Dios. ¡Qué vida de cielo, Rdo. Padre, qué vida de esposa del Divino Crucificado! 

Le escribí a mi papá ese sábado que le indiqué, pero no me contestó en toda la semana. Pero a fines de ella tuvo que venirse por haber nacido mi primera sobrinita, cuyo nombre es Luz. Llegó mi papá el viernes en la noche, y el sábado, aunque traté de hablar a solas con él, no pude, pues parece que él esquivaba estar solo. Por fin el domingo pude llamarlo a mi pieza y allí obtuve esta respuesta tan cristiana en medio de sollozos: «Si es esa la voluntad de Dios y tu felicidad, yo no me opongo». Después me preguntó cuándo quería irme, si a principios o a fines de mayo. Y entonces le dije que el 7, y él me dijo: «Hijita, hazlo como tú quieras». Era el tercer domingo de los dedicados a San José, a quien tanto allá en Los Andes como yo habíamos confiado el asunto. ¿Cómo expresarle los sentimientos agradecidos de mi alma en ese instante? ¡Qué bueno es Dios con esta nada criminal! 

Inmediatamente después del permiso, tuve que ir a tomar el tren para irme a Cunaco, donde las Valdés Ossa, porque me habían mandado [a] buscar con su papá. 

Ahora le diré cómo lo supo Miguel y Lucho. Lucho se fue con mi papá, y como un día viera que mi papá estaba llorando con una carta en la mano, le preguntó el porqué y el contenido de ella. Era mía, para agradecerle el permiso. Cuando Lucho supo, se puso furioso contra mi y me iba a escribir así; pero mi papá me defendió y lo calmó. Lloró mucho, pero resignado. Y después me escribió una carta llena de cariño haciéndome mil reflexiones, a la que yo contesté en otra carta. Desde entonces no hace otra cosa que llorar cada vez que me mira; pero está muy resignado y le hice prometer ofrecería el sacrificio a Dios. 

Miguel, entre tanto, no sospechaba. Pero N. Señor se lo llevó también a mi papá, quien le dijo y le mostró mis cartas. Lloró también mucho, pero sin decir nada contra mi. He tenido que dar muchas gracias a Dios, pues lo considero verdaderamente un milagro obrado por San José. A la Lucra e Isidoro les dijo mi mamá.Y todos, aunque lloran, están resignados. ¡Bendito sea Dios! 

Ya me faltan sólo ocho días. Estoy feliz, al mismo tiempo que sufro horriblemente. Ud. Rdo. Padre, sabe lo extremosa que soy para con los m(os. Sin embargo siento que mi corazón está fortalecido e inundado por la gracia de Dios de tal manera que, a pesar que antes no podía ver llorar a nadie sin hacerlo yo también, ahora me pongo insensible antes las lágrimas de mis padres y hermanos. Créame que encuentro que casi no hay mérito de nuestra parte, pues Dios lo hace todo por nosotros. 

Cuanto estoy en oración o me encuentro sola, entonces experimento hasta lo más profundo de mi alma el dolor de la separación. Parece que todo se despedaza dentro de mí, pero entonces clamo a N. Señor me dé valor, y El nunca se hace sordo a mi clamor. No quiero derramar ni una lágrima, ni aún cuando estoy sola, para ofrecer generosamente el sacrificio a Dios; pues las lágrimas sirven para desahogarse, y yo quiero beber hasta las heces el cáliz que mi Divino Esposo me presenta. Me parece que todo lo que le pueda ofrecer es nada. Y aunque todo por El voy a sacrificar, al fin son criaturas, Rdo. Padre; son nada… 

¡Cómo quisiera derramar mi sangre muriendo por El! ¡Qué dicha tan inmensa sería ésta: dar mi vida por El! Pero soy indigna de esta gracia. Sin embargo, no sé por qué abrigo la esperanza que moriré por El. Hay tanta maldad en el mundo, los ánimos están tan exaltados en contra de la religión, que no es de extrañar que, desgraciadamente, con los años viniera una persecución. Y entonces los religiosos serían los primeros en ser inmolados. ¡Qué dicha, Rdo. Padre, dar la vida por el objeto amado! Pida para esta su indigna hija favor tan grande. Y yo le pediré que Ud. pueda ser algún día mártir y apóstol del Corazón de Marta. Entre tanto también puedo ser mártir en el Carmen, muriendo a mí misma a cada instante. 

Esa es la vocación de la carmelita: ser hostia pura que continuamente se ofrece a Dios por el mundo pecador. ¡Qué grande y extenso es el molde que N. Señor presenta a cada carmelita! ¡Qué inmolación! ¡Qué olvido de sí misma! ¡Qué pureza encierra! Y todo en el silencio y recogimiento. 

Rdo. Padre, todo esto me muestra mi Divino Capitán, para que después no me asombre ante la horrible lucha que contra mis enemigos tendré que sostener. Lo miro todo y después me miro a mí misma. ¡Qué cúmulo de miserias, de flaquezas y cobardías descubro en mí! ¡Qué apego a esas miserias, qué orgullo y confianza en mi persona! Y sin embargo, hasta aquí, ¿qué hecho por Dios? Nada, absolutamente nada. Lo único pecar y más pecar. Esa es mi vida. ¡Qué horror me causa mirarme! Quito mi mirada y se me presenta Jesucristo, mi Esposo adorado con su cruz. Me arrojo y penetro en su Divino Corazón, y olvidada de mi misma, cuando El me dice:»Sígueme», le digo «Donde Tú, Señor, quieras». Confío que El me ha de crucificar. 

Ayer hice confesión general de toda mi vida, pero le aseguro que tengo paz y nada más porque estoy insensible enteramente. Pero gozo con esto. N. Señor me da la cruz solita, sin consuelos sin nada que me la aligere. 

Tuve que darle parte a una tía que me iba al Carmen. No le pareció nada de bien. Y me dijo que de la única manera que se quedaría tranquila sería si un sacerdote -cuyo nombre no quiero decir- me encontraba vocación. Le dije al P. Falgueras y consintió fuera a consultarle para dejar tranquila a mi tía. Fui por obedecer. Pero el sacerdote no hizo más que repetirme lo que me había dicho otra tía. Y tuve que hablar delante de ella. Humillación más grande, imposible. Me hizo prometer el sacerdote que no me iría el 7, sino dentro de dos meses. Y me prohibió que fuera a donde el P. Falgueras, porque no me convenía por lo imprudente que era. En fin, me dijo que tenía vocación, pero que me debía probar más. En ese momento yo creí que, como el Padre me había mandado, era la voluntad de Dios que me sometiera. Y yo le prometí, aunque con una pena horrible. Pero después tuve la turbación más horrible, pues no hallaba a quién obedecer. Fue tanto que el físico llegó a resentirse. Pero después pensé que a ese sacerdote Dios no le había dado la luz; primero, porque no estaba en el confesionario; y segundo, porque eran las palabras de mi tía razones humanas puramente. Hablé con mi mamá, quien opino lo mismo, y cuando resolví volver donde el Padre [Falgueras] tuve paz y vi con certeza -como nunca la había tenido- que la voluntad de Dios era que me fuera el siete. Fui donde el Padre y me dijo no volviera más allá y le escribiera diciéndole al sacerdote que, después de pensarlo delante de Dios, las razones humanas que él me había dado, no me satisfacían porque tenía otras divinas. Sufrí mucho, pero en el fondo de mi alma sentí paz, pues era la voluntad de Dios. Además me humillé lo más posible, y eso da felicidad al alma que ama a Jesús Crucificado. Por eso me encuentro insensible, pues antes yo sufría mucho más; ahora todo lo veo bajo esa mano divina y todo me parece poco. 

Mi oración siempre es desigual. Unas veces es contemplación; otras, meditación, pero en ésta no encuentro gusto alguno. Pero otras veces no puedo ni meditar ni contemplar. Yo creo ha de ser por el estado de tensión nerviosa en que estoy con mi ida el 7. Sin embargo N. Señor, cuando quiere recoger mi espíritu, lo hace. Y completamente. 

Ahora trato de levantarme tarde y de alimentarme bien, aunque no tengo apetito, todo lo contrario, pero, en fin, todo por glorificar al Sdo. Corazón. Si tiene la bondad de contestarme, aconséjeme sobre las disposiciones que debo tener al entrar al convento: mi trato con la M Priora y Maestra y demás Hermanas. Mi resolución es observar desde el principio perfectamente la Regla. ¿Encuentra Rdo. Padre, que no debo reclamar sino someterme inmediatamente a dispensas y cuidados que me hará la Rda. M. Priora en los comienzos, o manifestarle que quiero seguir en todo la Regla? ¿No cree también será más perfecto, si se sienten luchas, penas, desalientos, sequedades, etc., no comunicarlas a nadie, ni aún a la Maestra, y nada más que al confesor? Quisiera vivir desconocida enteramente de las criaturas. Dígame si esto es bueno o es exageración. 

Le ruego, Rdo. Padre, me dé su opinión si encuentra que le debo dejar mi diario a mi mamá. Ud. leyó esa libreta que una vez le presté. Pero tengo además otros cuadernos; y en el último tengo anotada íntimamente mi oración, porque el Padre Falgueras me lo mandó. Me lo pide con mucha insistencia mi mamá para conservarlo y leerlo toda su vida, que esto me hará vivir siempre a su lado y que le hará bien a su alma. Por otra parte, la Rebeca me pide por favor se lo deje a ella. Y me promete no leerlo jamás y que es para conservarlo solamente. Estoy plenamente segura que si me lo promete, no lo leerá jamás. Le aseguro. No sé qué hacer. Mis deseos son echarlos al fuego para desaparecer para siempre a las criaturas. Y por otro lado veo que, si lo leen, verán la bondad del Divino Maestro que tanto me ha amado siendo yo tan ingrata y pecadora; pero será la pena más grande si lo leen. hay cosas, Rdo. Padre, como Ud. mismo me ha dicho, que sólo Dios y el alma deben saberlas, y también el confesor. En fin, dígame qué haré, pues esa será la voluntad de Dios. 

Voy a concluir pues es pesadez una carta tan larga. Perdóneme, Rdo. Padre, abuse así de su paciencia. Pero como Ud. me dice le diga todo lo que siento, obedezco, aunque tan sin orden ni con-cierto. Ahora me resta pedirle perdón por todas las incomodidades, por la pena que muchas veces le habré hecho sentir al ver cómo ofendo y pago ingratamente a N. Señor que no hace sino colmarme de gracias, y al ver lo tibia que soy para servirlo. Perdón por mis cartas, las cuales han sido tan largas y mal escritas. Y perdón, mil perdones, por todo. 

Rece mucho por caridad por los míos, para que se acerquen a Dios. Rece por esa indigna carmelita para que viva cumpliendo la voluntad adorable de Dios. En este momento siento todo el dolor de la separación. Rdo. Padre, me siento desfallecer aún físicamente; pero Dios me sostiene. Esta mañana en la comunión le decía en el extremo de mi dolor: «Señor te amo tanto. Sólo por Ti tengo valor para sacrificarlo todo». Después le pedí me hiciera sufrir más intensamente. Que despedace mi alma, pero que sin que nadie me lo note; pero todo esto, si es su divina voluntad. Estoy feliz de sufrir. Fíjese que mi papá dice que no se vendrá hasta después. Esto me da la pena más horrible. Yo creo ha de ser para no encontrarse en el momento de la separación, pues dicen que no hace más que llorar. En fin, Rdo. Padre, todo lo que Dios quiera. 

Se me había olvidado decirle lo que este sacerdote ordenaba a sus confesadas para probarlas en la obediencia, para que pueda darse cuenta cómo era. Las ordenaba irse a cortarse el pelo, aún a señoras, y después salir así. Mi mamá me dijo le contara esto. 

A Dios Rdo. Padre. En El viviremos unidos aquí en la tierra, y después allá en la eternidad. Siempre tendrá un alma, aunque pecadora, que ruegue mucho por su santificación, para que viva más en el Corazón Inmaculado de María que en la tierra. Que de esa fuente tome el agua de la misericordia para derramarla en las almas, para salvarlas y santificarlas. Y Ud. Rdo. Padre, no se olvide de rogar por esta pobre pecadora, a quien Dios en el colmo de su amor y bondad, la llama para que viva junto a El la vida de cielo. Su indigna hija en J.M.J.T. 

Teresa de Jesús