Santa Teresa de los Andes y San José de Nazaret

Santa Teresa de los Andes y San José de Nazaret

(Año Josefino 2020-2021)

La Carta Apostólica “Patris Corde”1 del Papa Francisco escrita con motivo del 150 aniversario de la declaración de San José como Patrono de la Iglesia Universal.

El Santo Padre en siete apartados presenta la figura de S. José teniendo presente el dato bíblico y la consideración actualizada a nuestro tiempo. 1.- Padre amado; 2.- Padre en la ternura; 3.- Padre en la obediencia; 4.- Padre en la acogida; 5.- Padre de la valentía creativa; 6.- Padre trabajador; 7.- Padre en la sombra.

Como Carmelitas agradecemos al Papa dicho documento que actualiza el Patronato de San José sobre la Iglesia y sobre nuestra Orden Carmelitana. Es grato que mencione el Papa como devotos de San José a Santa Teresa de Ávila nuestra Madre. “Muchos santos y santas le tuvieron una gran devoción, entre ellos Teresa de Ávila, quien lo tomó como abogado e intercesor, encomendándose mucho a él y recibiendo todas las gracias que le pedía. Alentada por su experiencia, la santa persuadía a otros para que le fueran devotos (Vida 6,6-8)” (PC 1).

Santa Teresa de Los Andes, como buena hija de tal Madre, Teresa de Ávila tuvo presente en su vida la figura de San José, sobre todo, como Juanita Fernández, lo toma como abogado e intercesor por próxima a su ingreso al Carmelo.

Las veces que lo menciona lo pone como intercesor precisamente en momentos de espera por su futuro vocacional, pero no sólo ora por sus intenciones, sino también por su prójimo.

La grandeza de San José, ser “Padre amado” (PC 1), consiste en ser el esposo de María y padre nutricio de Jesús. San Pablo VI, explica así la paternidad de S. José “al haber hecho de su vida un servicio, un sacrificio al misterio de la Encarnación y a la misión redentora que le está unida; al haber utilizado la autoridad legal, que le correspondía en la Sagrada Familia, para hacer de ella un don total de sí mismo, de su vida, de su trabajo; al haber convertido su vocación humana de amor doméstico en la oblación sobrehumana de sí mismo, de su corazón y de toda capacidad en el amor puesto al servicio del Mesías nacido en su casa»[Homilía 19 de marzo de 1966].” (PC 1).

El Papa da otro motivo para ser S. José “Padre amado”. “La confianza del pueblo en san José se resume en la expresión “Ite ad Ioseph”, que hace referencia al tiempo de hambruna en Egipto, cuando la gente le pedía pan al faraón y él les respondía: «Vayan donde José y hagan lo que él les diga» (Gn. 41,55). Se trataba de José el hijo de Jacob, a quien sus hermanos vendieron por envidia (cf. Gn. 37,11-28) y que —siguiendo el relato bíblico— se convirtió posteriormente en virrey de Egipto (cf. Gn. 41,41-44). Como descendiente de David (cf. Mt. 1,16.20), de cuya raíz debía brotar Jesús según la promesa hecha a David por el profeta Natán (cf. 2 Sam. 7), y como esposo de María de Nazaret, san José es la pieza que une el Antiguo y el Nuevo Testamento” (PC 1).

Juanita escribe a la M. Angélica el martes 28 de enero de 1919. Ella se encuentra en el fundo S. Pablo, de vacaciones estivales.

– “Rece mucho por mí y especialmente para que corresponda a tantos favores, como el Señor me hace. No sé cómo pagarle. Es demasiado bueno para con esta miserable. Recuerdos cariñosos para mis hermanitas. Que recen por mí. Mi mamá me encarga la salude y Ud. mi Rda. Madre, reciba de su hija todo el cariño que le profesa en el Corazón de Jesús. Juana, H de M. Tengo puesta toda mi confianza en San José para que me tenga allá sin falta el 7 [de mayo)” (Cta. 55). La joven se refiere a su ingreso al Carmelo para esa fecha.

El sábado 22 de marzo de 1919, Juanita esta vez de vacaciones en el fundo de Bucalemu. Se considera una verdadera amazona, subiendo y bajando montes. Preocupada del trabajo de su padre, por eso le escribe, como en otras oportunidades.

– “Espero que Dios nos oirá, porque a la Santísima Virgen a quien he puesto por intercesora, nada niega; lo mismo que a San José, a quien estoy rezando el mes por V. Por favor, cuénteme todo, papachito, y aunque es cierto que poco consuelo le puedo dar, a lo menos le sirve para desahogarse. No sabe lo feliz que me haría si lo hiciera. Es tan grato para una hija el compartir los sufrimientos con su padre, ser el sostén y el apoyo en el áspero camino de la vida de aquel a quien, después de Dios, se le debe todo… Sí, papacito; eso es lo que yo quiero: mostrarle el cielo para que no sucumba bajo el peso de la cruz. Adiós, pichito querido. Cuando se sienta muy solo, haga cuenta que estoy a su lado, pues con el pensamiento lo estoy constantemente. Por muy bien que lo pase, siempre recordaré los días felices que pasé junto a Ud. Ese recuerdo ocupará en mi corazón un sitio aparte que nadie penetrará.” (Cta. 71).

El miércoles 26 de marzo de 1919, ya en Santiago capital, Juanita escribe a la M. Angélica Teresa. Anhela vestir el hábito de la Orden del Carmen. Le cuenta a la priora que ya tiene escrita la carta a su padre para pedir el permiso para ingresar. Siente una verdadera agonía por la separación de su familia que se avecina. Pone como intercesores a la Virgen María y San José.

– “Le tengo que dar una noticia que creo le gustará en su inmensa caridad. Y es que la carta en que solicito el permiso a mi papacito ya la tengo lista para enviársela, a fin [de] que la reciba el sábado, día de la Santísima Virgen. Ya comprenderá que es una agonía verdadera la que experimento mientras no reciba la contestación que ha de manifestarme la voluntad de Dios. Siento la pena más horrible, pues veo que está próxima la separación. Sin embargo, cada día es más grande el deseo de ser prisionera de Jesús.

Creo no necesito rogarle a Ud., mi querida y respetada Madre, recen mucho especialmente el sábado, para que se realice en mí la voluntad de Dios. He puesto en defensa de mi causa dos grandes abogados que no pueden ser vencidos: mi Madre Santísima a quien jamás he invocado en vano y que ha sido mi guía verdadero toda mi vida, desde muy chica, y mi Padre San José–a quien he cobrado gran devoción–, que lo puede todo cerca de su Divino Hijo. Todo mi porvenir lo he confiado en sus benditas manos. Yo me someteré gustosa a la divina voluntad.

Creo que por falta de oraciones no quedará mi empresa, pues por todas partes se elevarán súplicas por esta intención. Tengo la firme convicción que N. Señor me robará para el 7 de mayo. ¡Qué felicidad! Apenas me conteste mi papá, le escribiré dándole la no a. Mucho le agradecí todos los avisos de su carta. No me he probado en nada porque mi mamá no me ha dejado. La obediencia es lo mejor.” (Cta. 76).

La carta a su padre (Cta.73), es un verdadero tratado vocacional donde las razones humanas y teológicas revela una mujer seria, madura y decidida a seguir a Jesucristo hasta el final. Si bien en esta carta a su padre no menciona a San José, ya le había encomendó su causa y quería ingresar al Carmelo cuando se celebraba su Patrocinio sobre la Orden el miércoles de la segunda semana de Pascua, que en 1919 fue el 7 de mayo.

Los argumentos para solicitar el permiso a su padre por parte de Juanita, son muy humanos y teológicos. Los más importantes son:

Le confía un secreto.

Papacito, hace mucho tiempo deseaba confiarle un secreto, que he guardado toda mi vida en lo más íntimo del alma. Mas ahora quiero confiárselo con la plena confianza que me guardará la más completa reserva.

Buscadora de la felicidad.

He tenido ansias de ser feliz y he buscado la felicidad por todas partes. He soñado con ser muy rica, más he visto que los ricos, de la noche a la mañana, se tornan pobres. Y aunque a veces esto no sucede, se ve que por un lado reinan las riquezas, y que, por otro, reina la pobreza de la afección y de la unión. La he buscado en la posesión del cariño de un joven cumplido, pero la idea sola de] que algún día pudiera no quererme con el mismo entusiasmo o que pudiera morirse dejándome sola en las luchas de la vida, me hace rechazar el pensamiento [de] que casándome seré feliz. No. Esto no me satisface. Para mí no está allí la felicidad. Pues ¿dónde -me preguntaba- se halla? Entonces comprendí que no he nacido para las cosas de la tierra sino para las de la eternidad. ¿Para qué negarlo por más tiempo? Sólo en Dios mi corazón ha descansado. Con Él mi alma se ha sentido plenamente satisfecha, y de tal manera, que no deseo otra cosa en este mundo que el pertenecerle por completo.

Dios, amor eterno.

Mi queridísimo papá: no se me oculta el gran favor que Dios me ha dispensado. Yo que soy la más indigna de sus hijas, sin embargo, el amor infinito de Dios ha salvado el inmenso abismo que media entre Él y su pobre criatura. Él ha descendido hasta mí para elevarme a la dignidad de esposa. ¿Quién soy yo sino una pobre criatura? Mas Él no ha mirado mi miseria. En su infinita bondad y a pesar de mi bajeza, me ha amado con infinito amor. Sí, papacito. Sólo en DIOS he encontrado un amor eterno. ¿Con qué agradecerle? ¿Cómo pagarle sino con amor? ¿Quién puede amarme más que N. Señor, siendo infinito e inmutable? Ud., papacito, me preguntará desde cuándo pienso todo esto. Y le voy a referir todo para que vea que nadie me ha influenciado.

María, Madre de vocaciones.

Desde chica amé mucho a la Santísima Virgen, a quien confiaba todos mis asuntos. Con sólo Ella me desahogaba y jamás dejaba ninguna pena ni alegría sin confiársela. Ella correspondió a ese cariño. Me protegía, y escuchaba lo que le pedía siempre. Y ella me enseñó a amar a N. Señor. Ella puso en mi alma el germen de la vocación.

Ser toda de ÉL.

Pero cuando estuve con apendicitis y me vi muy enferma, entonces pensé lo que era la vida, y un día que me encontraba sola en mi cuarto, aburrida de estar en cama, oí la voz del Sagrado Corazón que me pedía fuera toda de Él. No crea [que] esto fue ilusión, porque en ese instante me vi transformada.

Criaturas.

La que buscaba el amor de las criaturas, no deseó sino el de Dios. Iluminada con la gracia de lo alto, comprendí que el mundo era demasiado pequeño para mi alma inmortal; que sólo con lo infinito podría saciarme, porque el mundo y todo cuanto él encierra es limitado; mientras que, siendo para Dios mi alma, no se cansaría de amarlo y contemplarlo, porque en El los horizontes son infinitos.

Enamorada y agradecida.

¿Cómo dudar, pues, de mi vocación cuando, aunque estuve tan grave y a punto de morirme, no dudé ni deseé otra cosa? Como puede ver, papacito, nadie me ha influenciado, pues nunca lo dije a persona alguna y traté siempre con empeño de ocultarlo.

No sé cómo puedo agradecerle como debo a N. Señor este favor tan grande, pues siendo El todopoderoso, omnipotente., que no necesita de nadie, se preocupa de amarme y de elegirme para hacerme su esposa. Fíjese a qué dignidad me eleva: a ser esposa del Rey del cielo y tierra, del Señor de los señores. ¡Ay, papá, cómo pagarle!

Convocada donde ÉL habita.

Además, me saca del mundo, donde hay tantos peligros para las almas, donde las aguas de la corrupción todo lo anegan, para llevarme a morar junto al tabernáculo donde El habita.

Si para concederme tan gran bien un enemigo me llamara, ¿no era razón para que inmediatamente lo siguiera? Ahora no es enemigo, sino nuestro mejor amigo y mayor bienhechor. Es Dios mismo quien se digna llamarme para que me entregue a Él. ¿Cómo no apresurarme a hacer la total ofrenda para no hacerlo esperar? Papacito, Yo ya me he entregado y estoy dispuesta a seguirlo donde Él quiera. ¿Puedo desconfiar y temer cuando es Él, el camino, la verdad y la vida?

El sí que dimana felicidad.

Con todo, yo dependo de Ud., mi papá querido. Es preciso, pues, que Ud. también me dé. Sé perfectamente que si no negó Lucia a Chiro, pues su corazón es demasiado generoso, ¿cómo he de dudar que me dará su consentimiento para ser de Dios, cuando de ese «si» de su corazón de padre ha de brotar la fuente de felicidad para su pobre hija? No. Lo conozco. Ud. es incapaz de negármelo, porque sé que nunca ha desechado ningún sacrificio por la felicidad de sus hijos. Comprendo que le va a costar. Para un padre no hay nada más querido sobre la tierra que sus hijos. Sin embargo, papacito, es Nuestro Señor quien me reclama. ¿Podrá negarme, cuando El no supo negarle desde la cruz ni una gota de su divina sangre? Es la Virgen, su Perpetuo Socorro, quien le pide una hija para hacerla esposa de su adorado Hijo. Y ¿podrá rehusarme?

Una voz que desgarra el corazón.

Es necesario que su hija los deje. Pero téngalo presente: que no es por un hombre sino por Dios. Que por nadie lo habría hecho sino por El que tiene derecho absoluto sobre nosotros. Eso ha de servirle de consuelo: que no fue por un hombre y que después de Dios, será Ud. y mi mamá los seres que más he querido sobre la tierra.

También piense que la vida es tan corta, que después de esta existencia tan penosa nos encontraremos reunidos por una eternidad. Pues a eso iré al Carmen: a asegurar mi salvación y la de todos los míos. Su hija carmelita es la que velará siempre al pie de los altares por los suyos, que se entregan a mil preocupaciones que se necesitan para vivir en el mundo.

Papacito, no me negará el permiso. La Santísima Virgen será mi abogada. Ella sabrá mejor que yo hacerle comprender que la vida de oración y penitencia que deseo abrazar, encierra para mí todo el ideal de felicidad en esta vida, y la que me asegurará la de la eternidad.

La sociedad.

Comprendo que la sociedad entera reprobará mi resolución, pero es porque sus ojos están cerrados a la luz de la fe. Las almas que ella llama «desgraciadas» son las únicas que se precian de ser felices, porque en Dios lo encuentran todo. Siempre en el mundo hay sufrimientos horribles. Nadie puede decir sinceramente: «Yo soy feliz». Mas al penetrar en los claustros, desde cada celda brotan estas palabras que son sinceras, pues ellas su soledad y el género de vida que abrazaron no la trocarían por nada en la vida. Prueba de ello es que permanecen para siempre en los conventos. Y esto se comprende, ya que en el mundo todo es egoísmo, inconstancia e hipocresía. De esto Ud., papacito, tiene experiencia. ¿Y qué cosa mejor se puede esperar de criaturas tan miserables?

Súplica confiada.

Déme su consentimiento luego, papacito querido. «Quien da luego, da dos veces». Sea generoso con Dios, que lo ha de premiar en esta vida y en la otra, y no me obligue a salir a sociedad. Muy bien conozco esa vida que deja en el alma un vacío que nadie puede llenar, si no es Dios. Deja muchas veces el remordimiento. No me exponga en medio de tanta corrupción como es la que reina actualmente. Mi resolución está tomada. Aunque se me presente el partido más ventajoso, lo rechazaré. Con Dios ¿quién hay que pueda compararse? No. Es preciso que pronto me consagre a Dios, antes que el mundo pueda mancharme. Papacito, ¿me negará el permiso para mayo? Es verdad que falta poco, pero rogaré a Dios y a la Santísima Virgen le den fuerzas para decirme el «si» que ha de hacerme feliz. Ud. ha dicho en repetidas ocasiones que no negaría su permiso, pues le darla mucho consuelo tener una hija monja.

Los Andes, suelo sagrado.

El convento que he elegido está en Los Andes. Es el que Dios me ha designado, pues nunca habita conocido ninguna carmelita; lo que le asegurará a Ud. que nadie me ha metido la idea y que no obro por impresiones. Dios lo ha querido Que se cumpla su adorable voluntad.

Espero su contestación con ansiedad. Entre tanto pido a N. Señor y a la Santísima Virgen le presten su socorro para hacer el sacrificio ya que sin Ellos yo no habría tenido el suficiente valor para separarme de Ud.

Reciba muchos besos y abrazos de su hija que más lo quiere Juana P.D- No necesito recomendarle me guarde secreto. Perdóneme, papacito, la pena que en esta carta le voy a dar; pero es Dios quien me lo ordena.” (Cta.73).

En abril de 1919 escribe Juanita al P. Julián Cea CFM. Ya tiene el consentimiento paterno. Interiormente está desgarrada. Mientras Dios la sostiene, su familia llora. Siente que ha comenzado a subir el hacia la cima del Calvario.

– “Ayer, al volver del fundo de unas amigas, me encontré con su carta que de tanto provecho ha sido para mi alma. La carta anterior también la recibí, pero no quería contestarla hasta no darle la noticia del consentimiento de mi papacito. Gracias a Dios, lo tengo para el 7 de mayo. No puedo dudar es un milagro de San José, pues fue el domingo 3° de los dedicados a este santo. No tengo cómo agradecerle a mi Jesús tanta bondad para con esta alma tan miserable e infiel. Estoy feliz al contemplar las puertas de mi Carmelo ya abiertas para recibirme. Sólo me restan 20 días más o menos, y después… el Calvario, el Cielo. Ya estoy subiendo su cima. El dolor de la separación es tan intenso, que no hay palabras para expresarlo. Sin embargo, Dios me sostiene y aun cuando veo que todos los míos lloran, permanezco sin hacerlo, sin demostrar siquiera pena. Es esto lo que me pide N. Señor. Más aún, que ni siquiera diga a nadie que sufro; que ante los demás permanezca como insensible. Créame, Rdo. Padre. Esto es horrible; pero cuento con la gracia de Dios que en estos momentos sobrepasa todo límite.” (Cta. 83).

El padre de Juanita, Don Miguel, hizo de su vida un don de sí mismo, como S. José, al entregarse a procurar el bien de su familia, quizás no con tanto éxito como hubiera querido, pero ahí estaba su sacrificio de estar lejos de su familia, acompañado por la oración de su hija. “Toda vocación verdadera nace del don de sí mismo, que es la maduración del simple sacrificio. También en el sacerdocio y la vida consagrada se requiere este tipo de madurez. Cuando una vocación, ya sea en la vida matrimonial, célibe o virginal, no alcanza la madurez de la entrega de sí misma deteniéndose sólo en la lógica del sacrificio, entonces en lugar de convertirse en signo de la belleza y la alegría del amor corre el riesgo de expresar infelicidad, tristeza y frustración.” (PC 7). Como enseña el Papa, el padre que rechaza vivir la vida de sus hijos, descubre que cada hijo es “un misterio, algo inédito que sólo puede ser revelado con la ayuda de un padre que respete su libertad.” (P C7). En el caso de Juanita integrante de una familia numerosa, fueron sus padres quienes los educaron para la vida y en la fe, los que luego hicieron opciones que quizás no contentaron del todo su comportamiento, pero el ejemplo de Juanita- Teresa de Los Andes, con el tiempo los volvió al buen camino de la fe. Cumplida la tarea de educarlos y autónomos según los criterios de principios del siglo XX, como S. José, Don Miguel y Lucía, sabían que Dios Padre se los había confiado. El Papa Francisco sostiene que la madre y el padre deben enseñarles que Dios es su Padre: “Después de todo, eso es lo que Jesús sugiere cuando dice: «No llamen “padre” a ninguno de ustedes en la tierra, pues uno solo es su Padre, el del cielo» (Mt 23,9).” (PC 7). La invitación pontificia es a ejercer una paternidad, cuando las circunstancias lo ameriten, como signo de una paternidad superior, es decir, la de Dios Padre (Mt.5,45), una “sombra que sigue al Hijo” (PC 7).

Como S. José, los Santos más que conceder gracias a sus fieles devotos su oficio, lo define el Papa, es de interceder y pone en ejemplo de Abrahán (Gn.18,23-32), Moisés (Ex.17,8-13; 32,30-35), o el propio Jesús, único Abogado (1Jn.2,1; Hb.7,25; cfr.Rm.8,24). Citando el Concilio el Papa nos recuerda: “Los santos ayudan a todos los fieles «a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad» (LG 42). Su vida es una prueba concreta de que es posible vivir el Evangelio.” (PC 7). Si esto lo aplicamos a S. Teresa de Los Andes, su poder de intercesión es un testimonio de su santidad y como rocío se derrama sobre el pueblo de Dios ese crecimiento de vida cristiana en familias y sobre todo en los jóvenes de nuestro país.

Finalmente, Jesús nos invita a imitarse, seguirle, llevar su yugo, porque es humilde de corazón (Mt.11,29), y los santos son ejemplo de imitar, concluye el Santo Padre, como también exhortaba S. Pablo (1Cor.4,16;11,1; Flp.3,17;1Ts.1,6) (PC 7). ¿Cómo nos convoca S José a imitarle? “San José lo dijo a través de elocuente silencio”, enseña el Papa (PC 7).

Juanita agradece a Dios por el permiso paterno y que se cumpliera su deseo de ingresar el día 7 de mayo de 1919. Todo lo considera un milagro de San José y su conversión a su Jesucristo, que la tomó de la mano y la condujo camino que conduce a la plenitud de su condición bautismal: la santidad.

P. Julio González C.

Pastoral de Espiritualidad Carmelitana.

1 Citaré este documento PC y el apartado correspondiente.

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