Estudios teresiano-andinenses
12 de abril de 2020
Centenario de la muerte
Teresa de Jesús de los Andes
A mis hermanas Carmelitas
Fr.Cristhian Ogueda, ocd
El Ser víctima, y posibles estructuras antropológicas
Claves de lectura de la Carta 159 de Teresa de los Andes
a su hermana Rebeca-2 de febrero de 1920-
Presentaremos una larga meditación siguiendo de cerca la carta de Teresa de los Andes (punto 2), pero a modo de “claves de lectura” antepondremos ciertas estructuras lingüísticas (punto 1), que permitan una lectura más provechosa. El texto es orientativo para volver a releer desde un horizonte de sentido mayor, esta apretada y enjundiosa carta. Mi más sentido homenaje a esta gran mujer chilena que fue Juana Fernández Solar.
1) Estructuras antropológico-espirituales en el escrito de la carta 159 de Teresa de Jesús
La tríada desconfianza-susceptibilidad-amargura se constituye en camino de perdición, camino que conduce a la desdicha. Al contrario, la tríada inversa confianza-libertad-intimidad dulce se hace camino para la buena vida, la vida feliz.
La diada tiempo-eternidad no son categorías metafísicas, sino espacios antropológicos, vivencias del sujeto, que permiten el construirse como persona.
Entre el tiempo y la eternidad se interpone un sujeto capaz de sucumbir a la impulsividad y a su inmediatez, y, por tanto, de la urgencia del tiempo. Optar por un espacio libre de impulsividad y urgencia lleva el sello de la eternidad antropológica. La urgencia y la impulsividad conllevan una carga de “necesidad”, es decir, de no libertad. Donde hay necesidad no hay sujeto, y donde no hay sujeto-persona-, no puede haber encuentro-relación- y, por tanto, no podrá haber amor. Done no hay amor, no existe la felicidad.
Sólo en libertad la persona puede ser dueña de sus sentimientos y de sus pensamientos.
Los sentimientos y pensamientos se tienen, pero también pueden ellos tenernos a nosotros, a modo de dominación. La vida feliz nunca es una elección del sujeto, sino solo la resultante de un ámbito de vida que se llama encuentro de amor, que sí es elegible.
La diada de opuestos: sacrificio-gustos, indican el espacio de elección del sujeto. Son palabras símbolos para expresar realidades concretas. El sacrificio es siempre “sacrificio de”, y el gusto siempre es “gusto de”. No existe el gusto ni el sacrificio en sí, por eso, estos términos son símbolos para designar espacios de elección antropológica. El sujeto es sujeto porque elige. Si elige mal no podrá llegar a ser persona, estará sujeto a sus pensamientos y sentimientos, y será menos sujeto, será “asujeto”. Si elige bien, podrá verse libre, no estar ya sujeto a nada, y, por tanto, ser verdadero sujeto, es decir, persona. Libre vivir el amor.
La vida feliz se construye a partir de actos mínimos (“recoger una hilacha”) , y sólo se hace plena, cuando todos los actos entran a formar parte de la elección sacrificial. Estos actos mínimos son huella y posibilidad debido a una presencia mayor que los envuelve. Sin presencia absoluta de un otro que se hace presente en lo mínimo, no tiene sentido la “elección mínima”, ya que nuestra voluntad siempre elige lo que percibe como importante. La voluntad elige porque algo se le hace bueno, apetecible, importante. Por tanto, el acto mínimo puede y está llamado a ser confesión de una presencia absoluta, que le confiere ser objeto de elección. ¿Por qué molestarse en un acto mínimo si no se percibe como trascendente? ¿Cómo puede ser trascendente si no a la luz de una presencia absoluta que todo lo envuelve?
En relación con esta presencia, hemos de considerarla en unidad dialéctica son su polo opuesto: la ausencia. Pero la diada presencia-ausencia son en principio neutras, necesitan ser calificadas por un sujeto. La presencia puede no ser buena, a menos que sea la presencia de “este sujeto” y no de “aquel” sujeto. Y a la inversa, tu ausencia es buena o puede no serlo, depende de quién seas tu. De ahí que la valoración de estas presencias-ausencias puedan vivenciarse como realidades tremendamente negativas o positivas.
La presencia absoluta-que se inmiscuye en lo mínimo de cada acto- puede ser vivida de forma aplastante-me vigilas, me invades, me exiges- o de modo liberador: me amas, me miras, me prodigas. Dice el texto: “nos ama, nos mira, y siempre nos prodiga su bienes” La presencia absoluta sólo es aceptable en esta lógica de gratuidad, y sólo desde este espacio de mirada gratuita amorosa, se ha de leer la significancia absoluta del sacrificio de lo mínimo (recoger una hilacha). De lo contrario, se vaciaría de sentido la vivencia de lo mínimo cotidiano, perdiéndose el sujeto en aquello que le rodearía en una intrascendencia aplastante-invalidante. A su vez, la presencia absoluta debe ser buena, prodigar “bienes”; y hacerlo siempre, la mínima sospecha sobre esa bondad imposibilita el acto mínimo (“recoger una hilacha”, “aplazar el escrito de la carta”, “sofocar los sentimientos”)
Este saber valorar la vida en sus mínimos nos adentra en una diada que recorre toda la vivencia humana, la diada sacrificio-víctima. Ellas expresan y remiten a un ámbito mayor, desde el cual tienen sentido, el ámbito de la libertad. Y esta libertad plena se realizaría en el espacio antropológico simbólico de la víctima: si no hay víctima, no hay libertad.
Ser víctima implica la plenitud del ser- recordemos a Sartre: “condenados a ser libres”; y a Heidegger: “el hombre un ser para la muerte”-. El sacrificio de lo mínimo es ejercicio de muerte, y, por tanto, ejercicio de libertad; libertad que llega a su plenitud escatológica cuando se alcanza el estatuto óntico de la víctima. No cualquiera es víctima (“hacerse la víctima es su copia ridícula e idolátrica”). Sólo la víctima es ser alcanzado, ya que nadie se puede hacer “la” víctima. Este estatuto óntico implica alcanzar el ser víctima en tanto en cuanto es una nueva categoría de ser. Sólo este nuevo ser puede depositarse, sin miedo, en un espacio distinto a sí, el espacio antropológico de un otro amante-necesariamente amante- (“las manos de Dios”).
El sacrificio voluntario es mero camino -y puede fallar si va mal fundamentado-, e implica un yo viator sujeto a categorías de tiempo y espacio: un peregrino. Y, por tanto, sujeto a gustos y disgustos en el trayecto. Ser víctima indica un espacio nuevo, no poseído, sino recibido como máxima gracia, espacio que pasa a constituir al sujeto en cuanto tal, es decir, como persona, auténtica persona: somos persona al final el camino, cuando mueren los actos de sacrificios, y sólo queda el ser víctima ofrecida. El estatuto óntico de la víctima irá para siempre ligado en las manos del amor al que se entrega.
El símbolo lingüístico “víctima” nunca significa nada sino sólo en correlación a un otro. En este sentido podemos hablar de un “desplazamiento de sentido”. El sentido de lo que soy, de mis vivencias, sólo adquieren plenitud en un ser para otro, no soy en mí, sólo logro ser yo si mi ser se ha abierto a entregarse a otro. Solo en brazos de otro se puede llegar a reposar en el propio ser, alcanzando la paz soberana propia del que está en su lugar natural, al fin, en su hogar ( “paz soberana” señala Teresa).
El ser víctima-estado supremo de gracia- conlleva una “paz soberana” que , a su vez, es el sello de garantía del nuevo estatuto óntico alcanzado. El que se hace “la víctima”- Teresa habla hacerse víctima, no hacerse “la” víctima- en cuanto es una obra de su narcisismo no puede alcanzar esa paz, quedando eyectado de la misma, hacia lo exterior, hacia la dispersión total del ser.
Ser víctima es una nueva categoría teológica que implicaría no una realidad solo moral, sino un nuevo estatuto de gracia. La configuración plena con el crucificado de la historia, la única víctima en términos ontológicos: Jesús de Nazaret.
2) Meditaciones
El 12 de abril de 1920 muere Teresa de los Andes. La carta a su hermana la escribe dos meses-un poco más- antes de morir, es, por tanto, una carta de madurez-espiritual.
La destinataria, su hermana menor, a quien la une una gran confianza, es fuertemente corregida, te retaré bien furia, le dice. El reto retórico no puede no ser acogido, constatando una cierta autoridad mora-espiritual que Teresa, ya hace tiempo, ejerce sobre ella. A la expresión “te retaré bien furia”, añade la expresión como siempre lo he hecho. Un poco más adelante le recuerda te repito lo que muchas veces te he dicho. Es decir, la labor educativa, de “acompañante espiritual”, la ha iniciado, por tanto, hace mucho tiempo.
Con claridad respecto a los fines y objetivo del acompañamiento, Teresa no improvisa. De hecho, el epígrafe de la carta expresa claramente la meta: “que Jesús sea el único dueño de tu alma”. En función de ese deseo se ha de entender la propuesta- pedagógica- de Teresa.
La corrección, con fuerte carga directiva, sólo será comprensible y efectiva, si subyace a ella, un substrato suficientemente afectivo, enseña la psicología de la educación, y claramente estas condiciones se dan en el relación de las dos hermanas.
Rebeca es hermana menor, hecho que no garantiza necesariamente el lazo afectivo, pero sí explica la natural ascendencia de Teresa sobre su hermana, y añadiendo a ello, una larga historia de relación-suficientemente atestiguada en las cartas-, están las condiciones dadas para que esta carta vehicule muchísima fuerza performativa-educativa. La relación de confianza recíproca ha sido tal, que permite un acompañamiento afectivo-directivo altamente eficaz.
La estrategia pedagógica de Teresa es la del líder innato, encarnando en sí misma lo que exige o espera de los demás. El inicio de la carta es, desde el punto de vista estratégico y pedagógico, magistral: ella misma se presenta como modelo y ejemplo vivo diciendo: muchos días deseaba conversar contigo y, a seguir el impulso del corazón, hubiérate contestado inmediatamente para consolarte y animarte; ´pero preferí el sacrificio´.
El sacrificio de sí, la muerte del yo, del yo impulsivo: “hubiérate contestado ´inmediatamente´ para consolarte y animarte”. Trae, a su memoria, el estado vivido: “muchos días deseaba conversar contigo”. El deseo se ha hecho presente, un deseo de comunicación aplazado hasta el momento que escribe: “deseaba conversar contigo”. Claramente indica el tiempo verbal un período de tiempo no puntual, sino por un cierto tiempo mantenido, durante el cual Teresa ha preferido no escribir: no se quiere dejar llevar de la impulsividad primera, sino en función de un proyecto no inmediatista: ser totalmente de Jesús.
Teresa vive en pequeños y fuertes detalles como estos una ascesis fuertísima contra la impulsividad: “muchos días deseaba conversar contigo”, pero no lo ha hecho, ha esperado. Una espera ascética que educa el corazón impulsivo. Teresa sabe, ha aprendido, a cortar, a elegir, a hacerse víctima en estos detalles, una víctima activa: “cuando estaba en la casa tenía que contrariar mi voluntad hasta en lo más mínimo”. Esta ascesis del detalle-minimalista-, que podríamos bautizar como “ascesis de redireccionamiento”, será una concentración a lo único esencial: “únicamente por Dios y por las almas”. Una constante en su espiritualidad será esta concentración ascética jerarquizada: “preferí el sacrificio”, “únicamente por Dios”.
Volviendo a la relación de Teresa con Rebeca, es de notar, que generalmente en los epígrafes de las cartas anteriores, Teresa a su hermana le desea la paz, el amor de Dios, es decir, acciones de Dios para ella, pero también en algunas cartas-como la presente-, va insinuando y educando para una dialéctica de respuesta fiel a esa fidelidad primera, en este sentido el epígrafe de la carta es iluminador: “que Jesús sea el único dueño de tu alma.”
El concepto de pertenencia es muy extendido en el mundo de vivencias de Teresa. Tener dueño, ser propiedad de, ser poseída por, pertenecer a, será una de las vivencias más importantes de su espiritualidad. Este deseo de necesidad fuerte pertenencia será una de sus notas fuertes. No sólo quiere darse, entregarse, sino sobre todo quiere pertenecerle a Jesús. Su mismo nombre lo indicará: Teresa de Jesús. Esa necesidad del corazón va aspirando a una plenitud cada vez mayor que va haciéndose tensión hacia un futuro no alcanzado del todo, pero cuya plenitud se deja sentir en el presente. Su sueño utópico realizable al que aspira ya en esta tierra es “que Jesús sea el único dueño de tu alma”: el deseo de exclusividad brota de una necesidad de mutua pertenencia. A este espacio ni siquiera su hermana íntima puede entrar: “has visto que te he dejado por Dios”. A la soledad del ser ante Dios o se responde con radicalidad, o no se podrá entrar en ese ámbito único de protección: “convéncete, hermanita, que somos sólo de Dios”- Sólo en Dios se podrá reposar siempre: “un día vendrá en la vida que lucharás sin nadie, ¿quién será entonces tu apoyo? Dios”.
Este ser poseída implicará un dejarse a voluntad ajena, la de Dios: “se hace uno víctima en las manos de Dios”. Teresa, en la persona de Dios hace su entrega, una entrega que implica un holocausto del yo, ser víctima. Hay unas manos donde su alma se deja morir, depositándose en ellas en un dejarse activo-participativo: “se hace uno víctima en manos de Dios. Hermanita mía, esto da una paz insondable”. Una paz que no será una paz de una tranquilidad cualesquiera, sino la tranquilidad del reposo del amor: “siempre se cumple la voluntad del que es nuestro único amor”. Este realizar el deseo-voluntad-del amor, del único amor, no puede sino estar fundamentado en una mutua pertenencia, ya que este Dios en quien se deposita la voluntad personal, es el Dios que “nos ama, nos mira, y siempre nos prodiga sus bienes”. Esta relación de obsequios de amor reposa en un amor de gerundio que indica un movimiento continuo: “amando se es feliz”
Teresa encontrará en al amor la clave para resituar todas sus energías, encausando sus movimientos vitales hacia ese amor que ansía, ha vendido todo al amor, y ese amor exige un salir de sí, de “los gustos”, “contrariando la voluntad hasta en lo más mínimo”, pero para poder encontrarse a sí misma fuera del ámbito de los gustos, y resituarse en esa “paz soberana”.
El movimiento dialéctico se va abriendo a nuevos “horizontes de sentidos” posibilitados y atraídos por una escatología de plenitud: en esa dirección y hacia esa dirección se va avanzando en circularidad creciente- en espiral ascendente-, asumiendo en su camino la riqueza paradójica de todo lo humano : libertad y encadenamiento, cruz y amor, sacrificios y gustos, presencia divina y ausencia, pertenencia o desarraigo. Estas parejas dialécticas de polos opuestos van direccionadas en función de un único horizonte, que, como causa final, dirige y atrae todo las fuerzas y dimensiones de la persona: el amor a Jesús-“que Jesús sea el único dueño de tu alma”-.
El camino consiste, por tanto, en entregarse a Jesús, dejando todo lo demás. Elegir un solo dueño, abandonando lo demás. Teresa no puede darse a varias personas, ya que el amor exige una unicidad de elección, unicidad que constituirá al nuevo yo-el ser resucitado-.
¿Cómo podría hacerse víctima en varias manos? Imposible ser víctima ofreciéndose en varios altares: uno sólo es el altar para la víctima, no puede haber holocausto en varios corazones: uno sólo es el sacerdote, la víctima y el altar. La persona necesita unidad, ya que el sentido de vida implica unicidad singular: es el yo que encuentra un mundo de sentido en un arrojarse a un otro en cuanto otro único.
Esta interioridad entregada se recupera en una unidad de vida y de sentido mayor, superando la dispersión del afecto y del pensamiento inicial. En la Carta que nos sirve de punto de partida para adentrarnos en las vivencias de Teresa, podemos apreciar-por contraste-, a Rebeca, y su mundo afectivo dividido, buscando ser querida. Teresa le recrimina: ¿crees tú que porque te contrarían o no te dan en tus gustos no te quieren? Le contrarían la voluntad- sus deseos- y esa contrariedad compromete la identidad misma de Rebeca: su mismidad no es libre, sufre. Rebeca esperando un cariño especial y consuelo puntual ve insatisfechas sus expectativas. Teresa no le reprochará este deseo de querer ser amada-deseo inscrita en la estructura óntica de toda persona-, sino el no querer aceptar que ya lo es, y el no saber esperar su realización simbólica.
Le reprocha que deba buscar señales y signos para acoger un amor que ya se le ofrenda-El de Teresa y tal vez también el de su madre-. Ese aceptar implica un entregarse, un morir a querer comprobar y controlar el amor.
La dinámica propia del amor implica ese arrojarse-abandonarse- . Teresa le reprocharía a su hermana el hecho de que no confíe en su amor. Le dice “te retaré bien furia”, y es “por tu desconfianza en el cariño de los demás”. Escribe: Sobre todo, ya sabes a quién me refiero…Deja los puntos suspensivos abiertos. Pero el “reto” anterior, más el claro manifiesto inicial “deseaba conversar contigo y seguir el impulso del corazón”, dan a entender que el afecto y cariño que Rebeca exigía era el de la misma Teresa. Y lo exige como una demanda, no aceptando la lógica del amor que conlleva en su lógica interna la pura gratuidad
Este talante del amor gratuito implica a su vez libertad, nunca necesidad mecánica. El deseo del corazón, al contrario, puede ser impulsivo, buscando la inmediatez, haciéndose necesidad mecánica no libre. Teresa sabe que la inmediatez del corazón en su impulsividad, en su necesidad apremiante, debe ser rechazada. Teresa escribe: muchos días deseaba conversar contigo y, a seguir el impulso del corazón hubiérate contestado inmediatamente para consolarte y animarte; pero preferí el sacrificio. Prefiere la libertad del amor, antes que un amor no libre, que en el fondo esclaviza.
Teresa prefiere no consolar, no animar, y dejar así, desconsolada y desanimada a su hermana, ¿Por qué razón? ¿crueldad de Teresa? Imposible pensar tal, sabiendo el cariño que le profesa a su hermana y que en la misma carta expresa, le dice tantas veces: “mi hermanita querida”. Al contrario, Teresa considera que hay algo más importante que consolar y animar, y es educar en el amor. Le escribe: “así, pues, valor mi hermanita; pues te formarás para tu vida entera sacrificándote sin que nadie lo note, únicamente por Dios y por las almas”.
Es ley general la ley de la confianza en el amor. Teresa confirmará a Rebeca a través de vía indirecta cuando le haga pasar el mensaje a su hermano Lucho: “Dile a Lucho que me ha dolido mucho el que crea que le he olvidado”. ¿Acaso no es el mismo reproche que está haciendo a su hermana, y que ahora le hace reconocer por situación análoga desde la desconfianza de su hermano? No hay razones para desconfiar del amor. La distancia y la falta de contacto epistolar sólo tienen una función: aprender a encontrar sólo en Dios el apoyo. Escribirá a Rebeca: “Dios obra maravillosamente en tu alma para atraerte a Sí, separándote los seres que tanto quieres y aislándote de todo, para que encuentres en Él tu único apoyo”.
Sólo en Dios puede descansar el corazón, le dice: “convéncete, hermanita, que pertenecemos a Dios sólo”. Para añadir: “has visto que te he dejado por Dios”. Es decir, amarse sí, pero un amor que se anuda en un amor mayor, el que sólo Dios puede dar, y nadie más; cuando el corazón aprenda a vivir sólo para Dios, y que Él sea “el único apoyo”, podrá la persona encontrar la dulzura de la vida. Sin ese lanzare-confianza- a las manos de Dios, “la susceptibilidad” del ego, amargará cualquier vida: “si no haces desaparecer esa susceptibilidad te amargará la vida entera”.
La vida amargada nace de un yo susceptible, y ese yo susceptible está edificado en la desconfianza. La misma carta destaca la conexión intrínseca de una triada: “desconfianza-susceptibilidad-amargura” , con la invitación implícita a vivir desde tríada contraria: confianza, libertad, dulzura.
La estructura óntica de la vida teologal de Teresa-al menos en esta Carta-, está fundada en la triada confianza-libertad-dulzura. La raíz primera, el fundamento de la vida feliz, viene a ser para Teresa la confianza, esta actitud ante la vida es el soporte de su caminar hacia el amor. Sólo desde la confianza se puede vivir en libertad, que, a su vez, engendra la plenitud, dulzura y amor. En esa triada sustantiva: confianza-libertad-intimidada dulce, se juega el mundo de la interioridad de Teresa, interioridad a la que es invitada Rebeca.
El mundo de las vivencias teresianas va haciendo emerger lúcidamente las actitudes bases de su espiritualidad, donde la confianza llega a ser la actitud performativa fundamental.
Con esta perspectiva podemos releer la carta- en movimiento hermenéutico continuo-, volviéndonos a centrar en la furia-retórica- que Teresa dirige a su hermana. Rebeca no cree- no confía-, ni siquiera en el amor de su hermana, menos podrá abrirse al amor de Dios. Le dice: “no debes abrigar en tu corazón hermanita, sentimientos de desconfianza. Trata de sofocarlos en su raíz rechazando los pensamientos sombríos”. Dos verbos fuertes: sofocar, rechazar. Mantener la confianza implica defenderla de pensamientos que amenacen esta actitud fundamental. Los pensamientos-el intelecto- necesitará, por tanto, también su propia ascesis. Generalmente se ha valorado la ascesis de la voluntad de Teresa, pero a la base de esta ascesis nos encontramos con una no menor ascesis del intelecto: rechaza estos pensamientos sombríos, aconseja Teresa.
Teresa no está haciendo abstracción del amor, sino que tiene en mente a la persona que ha suscitado la amargura y la desolación de Rebeca-ella misma según nuestra suposición- pero a la vez aprovechando la ocasión, elevará a norma general la actitud teologal. que se ha de asumir: “¿Crees tú que porque te contrarían o no te dan en los gustos no te quieren?”. Es decir, no sólo en relación con su hermana, sino que en todas las relaciones se cumple la misma ley: a mayor desconfianza y susceptibilidad con las personas, más amargada vivirá la persona.
Teresa hace distinguir a su hermana los estados anímicos, indicando que amor no implica no contradicción, y he aquí la fantasía de Rebeca: ¿Crees tú que porque te contrarían o no te dan en tus gustos no te quieren? El amor no corre necesariamente en el mismo riel que los gustos, al contrario, pueden ser perfectamente compatibles: uno no implica el otro. No animar no indica no amar, no consolar no indica no amar. Y, de hecho, Teresa no ha sucumbido a la impulsividad de animar y consolar prontamente. Teresa quiere educar al amor, y ella misma se autoforma: preferí el sacrificio, es decir, no cede a la impulsividad primera. La vida plena implica, por tanto, una fuerza de negación y de sacrificio no menor: una negación para oponerse a los movimientos automáticos y primeros de actuar y obrar.
El alma no resiste ser poseída por variados bienes y gustos- personas-, ya que pierde su unidad: se dispersa, sufre y vive el desgarro. La carta 119- de septiembre/agosto de 1919-, llevaba por epígrafe: “que Jesús sea siempre el dueño de tu corazón”, y el 12 de julio de 1919 decía : que Jesús sea el único Dueño de tu corazón”- Carta 114-, indicando claramente la intención de unidad que es necesario tener-o conquistar- para una vida feliz. El amor verdadero necesita nacer y anclarse desde un amor personal y singular.
El amor único y exclusivo no deja espacio para regiones particulares libres de su influencia. Sólo bajo al áurea de esta exclusividad se ha de entender la importancia de los detalles, y de la asombrosa radicalidad para situar el compromiso de amor hasta en lo más ínfimo: “a veces pienso en esto de no tener libertad para nada, ni aun para recoger una hilacha del suelo sin permiso; y a pesar de esto se siente uno feliz (…), esto da una paz insondable, pues así siempre se cumple la voluntad del que es nuestro único amor”. La concentración en el único amor va de la mano con el despojarse del mundo de las vivencias personales hasta de lo más mínimo, ya que a esas zonas ha de llegar el salto de la confianza y la libertad: por tanto, la experiencia dulce del amor.
La presencia inmensa de Dios puede ser aplastante- apabullante-, para una persona que no quiera aceptar la presencia absoluta de Dios: ¿que se inmiscuye hasta en los más recónditos espacios personales?, pero sólo en esa apertura de lo íntimo, asumiendo quedarse sin “topos”-lugar propio-, será la condición de posibilitad para entrar en un ese “a-lugar” verdadero que es la “utopía escatológica”: único espacio antropológico del amor feliz.
Termina Teresa :“En la cruz está el amor, y amando se es feliz”. La cruz entendida como el “no lugar”- altar-, donde no pueda alojarse el yo, sino sólo como víctima-no siendo mis gustos-espacio del no yo-, para entrar a ser ese nuevo ser: el yo recuperado en el amor.